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Vctoria Camps

 

 

Victoria Camps Cervera

Ana Alejandre

Victoria Camps Cervera,filósofa española y catedrática española, nacida en Barcelona en 1941. Es catedrática emérita de Filosofía moral y política de la Universidad Autónoma de Barcelona.

Estudió filosofía en la Universidad de Barcelona, en cuya universidad se doctoró en 1976 con la tesis La dimensión pragmática del lenguaje, que trata sobre la llamada "filosofía diferencialista" de la que habla Wittgenstein, en contra del esencialismo, del sistematismo y la tendencia a la unidad y defiende la diversidad y la diferencia, cuando afirma el filósofo alemán que "os hablaré de las diferencias". Victoria Camps en su tesis sostiene que lo innovador del diferencialismo analítico de aquel es que sostiene la no justificación del lenguaje, por lo que el Metalenguaje, es decir el que tiene como objeto el lenguaje en general, no puede sostenerse en ningún criterio.

A lo largo de su trayectoria profesional ha sido profesora y catedrática de ética de la Universidad Autónoma de Barcelona. Participó también en los Comités éticos del Hospital del Mar, del Hospital de la Vall d'Hebron y de la Fundación Esteve de Barcelona. Ha sido Vicerrectora, profesora y catedrática de ética de la Universidad Autónoma de Barcelona.

Además de su labor docente en la universidad, también tuvo actividad política, siendo senadora del Partido Socialista de Cataluña, entre 1993 y 1996, participando en la candidatura como independiente. Durante su cargo como senadora presidió la Comisión de Estudio de contenidos televisivos del Senado, defendiendo la transparencia y la no vinculación de la televisión pública a los dictados de cada Gobierno y sus intereses partidistas. En cuanto a los medios de comunicación privados, ha manifestado su defensa de la necesidad a ultranza de transparencia en cuanto al conocimiento de su titularidad y de la identidad de los poderes económicos que sufragan dichos medios de información.

Actualmente es miembro del Comité de Bioética de España del que ha sido Presidenta. y también de la Fundación Víctor Grifols i Lucas y del Consejo de Redacción de las revistas Isegoría (del Instituto de Filosofía del Consejo Superior de Investigaciones Científicas) y Letra Internacional. También, ha ocupado el cargo de presidenta de la Fundación Alternativas hasta 2001.

Su concepción filosófica está notablemente influida tanto por José Luís López Aranguren como por José Ferrater Mora, que a su vez ha sido continuador de la filosofía de Heidegger. En su obra se pone de manifiesto la defensa a ultranza que realiza del papel de la mujer en la vida política y critica la continua exclusión que sufre de la misma.

Defensora a ultranza de la democracia participativa y del concepto de la ética en cuanto a su labor de enseñanza y formación de la ciudadanía en unos determinados valores.

Entre los muchos reconocimientos recibidos a su labor filosófica y pedagógica, recibió en 2008 el XXII Premio Internacional Menéndez Pelayo "por su magisterio filosófico y la influencia moral de su pensamiento tanto en España como en América". Asimismo, es miembro del Foro Babel.

Entre sus obras destacan La imaginación ética, Virtudes públicas (Premio Espasa de Ensayo), Paradojas del individualismo, El siglo de las mujeres, La voluntad de vivir, Creer en la educación, El declive de la ciudadanía, El gobierno de las emociones (Premio Nacional de Ensayo). Su último libro es Breve Historia de la Ética (RBA, 2013).

 

 

Bibliografía y premios de Victoria Camps

Obras

Los teólogos de la muerte de Dios, 1968.
Pragmática del lenguaje y filosofía analítica (tesis doctoral), 1976.
La imaginación ética, 1983;
Ética, retórica y política, 1983.
Virtudes públicas (Premio Espasa de Ensayo), 1990.
Paradojas del individualismo, 1993.
Los valores de la educación, 1994.
El malestar de la vida pública, 1994.
El siglo de las mujeres, 1998.
Manual de civismo (junto a Salvador Giner), 1998.
Qué hay que enseñar a los hijos, 2000.
Una vida de calidad: reflexiones sobre bioética, 2002.
La voluntad de vivir, 2005.
Hablemos de Dios (junto a Amelia Valcárcel), 2007.
Creer en la educación, 2008.
El gobierno de las emociones, 2011, por el que ganó el Premio Nacional de Ensayo 2012.

