Los conspiranoicos

 

Los conspiranoicos

Atendado del 11-M

José Luis Muñoz
Si buscan conspiranoico en el diccionario de la RAE no creo que lo encuentren, pero todo se andará. La RAE, ya sabemos, va unos cuantos pasos por detrás del habla de la calle que es mucho más dinámica y menos burocrática.

La conspiranoia, la verdad, es que arranca de lejos y tiene mucho que ver con los asuntos más turbios de la sociedad, aquellos sobre los que se echa en falta luz y taquígrafos. Hay conspiranoicos alrededor de todas las tramas criminales que los gobiernos, de muy diversos signos y países, han tratado de ocultar por vergonzosos a sus ciudadanos. Sí, gobiernos que piden ejemplaridad y moral a sus ciudadanos y no predican precisamente con el ejemplo.

Cuando alguien trata de averiguar qué hay detrás de determinado crimen de estado, o magnicidio, suele toparse uno con tecnicismos, en forma de barreras infranqueables, que se escudan bajo el nombre de papeles clasificados. Suerte que existen en el mundo piratas, como el proscrito Julian Assange, todavía retenido en la embajada de Ecuador en Londres, que destapa todas las vergüenzas de los estados creyendo, ingenuamente, que así va a suceder algo y no sucede. Bueno, lo que sucede es precisamente eso, que él se encuentra preso en un minúsculo cuarto de una embajada.

La última basura delictiva de esa guisa que nos llega es un asesinato cometido nada menos que hace cincuenta años en África. Un joven país nacía en el maltratado continente, el Congo, sacudiéndose del yugo de la potencia colonizadora, Bélgica y un nefasto rey genocida llamado Leopoldo, sobre el que Vargas Llosa escribió una trama novelesca, y en unas elecciones democráticas elegía a un joven presidente

revolucionario y de izquierdas llamado Patricio Lumumba. Ni que decir tiene que esa elección no gustó ni a la metrópoli ni a la CIA y, entre ambos, montaron un conflicto—la secesión de Katanga con un presidente Moise Tshombe de títere prooccidental, y luego encarcelado en Argelia—y organizaron un golpe de estado. Lumunba fue asesinado sin miramientos, claro, después de ser salvajemente torturado.

Malpensamos que detrás de ese crimen de estado estaba Bélgica y la CIA. Los conspiranoicos no nos equivocamos, pero han tenido que pasar cincuenta años para que los culpables confiesen su crimen prescrito sin avergonzarse ni arrepentirse de él.

Con ese ritmo Dios sabe cuándo sabremos, exactamente, quién estuvo involucrado en el asesinato de JFK, aunque gracias al informe Warrem y a la película didáctica que sobre el caso hizo Oliver Stone, pudimos saber que un entramado de intereses y desafecciones estuvo detrás de los tiradores que lo abatieron en Dallas (lobby militar, CIA, anticastristas, Mafia…). En aquellos años convulsos dos políticos negros, antagónicos, Martin Luther King y Malcolm X, fueron abatidos por pistoleros, y lo mismo sucedió con el hermano pequeño de los Kennedy, el senador Bob, bestia negra de la Cosa Nostra. Las versiones oficiales de todos esos crímenes es que fueron cosa de locos fanáticos que actuaron en solitario, y alguno silenciado para siempre como Lee Harvey Oswald. Los conspiranoicos también vimos un crimen de estado, precisamente por parte de los nada ejemplares hermanos Kennedy que en España subimos a los altares por el hecho de ser católicos, en el suicidio de Marilyn Monroe: parece ser que la suicidaron, pero habrá que esperar esos cincuenta años, o más, para saber exactamente cómo fue, pero a nadie se le escapa que si la última persona que la vio con vida la misma tarde que murió fue Robert Kennedy habría tenido que investigársele, pero no fue así, claro, porque el hermano del presidente era nada menos que el equivalente a nuestro ministro de Justicia.

