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Las Dueñas de Zamora

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LAS DUEÑAS DE ZAMORA

UN ESCANDALO MORAL QUE TUVO LUGAR EN UN CONVENTO DE MONJAS DOMINICAS DE ZAMORA EN EL SIGLO XIII

EL SUCESO FUE JUZGADO Y LLEVO A 34 MONJAS ANTE EL TRIBUNAL DEL OBISPO DE ZAMORA.

LOS DESORDENES OBLIGARON A INTERVENIR AL PAPA BONIFACIO VIII.

Laura López-Ayllón

La historia, estudiada por Peter Linehan y recogida hace unos años en el libro subtitulado “Secretos, estupro y poderes en la iglesia española del siglo XIII”, nos cuenta que en julio de 1270 existió un juicio en Zamora sobre lo ocurrido en un convento, en el que entraron varios frailes y mantuvieron relaciones con monjas.

Estos sucesos tuvieron lugar en un ambiente en el que existieron enfrentamientos entre las ordenes y los obispos, hasta el punto de que los dominicos de la ciudad de Zamora informaron al Pontífice del mal tratamiento que daba a los frailes el obispo Suero Pérez, que les había prohibido el acceso a las iglesias de la ciudad y de la diócesis y había prohibido a los laicos confesarse con ellos, asistir a sus sermones, tenerlos presentes en sus testamentos y ser enterrados por los frailes.

Denunciaban también que llegó a excomulgar a uno de los frailes del púlpito y no les dejaba entrar en el convento de Santa María, y, cuando la priora y las monjas de este convento habían protestado, se había desatado la lengua contra las monjas y los frailes de esa orden religiosa, destituyendo a la priora, confiscando el sello del convento, encarcelando a varias hermanas, excomulgando a algunas y ahuyentando a unas 40 de ellas, amenazándolas con no dejarlas volver hasta que no abandonaran su regla, sus instituciones y su hábito.

El relato de lo sucedido comenzó en 1258 en las orillas del Duero cuando el caballero Ruy Pelaez y su esposa Elvira Rodríguez acordaron poner fin a su matrimonio ingresando en una orden religiosa, pero cambió de opinión y quiso recuperar a su esposa pero no lo consiguió, entre otros motivos porque el divorcio por motivos religiosos no estaba previsto en el Fuero de Zamora y porque su esposa había optado por un convento fundado por su hermana Jimena Rodríguez “bajo la orden de S.Agustín” según la regla dominica.

Eran tiempos difíciles y aunque se estableció que los frailes no podían interferir entre los fieles y el obispo, hicieron todo lo que habían prometido no hacer, a lo que se une que el Dean (cargo de la catedral) y el capítulo de la catedral de Zamora habían obtenido un privilegio para que no pudieran establecerse en la ciudad y la diócesis más fundaciones monásticas.

No obstante no se hablaba de las mujeres, que fundaron conventos como doña Jimena, la hermana de doña Elvira, mediante el pago de 1.000 maravedíes como adelanto de los 3300 que necesitaba el Obispo de Zamora. Doña Elvira juró obediencia ante el altar como primera priora del convento de Las Dueñas.

Linehan nos cuenta que estas monjas, cuando se enteraron de la resolución del Papa Clemente de que se les confiaba al cuidado de los frailes, negaron la entrada al Obispo y este reaccionó imponiendo sentencias de excomunión e interdicto y cuando fueron ignoradas llevó el asunto a la curia Papal.

Durante siete años las dueñas de Zamora hicieron oídos sordos a la autoridad del Vicario de Cristo y a los jueces papales como fue hasta cierto punto corriente en la Castilla del siglo XIII.

Las monjas de este convento también continuaron haciendo tratos comerciales o actividades capitalistas comprando y vendiendo propiedades como el molino de agua de Matarranas.

Más tarde la visita de otro Obispo en 1279 declaró que la conducta de las monjas se había convertido en una cuestión de escándalo público. La mitad de las monjas se mantuvieron fieles al obispo Suero pero la priora doña Estefanía y la subpriora y cofundadora doña Jimena se alinearon contra el Obispo don Suero que envió una carta prohibiendo a los frailes el acceso al lugar.

La priora puso en el cepo a dos de sus monjas, María de Sevilla y María de Valladolid. Estaba claro que las monjas se rebelaban y aunque luego fueron liberadas, en un momento determinado hubo dos prioras y una de las monjas, María Martínez, declaró que ni la regla ni las constituciones se observaban, ni tampoco el silencio. Contó también que las monjas recibían regalos o mensajes que les llevaban mujeres escritos en los dedos o les pasaban los dominicos a través de agujeros en el muro o mediante tablillas de cera

Las razones de la situación del convento fue de división interna, pues la mitad estaba a favor de la obediencia a los frailes como doña Estefanía la subpriora y la otra mantenían la obediencia a la Iglesia de Zamora, con episodios como el relatado por María Martínez que fue nombrada priora durante un tiempo por los partidarios de los frailes y que, cuando intervino intentando separar a dos monjas fue aplastada entre dos puertas hasta hacerle sangre y se le propinó en su dormitorio una gran paliza.