Vínculos

http://www.victoriacamps.es/

http://www.diariocordoba.com/noticias/contraportada/victoria-habria-entender-etica-sentido-comun_821816.html

https://literaturame.net/2012/11/victoria-camps-gana-el-premio-nacional-de-ensayo-2012/

http://www.abc.es/20121031/cultura-libros/abci-victoria-camps-premio-nacional-201210311640.html

http://www.farodevigo.es/sociedad-cultura/2013/03/23/victoria-camps-voz-etica/779298.html

http://www.elmundo.es/elmundo/2013/05/08/alicante/1368039765.html

 

 

A favor de la concordia

Cerca ya del punto de no retorno, los Gobiernos tienen la obligación y la responsabilidad democrática de hallar líneas de negociación que den una salida razonable al conflicto planteado por el “encaje” de Cataluña

Victoria Camps / José Luís García Delgado


Para la democracia española, el comienzo del nuevo año no altera el núcleo básico de sus problemas: articulación y calidad institucional, y dentro del mismo, con entidad propia y ahora estelar, el “encaje” de Cataluña. No es este, desde luego, un problema solo catalán. La estructura territorial del Estado no es una cuestión que concierna exclusivamente a Cataluña, sino al conjunto de la nación española. En el trasfondo de la deriva soberanista se encuentra el reclamo de revisar en profundidad el artículo 2 de la Constitución española, que proclama “la indisoluble unidad de la Nación Española”. No se puede ocultar la gravedad de la situación. Una confrontación y posible secesión no sería buena ni para Cataluña ni para el conjunto de España, por lo que es urgente iniciar un diálogo y una negociación que rehúya las posiciones extremistas y busque acuerdos. El acuerdo como bien democrático.

El Círculo Cívico de Opinión sostiene sin rodeos que la Constitución española es el único marco desde el que es legítimo abordar la complejidad de la situación creada, buscando dentro de él posiciones conciliadoras. No obstante, considerar incuestionable la unidad de España no debería ser impedimento para que se debatieran cambios en la estructura territorial del Estado aun cuando estos requirieran modificaciones del mismo texto constitucional.

Es evidente que en Cataluña se siente una grave insatisfacción, cuyas últimas razones apelan a un insuficiente reconocimiento de la identidad catalana por parte del resto de España. La creación y el desarrollo del Estado de las autonomías ha ido alimentando la convicción de que el reparto fiscal autonómico es injusto para Cataluña e impide aprovechar los recursos que allí se generan. Una convicción agudizada por causa de la crisis económica, que ha intensificado el malestar. A ello hay que añadir lo que representó para los partidos nacionalistas la sentencia del Tribunal Constitucional al anular algunos de los artículos del Estatuto de 2006, sentencia interpretada como un signo de desautorización hacia el Parlamento y el pueblo catalán. Bastó la manifestación multitudinaria de la Diada de 2012 para que el partido en el Gobierno catalán modificara su estrategia de conseguir un “pacto fiscal”, poniéndose la Generalitat al frente de la propuesta de una consulta de autodeterminación dirigida a abrir el camino hacia una posible separación del Estado.

La lista de “agravios” sentidos por los más nacionalistas choca con el hecho indiscutible de que jamás Cataluña había conseguido el nivel de autogobierno y el reconocimiento de su especificidad lingüística y cultural que tiene ahora. Además, es falsa la generalización según la cual la sensación de comunidad “maltratada” es unánimemente compartida dentro de Cataluña. En todo caso, los partidarios de la independencia no dejan de ganar espacio público.

El acuerdo es un bien democrático y la Constitución, el marco legítimo para ello

Como fuere, las posiciones soberanistas están dando muestras de ignorar que si la democracia es, efectivamente, la voz del pueblo, es asimismo un Estado de derecho que se sustenta en el imperio de la ley. De ahí que se haya incurrido en dos malentendidos que solo contribuyen a confundir a la ciudadanía. El primero de ellos consiste en querer derivar la aspiración independentista de un supuesto “derecho a decidir”, una forma eufemística de nombrar el derecho a la autodeterminación. Hay que decir con claridad que ni el derecho a la autodeterminación ni el derecho a decidir existen como tales derechos y carecen de cualquier tipo de soporte jurídico. La independencia o la autodeterminación son, en todo caso, proyectos políticos legítimos, pero no derechos. Se confunde, en definitiva, la existencia de un derecho con el anhelo y el reclamo de una consulta que permita conocer lo que quieren realmente los catalanes.