El más salvaje atentado terrorista, el de Al Qaeda contra las Torres Gemelas de Nueva York y el Pentágono el 11 S, suscita, a día de hoy, no pocos interrogantes sobre su autoría más allá de los árabes que secuestraron los aviones y los convirtieron en bombas volantes. La ausencia de un buen número de importantes ejecutivos en las oficinas, de los judíos que no asistieron a sus puestos de trabajo, y la forma sospechosa del colapso de las dos torres, literalmente como si se tratara de una demolición controlada, más algunas cuantas dudas que atañen a las leyes de la física—cómo aviones que impactaron en las partes superiores del edificio lo derrumbaron hasta los cimientos—hace que esos sucesos hayan sido campo abonado para los conspiranoicos de toda ralea que hablan de un autoatentado, para justificar la invasión de Afganistán, y después de Irak, algo que no es nuevo en la historia de Estados Unidos (durante la Segunda Guerra Mundial previeron el ataque japonés a Pearl Harbour y sacaron lo mejor de la flota de la ensenada dejando que fueran destruidos barcos chatarra; durante la guerra de Cuba hundieron el Maine para declarar la guerra a España).

Conspiranoicos los hay también sobre lo que sucede en nuestro país. Ya hablé, el mes pasado, de una cierta complicidad de los servicios secretos de EE.UU en el asesinato por ETA de Carrero Blanco—omisión del deber de informar de lo que sabían a los homólogos españoles—y habría que hablar de lo que han llegado a pensar los conspiranoicos del golpe de estado del 23 F sobre el que existen, a día de hoy, tantos puntos oscuros como para que el falso documental ideado por el joven periodista Jordi Evole La conjura del Palace no haya resultado nada descabellado y muchos de sus espectadores se lo hayan tragado, yo mismo hasta que vi que dirigía la función José Luis Garci. ¿Estuvo o no estuvo el Rey en la intentona? ¿Era El Rey o Armada el Elefante Blanco que se esperaba en el Congreso? ¿Cuántos golpes de estado confluyeron ese 23 F? ¿Cómo es que fallaron tan estrepitosamente los servicios secretos españoles? ¿Qué secretos se llevó a la tumba el intrigante general Armada que llegó a decir, y no sin razón, que el golpe favoreció a la democracia? ¿Se trató de un falso golpe para arrinconar, para siempre, a los nostálgicos del franquismo? Muchas dudas que quedarán a la espera de lo de siempre, que los papeles clasificados sean desclasificados, y los testigos de esos hechos no los veremos.

Por tratarse del mayor atentado terrorista cometido en nuestro país, del brutal del 11 M, ese hecho luctuoso fue un campo abonado para los conspiranoicos, desde el minuto cero, que quisieron, y lo consiguieron en parte, sembrar un mar de dudas sobre la autoría del mismo. Por mucho juicio, investigación exhaustiva, detenciones, condenas e investigaciones rigurosas, como la que recientemente ha publicado Fernando Reinares bajo el título de ¡Matadlos!, los irreductibles e incrédulos, muchos de ellos enquistados en la clase política, seguirán pensando que los terroristas actuaron siguiendo oscuros designios para desestabilizar el país y cambiar el voto electoral. Hay quien habla de un confuso contubernio de masones, socialistas, servicios secretos españoles y marroquíes, etarras, un combinado sencillamente imposible de tragar.
Quizá la humanidad, con una cierta sabiduría, esté aplicando ese sabio dicho español de Piensa mal, y acertarás. Esperaremos cincuenta años, a que desclasifiquen o nos desclasifiquen. A fin de cuentas acabamos de enterarnos de que al general Prim no lo mató el atentado sino que lo estrangularon, porque éste no fue suficientemente letal, ciento cuarenta y cuatro años después.

 

Los textos, videos y audios de esta web están protegidos por el Copyright. Queda totalmente prohibida su reproducción en cualquier tipo de medio o soporte, sin la expresa autorización de sus titulares.
Editanet © Copyright 2013. Reservados todos los derechos