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Antonio Machado y Octavio Paz

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Dos poetas universales

Ana Alejandre

El 22 de febrero de este año se conmemoró el 75º aniversario de la muerte de Antonio Machado (1893-1939), poeta y ensayista, en la localidad francesa de Colliure donde se hallaba exiliado. El 31 de marzo de este año se celebró el primer centenario del nacimiento de Octavio Paz (1914-1998), poeta, novelista y ensayista mexicano. Dos poetas distantes en el tiempo y la distancia geográfica, aunque son poetas emblemáticos que supieron reflejar en su poesía la realidad, la idiosincrasia y la diversidad de sus respectivas tierras natales con voces poéticas de resonancia universal.

Machado, desde la serena austeridad de su obra poética, abandonada ya la estética modernista con la que se inició en la poesía, figura encuadrada en la generación del 98 de la que es el poeta más leído, sin duda, de los que formaron parte de dicho movimiento literario, contrasta en su sobriedad y pureza estilística con la rica y exuberante policromía de los poemas de Octavio Paz, dotados de la ecléctica herencia plural que conforman su cultura natal y cuya obra presenta indudables influencias surrealistas.

Sin embargo, hay una cercanía moral y ética entre ambos poetas: la preocupación y crítica de los males que aquejan a sus países natales, las injusticias sufridas por los más desfavorecidos y el firme compromiso moral para que sus voces de denuncia sean el eco que se oiga en los confines de sus respectivos países y trascienda fronteras, en un intento ético y estético para hacer posible la regeneración moral, cultural y social de sus respectivos pueblos. Machado desde la docencia en institutos de enseñanza media en varias ciudades españolas, además de su propia labor poética, y Paz desde su trabajo como diplomático y escritor.

Si Machado es la voz poética más representativa de la Generación del 98, que en Campos de Castilla (1912) intenta una indagación sobre sí mismo, además de ofrecer una visión poética del paisaje castellano humanizado de lo que llamaba “la España que bosteza”; a lo que unía la expresión de la nostalgia y pena por el amor perdido, obra que constituye uno de sus títulos más conocidos y populares dentro de su estilo sobrio y, sin embargo, de una hondura poética extraordinaria y dotada de una preocupación y denuncia social indudable, Octavio Paz es el poeta modernista en sus principios, después tachado de existencialista y surrealista -este último término aceptado por el propio Paz que aceptaba la gran influencia del surrealismo en su obra-, que profundiza en el siempre misterioso mundo habitado por criaturas distintas, polimorfas, plurales y diversas, heredadas de su ancestral y rica cultura, abigarrada y siempre colorista, pero no por ello olvidado de la defensa de los menesterosos, de los desposeídos, de los que se preocupaba especialmente en sus ensayos. En el surrealismo sólo coinciden ambo poetas en los años póstumos de Machado que hizo algunos apuntes poéticos influenciado por dicha tendencia.

Si Machado representa la sobriedad, la mesura, el equilibrio entre el concepto y su expresión poética, pero en la que brilla una luz propia de autenticidad y profunda belleza, de equilibrio perfecto entre idea y palabra, siempre en busca de la expresión más prístina y pura, Paz representa la exuberancia, el colorismo, la plasticidad hecha con imágenes superpuestas de una belleza abrumadora, ecléctica y siempre cambiante, lo que aparece reflejado en títulos como El laberinto de la soledad (1950), su obra más emblemática, en la que reflexiona sobre diversos aspectos de la cultura mexicana que tanto le atraía para ahondar en ella, por ser las genuinas raíces de su pueblo. También hay un nexo común entre ambos: la soledad del ser humano como preocupación esencial en sus obras, soledad que vivieron ambos de diferentes formas, pero que supieron expresar con gran intensidad y hondura poética, dando título a obras como Soledades (1903), de antonio Machado de tendencia modernista, y el Laberinto de la soledad (1950) ya mencioanda, de Octavio Paz.

Estos dos poetas universales, semejantes en la resonancia que ha tenido sus respectivas obras y que han trascendido fronteras y lenguas, ahora se unen misteriosamente en dos conmemoraciones contradictorias entre sí; el 75º aniversario de la muerte de Antonio Machado y el primer centenario del nacimiento de Octavio Paz. También difieren en el números de premios obtenidos a lo largo de su carrera literaria, porque Machado por cuestiones políticas, nunca fue premiado, aunque sí reconocido por el prestigio de su obra, y Paz obtuvo innumerables premios y reconocimientos, a los que sirvió de colofón el Premio Nobel de Literatura en 1991, siendo el primer escritor de nacionalidad mexicana que lo recibió.

Parece como si las diferencias estéticas, no éticas, que separan a ambos, aunque semejantes en el gran talento poético que ofrecen sus obras, se difuminaran en estas conmemoraciones póstumas en las que se ponen de relieve y a través de las cuales se intenta hacer hincapié en la inconmensurable labor literaria de ambos en diferentes y variodos homenajes a lo largo y ancho de la geografía de España y México.

Aunque la obra de Machado es menos prolífica que la de Paz, quizás porque este último vivió 20 años más que el primero, estas conmemoraciones ayudan a recordar que sus voces siguen siendo sonoras, aunque sus creadores hayan muerto, dejando un legado de belleza a todas las nuevas generaciones que, quizás, a través de estos homenajes en memoria de los poetas ya desaparecidos, empiezan a darse cuenta de que son algo más que unos nombres en las diferentes asignaturas de literatura -ya cada vez más exiguas-, y comienzan a tener el relieve, la presencia y la sonoridad que merecen. De no ser por estas conmemoraciones, serían figuras invisibles en el continuo tráfago de obras y autores que llenan las librerías, siguiendo las modas que marca la publicidad y las nuevas tendencias, entre las que la poesía sigue siendo el género minoritario por excelencia.

Sean bienvenidos, pues, todos los homenajes en memoria de quienes dejaron su obra en herencia al acervo cultural de sus respectivos países y como legado universal de indudable valor y riqueza imperecederos. Aunque no hay que olvidar que el mejor homenaje a cualquier escritor es siempre, y el más genuino, la lectura de su obra ,sea del género que fuere, porque en ella transmite y contiene su talento creador y su riqueza conceptual que construye mundos sutiles en los que la humanidad siempre se ve reflejada como protagonista y habita en ellos.

 

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