El segundo malentendido es la diferencia esgrimida por los partidos soberanistas entre la legalidad y la legitimidad democrática. Desde aquella manifestación del 11 de septiembre de 2012 se repite en Cataluña que la legalidad constitucional ha sido superada y sustituida por la manifestación popular de más de un millón de personas a favor de la independencia. Otra estrategia que produce confusión y desconcierto en la ciudadanía, al dar a entender que el imperio de la ley debe extinguirse sin más cuando el pueblo expresa masivamente un deseo contrario a la legalidad o no previsto por ella. Frente a ello, debe afirmarse sin ambigüedades que, por mayoritario que sea el anhelo de alcanzar la independencia, por amplia que sea la mayoría, esta no puede atribuirse una legitimidad a espaldas del Estado de derecho.

Pero que no exista un derecho a decidir y que constitucionalmente la soberanía recaiga en el pueblo español no implica que no pudiera ser atendido el deseo inequívocamente manifestado por una parte de aquel de no seguir perteneciendo al Estado español. Siempre que se haga desde la legalidad constitucional. Así se hizo en Canadá y se hará en el Reino Unido, dos ejemplos a los que reiteradamente se ha acudido. En nuestro caso, sin embargo, una consulta de tal naturaleza no tiene cabida en la Constitución, salvo que se haga una interpretación de la misma muy abierta y permisiva, extremo que solo contados expertos creen posible tomando como base interpretaciones muy discutidas. Dada la relevancia de la cuestión, una interpretación como la requerida tendría que apoyarse en bases doctrinales sólidas. Además, la aprobación de la consulta debería contar con la aquiescencia del Gobierno español, hasta ahora inexistente. Lo más probable, en consecuencia, es que o bien el Gobierno catalán realice una consulta sin base legal, o bien que, cumplido el plazo que se ha impuesto a sí mismo, tenga que convocar elecciones anticipadas con carácter supuestamente plebiscitario.

El "derecho a decidir" es un eufemismo del inexistente derecho a la autodeterminación

Así pues, aun cuando la consulta no llegue a realizarse, el problema seguirá vivo. Es más, puede entrar en un callejón de difícil salida que conviene evitar a toda costa. El enconamiento de las relaciones entre Cataluña y el resto de España ha puesto sobre la mesa la necesidad de revisar algunos aspectos del ordenamiento territorial y de iniciar un diálogo, con la mayor participación política posible, sobre la reforma de la Constitución. El malestar que siente una gran parte de la ciudadanía catalana no es banal y merece ser atendido desde posturas sensatas y conciliadoras. Responder a la demanda de reformar la Constitución no es ceder al discurso victimista de una Cataluña que se siente permanentemente maltratada y oprimida, un discurso que no es el de toda la sociedad catalana. Según encuestas fiables, por lo menos un 50% de catalanes rechaza en estos momentos la opción independentista, pero desea un cambio en el encaje político con España, que revise especialmente el modelo fiscal. Por eso, son los partidarios de un cambio en el modelo autonómico, pero no de la independencia, los que ahora, por difícil que sea, han de esforzarse en hacer oír su voz y construir un proyecto ilusionante que contraste con el proyecto secesionista. Si el problema que tenemos delante es español y no solo catalán, urge un liderazgo de los grandes partidos políticos que encauce el debate sobre el nuevo modelo. Un modelo que convenza de la conveniencia para todos de no poner en cuestión la unidad de España.

El Círculo Cívico de Opinión se pronuncia a favor de la concordia, evitando la confrontación. En política, el diálogo y la negociación siempre han de ser posibles, por lo que no cabe rechazarlos ni darlos por perdidos. Es perentorio detenerse a considerar hasta donde pueden ser atendidas las reclamaciones de Cataluña e iniciar el debate sobre la reforma de la Constitución. Las crisis suelen propiciar reformas en profundidad y pueden aprovecharse en tal sentido. Emprender esa reforma sería la manera de convertir el mal llamado “problema catalán” en un debate que concierne a la totalidad de la ciudadanía y que beneficiará a unos y a otros. Es obligación de los Gobiernos arbitrar mecanismos de negociación, para dar una salida razonable al conflicto. Una responsabilidad que también han de asumir los medios de comunicación, el único instrumento que tiene la ciudadanía para recibir una información que sirva para crear opinión y para propiciar un diálogo abierto y fructífero.