En los interrogatorios a 34 monjas se puso de manifiesto lo ocurrido en el convento y se supo que los hermanos predicadores iban con frecuencia al convento y hablaban con frecuencia a solas y monjas, con las que llegaron a formar parejas.

Al final el convento de las Dueñas tuvo tres bandos o partidos, uno proepiscopal, otro promendicante de la línea dura, algunos de cuyos miembros habían ya abandonando el convento, y un tercer grupo de simpatizantes encubiertas de las mendicantes de las que era faro la superiora.

El Obispo Don Suero visitó el convento y además de ratificar como priora a María Martínez, puso en marcha una investigación. A partir de todos estos sucesos, se prohibió la entrada de frailes al convento, pero lo cierto es que durante casi siete años las monjas de este convento hicieron oídos sordos a la autoridad del Papa y los jueces de Roma.

El uno de diciembre de 1279 se puso en marcha una nueva investigación sobre las actividades de las monjas, y el prior de Valladolid, maestro Gil, las convocó a una audiencia por las quejas, pero las monjas volvieron a hacer lo mismo que en 1273, es decir, no se presentaron, lo que hizo que el prior hizo que se presentasen y se hicieses públicas las sentencias del obispo.

El asunto llegó a Roma y el Papado recibió información de que las monjas se desnudaban y desnudaban a los monjes y de que se hacían ventas de sus propiedades.

LAS MONJAS MEDIEVALES

Los primeros monasterios femeninos medievales seguían la regla benedictina y las monjas dividían su tiempo entre la oración y el trabajo manual. En las cuestiones económicas se diferenciaban poco de los masculinos, recibían donaciones y las administraban para su supervivencia, pero estaban supeditadas a los conventos masculinos, aunque las abadesas y las prioras pugnaban por evitar las injerencias masculinas.

A pesar de las injerencias, los conventos siempre fueron espacios de libertad para algunas mujeres, pues sus celdas eran el espacio que más tarde pediría Virginia Woolf, y hoy se conoce que una de ellas, Ende, fue la pintora de uno de los Beatos más importantes, hecho en Zamora y conocido hoy por el sitio donde se ha conservado, Gerona. En este Beato la pintora es nombrada como pintora y sierva de Dios. Su obra ha pasado a la historia del arte por los dibujos de dragones, demonios y escenas catastróficas y son de las mejores pinturas de beatos.

En los conventos medievales existieron novicias de cuatro años llevadas al convento por motivos económicos y de otras que intentaron escapar aunque estaba muy penalizado, sobre todo si lo intentaban por segunda vez.

En 1215 en el Concilio de Letrán, se intentó cambiar estableciendo que las monjas tuvieran que llevar su dote al convento para evitar que sus padres o hermanos las hicieran ingresar para evitar pagarla.

Para las que ingresaban por voluntad propia, que también las hubo, el convento podía ser el sitio donde desarrollar su libertad femenina, ya que el matrimonio representaba un riesgo importante de salud (los partos) y la dominación al marido. De ese modo en el convento las monjas podían leer, pensar y escribir y algunas llegaron a ser mujeres muy instruidas y cultas.

A finales del XI la reforma gregoriana impuso en algunos la clausura, lo que aisló a los conventos que además por no poder dar servicio a los laicos perdieron poderío económico. No podían salir a la calle y se les prohibió el contacto con laicos y frailes, aunque eso no se respetó exactamente y hubo casos de huida del convento con la pareja. En cualquier caso solo el sacerdote y el confesor podían visitar el convento, aunque hasta en las confesiones se estableció que estuviera presente otra monja.

En el siglo XII se desarrolló el culto a la Virgen María y pasó a ser un modelo para las religiosas, así como el niño Jesús que siempre la acompañaba y que fue para ellas la imagen del bebe prohibido en el convento.

 

 

Doña Matri, una abadesa toledana del siglo XIII.

Iglesia del convento de San Clemente de Toledo

DOÑA MATRI, UNA ABADESA TOLEDANA DEL SIGLO XIII.

Laura López-Ayllón

Una abadesa que no solo fue una buena gestora del convento San Clemente de Toledo, sino una de las representantes de la época de las Tres Culturas, pues vivió en el ambiente mozárabe de la ciudad y
encargaba sus asuntos económicos a sus vecinos judíos del barrio de Valdecaleros.


