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El libro

El libro

Por la libertad de pensamiento, la creación literaria y la bibliodiversidad cultural en la edición.

Andrés Sorel

Desde las tradiciones orales, los viejos papiros hebraicos, babilónicos o egipcios, los copistas medievales, a la reproducción on-line pasando por la imprenta de Gutenberg, la difusión de las ideas o la creación literaria ha atravesado largos caminos. Lo importante, hoy en día, es luchar porque no se extingan los pensamientos o la belleza de la literatura, que no se agoste la libertad y diferencia de los seres humanos y de los pueblos, que se estimule desde los poderes públicos los esfuerzos de editores, escritores y libreros en garantizar la edición independiente y la bibliodiversidad.
El camino de la diversidad e independencia de la literatura viene de lejos. Recordemos por ejemplo las palabras de Petrarca:
“Unos buscan libros para saber y otros para deleite y vanagloria. Son para adornar el alma, y hay quién con los libros decora las habitaciones. Los peores son aquellos que con los libros satisfacen su avaricia y que no los valoran por lo que son, sino que los tienen por una mercancía”.
Ya uno de los peligros de su extinción afloran en estas palabras: consumo, mercancía. En la sombra, tan importante como culpable, el Estado. Continuemos antes de entrar en nuestra situación actual, brevemente que sea, con este desarrollo de cuanto afecta al libro, sus peligros, sus posibles consecuencias. Entre otras el uniformismo cultural, la desaparición del pensamiento. Es precisa la defensa de los pueblos que hagan de la libertad de pensar, de la crítica, de la diversidad y pluralidad, su campo de batalla. Los Estados que creen en el desarrollo de la civilización y en la igualdad de los ciudadanos solo pueden optar por este principio si no quieren convertirse en rehenes de los poderes económicos, las alienaciones religiosas y el dominio de los imperios. Ya Leopardi hablaba del Estado, las leyes como un mal dirigido al mal. De Artaud a Kafka el libro debía trastornar a los hombres, despertarlos. Heine: allí donde se queman libros, se termina quemando seres humanos. Y Paul Celan, el autor del mejor poema sobre el holocausto, dijo sobre la tierra en que había nacido: “Yo venía de un lugar donde existían hombres y libros”.
España es uno de los países de Europa con menor índice de lectores por número de habitantes. El descenso de las ayudas públicas, sobre todo en bibliotecas, su deterioro y empobrecimiento –suspenden las compras de libros y en crisis, sus necesidades básicas se aúnan a una situación de desprecio del Gobierno al estímulo a la lectura que se refleja en dificultades para desarrollar su trabajo a escritores, editores, libreros, asociaciones sin ánimo de lucro –la mayor parte de las ayudas públicas van a la Iglesia o a partidos políticos o gubernamentales. Y la concentración editorial –apenas un puñado de familias entroncadas con marcas extranjeras- imponen su ley restrictiva y nefasta para la diversidad cultural y estímulo de la creación no meramente comercial a distribuidores, libreros y obligan a cerrar a pequeñas editoriales, numerosas librerías. Es una censura encubierta que se une a la desarrollada por el franquismo sobre las otras lenguas del estado, sus culturas y la libertad de expresión en general. Aquí también, como en otros aspectos políticos, económicos o culturales, supeditados a los intereses del gran imperio norteamericano y su mercado de best seller que atenta contra las culturas independientes y la propia creación literaria. La perversión y destrucción de las diferencias y estímulos a la diversidad del pensamiento e intercambio con otras culturas del mundo que solo un puñado de editoriales independientes se esfuerzan en mantener viva, forma una cadena en la que se incrustan estos monopolios que abarcan un puñado de grandes editoriales, empresas de distribución, medios publicitarios y grandes almacenes o superficies de ventas. Los más perjudicados son, aparte de los editores de la diversidad, las culturas distintivas y propias de sus territorios, los autores que apuestan por la literatura como creación, pensamiento y comunicación plurilingüística y cultural, la poesía, las pequeñas librerías y siempre la libertad.
Solo una política cultural de la independencia y la diversidad puede ayudar a editores no multinacionales, escritores, libreros y apostar por la cultura y la edición no supeditada a intereses espurios. Los apoyos institucionales al libro deben tener en cuenta esta diversidad si no quieren ser esclavos del neoliberalismo como en tantas otras cosas, desarrollar las bibliotecas, realizar campañas por la lectura, estimular la enseñanza en las escuelas públicas, de la literatura, publicidad cultural gratuita y generalista, información y opiniones en los medios de comunicación no supeditadas a las empresas editoriales que los controlan y a sus intereses publicitarios. El apoyo de los Estados para que no se extinga esa diferencia, diversidad, intercambio cultural y literario entre los pueblos de todo el mundo que realizan estas pequeñas y medianas empresas editoriales es una de las tareas fundamentales del llamado “progreso” Quién no lo vea así ignora que apuesta por la uniformidad de los no pensantes y porque un día digamos como Paul Celan después del holocausto que veníamos de lugares donde existían hombres y libros. La literatura, el pensamiento, la cultura solo pueden vivir en la diferencia y la libertad. Lo otro es fascismo político o fascismo económico.

 

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