Victoria Camps y José Luis García Delgado, en nombre del Círculo Cívico de Opinión

(El País 5/1/2014)

Vínculo al artículo:

http://elpais.com/elpais/2014/01/02/opinion/1388690125_454507.html

 

Ferrater Mora: Una lección de cordura

Victoria Camps

El pasado 30 de octubre José Ferrater Mora hubiera cumplido cien años. En estos momentos en que lo releemos y lo recordamos, no estará de más reparar en algunas de las cosas que escribió sobre lo que él llamó el “problema peninsular”, ahora de nuevo en primera línea de la política. Las reflexiones del filósofo nos ayudarían a insuflar algo de inteligencia en el discurso inarticulado y falto de sustancia que está acompañando al arrebato independentista de Cataluña y a la reacción soliviantada del Gobierno español. Ferrater Mora no se limitó a escribir esa obra monumental que es el Diccionario de Filosofía, también desarrolló un método o una manera propia de hacer filosofía, que llamó “integracionismo”, cuya aplicación se extiende más allá de lo estrictamente académico. Además de expresar una perspectiva filosófica personal, el integracionismo es una actitud que se perfila ya en el ensayo primerizo (de 1956) Les formes de la vida catalana, así como en otros textos que dedicó a meditar sobre el encaje nunca bien resuelto entre Cataluña y España. Textos que pueden parecer menores dentro de la obra de un filósofo, pero que él pensó y repensó, escribió y corrigió, tradujo del catalán al castellano, y fue ampliando con “nuevas cuestiones” a medida que las circunstancias le empujaban a hacerlo.

Ferrater no pensó nunca que la secesión de Cataluña fuera razonable y sensata. Al contrario, rechazó rotundamente el separatismo al que tildaba de “achaque tan ochocentista como el nacionalismo y el centralismo”. Proclamó una y otra vez su fe en el federalismo como el paso a una novedosa interrelación de Cataluña con España y de ambas con Europa. Aun así, era un hombre pragmático, que estimaba a quienes tenían los pies en el suelo y que detestaba las “obsesiones inútiles” y los conflictos inacabables. No me cabe duda de que, ante la explosión soberanista catalana, hubiera sido partidario de la celebración de un referéndum como la forma más democrática de saber qué quiere la gente, eso sí, siempre que la consulta se propusiera no confundir y plantear una pregunta clara e inequívoca.

Apoyar la celebración de un referéndum como medida democrática no significa ser independentista ni es incompatible con la posición federal que Ferrater siempre sostuvo y desarrolló con algún detalle. Veía en el federalismo la única forma de acabar con la oposición de dos polos que suelen presentarse como irreconciliables: la unidad y la pluralidad. La filosofía integracionista que propugnó se basa justamente en el empeño de acabar con los absolutos, las sustancias y las esencias, trata de ver la realidad no como una pugna entre extremos para anularse mutuamente, sino como un “continuo” inapresable por categorías rotundas y cerradas. Esa perspectiva está ya presente en su ensayo sobre “las formas de la vida catalana”, la primera de las cuales es la continuidad, seguida de la ironía, el seny y la mesura. No son solo maneras de ser, sino cualidades a adquirir.

La filosofía integracionista ve la realidad no como una pugna entre extremos sino como un continuo

Fijémonos en la continuidad: “una comunidad humana es ‘continua’ cuando no hay en ella, históricamente hablando, puntos y apartes, o cuando éstos son solo un modo de reordenar lo que sigue apareciendo como un conjunto en marcha”. Significa no anclarse en el pasado ni dejar de transformarse con vistas al futuro. En el escrito Reflexiones sobre Cataluña (recogido en el volumen: Tres mundos: Cataluña, España, Europa), pone en guardia a los catalanes contra la reiterada tendencia a contemplar el pasado como lo que hubiera podido ser y no fue, pues solo así dejarán de vivir “obsesionados por el pasado”, serán libres de “intervenir en la realidad sin convertirla en sueño”. Solo si nos liberamos de la “enfermedad del pasado”, del deseo inmarcesible de “renacer” constantemente, dejaremos de interpretar lo que fue como algo que determina irremediablemente el futuro.