El poderoso convento de San Clemente, vecino del barrio judío de Valdecaleros, concedido por el rey Alfonso VII tras la victoria de Las Navas de Tolosa, contó con numerosas abadesas de alta condición, pero nos hemos centrado en Doña Matri, por considerarla un buen símbolo de su época.

Doña Matri debiera figurar siempre cuando se habla de la España de las Tres Culturas, pues no solo sus asesores legales eran Ismael ibn Ibrahim y Yahaya ibn Zizé, sino que mantuvo una intensa actividad comercial con sus vecinos, y en muchos de los documentos de estas actividades, los judíos firmaban con sus caracteres rabínicos.

Al parecer doña Matri fue una buena gestora de los bienes terrenales del convento, compró en 1187 a Yahaya ibn Zizé e Ismail ibn Ibrahim, hijo del valenciano, 14 pies de olivos y una noguera por 28 mizcales (moneda de la época). El año siguiente, 1188, vendió conjuntamente a otro judío, Abuzacarias ben Abas, y a un matrimonio cristiano, una parte de la alquería de Dorbico.

La gestión económica de doña Matri siguió recayendo en sus vecinos pues el mercader judío Yacub ben Sabí cambió a San Clemente 12 pies de olivos y un pie de morera de una huerta en la ciudad por la misma cantidad en el pago de Canales, al otro lado del Tajo, dentro de una propiedad de las monjas de S. Clemente.

Entre las actividades de doña Matri (y de otras abadesas) figura también asistir a situaciones personales como la separación de bienes entre la viuda de Miguel Mitis y su hija Dominga, monja en San Clemente, o acoger a Rama, su hermana pequeña, para que la abadesa cuidara e ella como una madre, estableciendo que sus bienes pasarían a ser luego propiedad del monasterio, según recoge Pilar León Tello en su recopilación de documentos en los que aparecen los judíos de Toledo.

Encontramos también a doña Matri cuando en 1192 ingresó en el Monasterio doña Leocadia Sánchez, hija de Sancho Benayas, de la comunidad mozárabe, que puso en sus manos dos casas, una habitada por una cautiva y otra por una cautiva con su hijo, ambas en la aldea llamada Hazaña, así como un mesón en la parroquia de San Ginés, una hacienda y unas viñas.

El convento de San Clemente es de los más antiguos de la ciudad. Vinculado a la casa de Borgoña, la del yerno de AlfonsoVI, a comienzos del siglo XII ya se encontraba extramuros de Toledo bajo la orden benedictina y en 1203 pasó al interior de la muralla bajo la protección de la corona. Al parecer, aunque existen varias versiones, el nacimiento del convento comenzó con la donación por el arzobispo don Bernardo de una tierra en el arrabal de Toledo, en Beb Almahada, en la ribera del río Tajo en 1147.

Ya dentro de Toledo, se van comprando casas junto a San Roman y más adelante un baño de los judíos, un horno, un molino o explotaciones ganaderas. Alfonso VIII le confirma las donaciones anteriores, le exime de la obediencia al obispo y somete al monasterio a la orden del Cister, lo que confirma poco después el Papa Alejandro III.
En 1202 siguen incorporando donaciones como las de Talavera, que permitieron luego colaborar en la edificación de su alcázar. Consigue así que sus ganados tuvieran libertad de movimiento por los caminos del monasterio y la importante propiedad de Torre Azután, donde hubo cien pobladores sobre los que el monasterio ejercía jurisdicción civil y militar.
El monasterio fue elegido durante siglos por hermanas de grandes títulos y en uno de los documentos se le confirma la concesión de 500 mrs (morabetinos?) cada año, 100 para la vestimenta de la abadesa, y 400 para la de las monjas del convento de San Clemente.
También era habitual que hijas de la nobleza entraran en el convento desde muy niñas como paso con Isabel de Ayala y Manrique que lo hizo a los cuatro años y vivió en San Clemente con su tía Juana de la Cueva, o Isabel Bazán, hija de don Alvaro de Bazán, que sintió la llamada de Dios a los siete años. En su caso, la abadesa y las monjas, dice el documento, tuvieron a bien recibir a la niña.
Entre las donaciones algunas de las donaciones necesitaron rehabilitación como ocurrió en el caso de uno de los baños de la ciudad que tuvo que sufrir varias obras de acondicionamiento antes de ser vuelto a utilizar. J. Carlos Vizuete Mendoza ha buscado los documentos relacionados con el convento y nos explica que, desgraciadamente, algunos se han perdido por incendios y guerras, así como por la desamortización, por lo que ciertos documentos solo se han conservado en copias.

 

 

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