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El cráneo

 

El cráneo

Paco López Mengual

Me ocurre a menudo. Abro un periódico y una noticia de hoy me traslada al pasado.
En el colegio nos decían que Hitler murió el último día de la II Guerra Mundial; que se suicidó cuando el imparable Ejército Rojo entraba en Berlín; que un grupo de acólitos incineró su cadáver para que no fuera humillado por los vencedores; que, a pesar de ello, las cenizas y algunos despojos del canciller fueron descubiertos por los soviéticos y trasladados a la URSS; que en un museo ruso permanecía expuesto un hueso de su cráneo. Todo esto nos contaba el maestro.
A lo largo de los años, han ido apareciendo noticias que hacían dudar de la versión que conocíamos los escolares. Por ejemplo, Stalin se lamentaba ante sus colaboradores de que Hitler se les había escapado vivo. También leí que un cazador de nazis aseguraba que un Junker procedente de Alemania aterrizó en Barcelona unos días antes del supuesto suicidio. En el enigmático avión, viajaban Hitler, Eva Braun y otros 13 jerarcas nazis. Tras atravesar la península ibérica en automóvil, un submarino los trasladó desde Cádiz a Sudamérica.
Ahora, un grupo de científicos ha demostrado que el hueso custodiado en la vitrina del museo ruso no puede ser del Führer. Las pruebas determinan que el trozo de cráneo corresponde al de una mujer joven.
¿Y si Hitler no se suicidó? ¿Y si no cruzó el Atlántico y se quedó en España? Con frecuencia, mi mente se inunda de disparatadas conjeturas. A veces regresa a mi memoria aquel anciano con pinta de alemán, que paseaba dos perros por la orilla de la playa de Campoamor en las mañanas de invierno. Tenía la mirada felina y su rostro siempre me resultó familiar, como si lo hubiese visto fotografiado en alguno de mis libros de texto.

 

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