El método de Ferrater requiere ironía —él la cultivó con ingenio exquisito—, la distancia imprescindible para contemplar las dos caras de un mismo problema sin miedo a sucumbir a las razones del contrario. Desde la ironía se enfrenta al cansino debate de la “lengua propia”. En 1960 ya escribe a favor de la “catalanización de Cataluña”, porque está convencido de que Cataluña pierde su personalidad si renuncia a su lengua. Sin embargo, no secunda la opción por el monolingüismo, que solo ve explicable desde la necedad y la ignorancia. Todas las “lenguas pequeñas” necesitan el amparo y el soporte de una lengua más universal, porque la lengua es “un instrumento cultural y social” y no “un órgano misterioso —una víscera punto menos que mística y mítica”, inventada por una “psicología lingüística casera—”. Pero no hay que precipitarse: apostar por el bilingüismo no es fácil, no consiste en conformarse con un patois que mezcle alborotadamente ambos idiomas: “El bilingüismo cultural es pernicioso solo cuando se pierde conciencia de él —y se pierde, por añadidura, la habilidad de emplear con razonable soltura ambas lenguas—”.

Esa “razonable soltura”, Ferrater empezó a echarla de menos cuando la administración catalana oficializó el catalán, prefiriendo la cantidad de catalanoparlantes a la calidad lingüística. El celebrado lema “pus parla en català, Déu li’n don glòria”, parecía ser la norma. Ferrater se echaba las manos a la cabeza: “¡Me llegan cartas de la Generalitat con faltas de ortografía!”.

Advirtió a los catalanes contra la tendencia a ver el pasado como lo que hubiera podido ser

En los mismos años sesenta, cuando Europa aún estaba lejos, Ferrater Mora vislumbra una relación “Cataluña, España, Europa” más allá de las naciones y las soberanías nacionales. Por lo mismo que los separatismos están trasnochados, piensa que las naciones son anacrónicas. Quienes han hecho suyo, sin pensarlo dos veces, el eslogan del 11 de septiembre: Catalunya, nou Estat d’Europa, harían bien en reflexionar sobre este párrafo del filósofo: “Al presumir que catalanizando a Cataluña se la hace más europea, no quiero decir que Cataluña tenga que convertirse en una ‘nación’ a la antigua usanza para que de tal modo pueda incorporarse a un presuntuoso ‘concierto de naciones europeas’. Porque resulta que: primero, no hay ya, en el sentido ‘tradicional’, naciones; y segundo: el ‘concierto’ en cuestión produce melodías harto distintas de las soñadas por los economistas y políticos ochocentistas. Una Cataluña ‘urbana’ y alerta: eso es lo que significa una ‘Cataluña europea’. El resto son juegos florales y sardanas”.

Podría seguir enhebrando citas que no solo resultan tremendamente actuales, sino que ofrecen buenas razones para cuestionar el simplismo soberanista, así como la oposición visceral y recalcitrante de los grandes partidos españoles a revisar a fondo el Estado de las autonomías y convertirlo en el Estado federal que ya casi es. En el discurso de investidura como doctor honoris causa por la Universidad Autónoma de Barcelona, en 1979, Ferrater Mora nombraba cuatro elementos que, a su juicio, debían caracterizar a la filosofía y, podríamos decir, a la reflexión en general que se precie de hablar de problemas reales y se proponga solucionarlos. Son los siguientes: la fidelidad a la realidad, la propensión al pacto, el profesionalismo y el deseo de claridad.

Son las actitudes que quisiéramos ver en el político cuando aborda situaciones inéditas como la crisis económica y la explosión independentista. Quisiéramos verlas, pero no las vemos. Ni la voluntad de pacto ni la de hablar con claridad han acompañado a la gestión de la crisis. Tampoco los líderes del independentismo parecen muy dispuestos a la claridad y al pacto tras un debate serio, riguroso y libre de manipulaciones.

El pensamiento integracionista de Ferrater Mora es una invitación a la conciliación, teórica y práctica. Fue un filósofo que rehuyó los ismos que nos encierran en habitáculos sin ventanas e impiden afrontar los conflictos de manera civilizada. No soy la primera en recordar, al conmemorar sus cien años, que sus “formas de la vida catalana” no son precisamente las que se muestran en el discurso mesiánico e impreciso que domina la política catalana.

Victoria Camps es filósofa. Acaba de ser galardonada con el Premio Nacional de Ensayo 2012 por su último libro, El gobierno de las emociones (Herder).

(El país, 14/11/2012)

Vínculo al artículo:
http://elpais.com/elpais/2012/11/09/opinion/1352487029_167182.html

 

La inmersión ¿tocada de muerte?

Victoria Camps


El revuelo que se arma sobre la lengua vehicular esconde una cuestión de principio: que la escuela debe ser monolingüe


(No puedo creer que la consejera Irene Rigau dijera en serio que la inmersión lingüística está tocada de muerte, tras conocer la sentencia del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña. ¿De verdad piensa que por introducir una asignatura en castellano la inmersión corre peligro? El revuelo que se produce cada vez que se pone en cuestión el modelo de inmersión lingüística lleva a la sospecha de que no se está discutiendo a partir de lo que de hecho ocurre, sino una cuestión de principio: la enseñanza en Cataluña ha de ser monolingüe. Por eso nuestros conflictos se enquistan en discusiones eternas que, para más desgracia, ni siquiera son discusiones sino declaraciones de agravios.

Intentemos entender cuál es la situación. La segunda ley de inmersión lingüística, la de 1996, optó por la escuela monolingüe. También lo hizo la Ley de Educación de Cataluña de 2006. A saber: todas las clases se imparten en catalán, a excepción de la lengua castellana, que debe darse, como es lógico, en castellano. Esta ley, a diferencia de la anterior, que era la buena porque admitía más flexibilidad en el uso de ambas lenguas, fue mal recibida por aquellos que no entienden que una sociedad que se enorgullece de su bilingüismo real, se resista a que esa realidad social se vea reflejada en la escuela. Si somos bilingües, ¿por qué no puede serlo también la enseñanza? La respuesta oficial siempre ha sido clara: el catalán necesita más protección que el castellano, lo que hace indiscutible el mayor peso del catalán en las horas lectivas.

Si atendemos a las consecuencias de dicho modelo de inmersión, hay que reconocer que el problema no son las consecuencias del mismo para los alumnos. Es cierto que el modelo lingüístico introducido en Cataluña no tiene resultados negativos en el dominio de ninguna de las dos lenguas. Nuestros alumnos, en general, tienen un conocimiento lingüístico tan mediocre en ambas lenguas como el resto de los niños españoles. Dominan el castellano porque, salvo pequeñas excepciones, está más presente en su entorno que el catalán, por mucho que algunos intenten resistirse a que así sea. Es falsa la afirmación de que el castellano puede desaparecer en Cataluña por culpa de la inmersión lingüística. Es falsa porque es imposible. Es decir que el problema de la inmersión no es tanto el de los resultados, como el de empeñarse en insertar al niño en un mundo ficticio, un imaginario irreal, creado por la voluntad de quienes querrían que Cataluña fuera realmente monolingüe y se extinguiera de una vez ese bilingüismo tan molesto.

Dicho de otra forma: el problema es el fuero, no el huevo. Nos cansamos de decir que en Cataluña no hay problema lingüístico porque nos entendemos de maravilla pasando de una lengua a la otra sin apenas darnos cuenta de qué lengua estamos usando en cada momento. Lo que lo enreda todo es el fervor legislativo. Los defensores del monolingüismo aducen que, de hecho, la escuela ya es bilingüe dado que, cuando dejan el aula y salen al patio, la lengua más utilizada entre los niños es el castellano.

Sería bueno que nuestros dirigentes inspeccionaran y evaluaran de vez en cuando lo que de verdad ocurre en las escuelas públicas y concertadas

Cuestión de principios, como decía. No importa lo que ocurra de hecho, sino lo que quiera imponerse por derecho. Sería bueno que nuestros dirigentes inspeccionaran y evaluaran de vez en cuando lo que de verdad ocurre en las escuelas públicas y concertadas, cuál es la lengua que realmente se usa en las aulas de las escuelas de barrios periféricos o de las escuelas concertadas de las zonas de renta más alta. ¿Se usa siempre y solo el catalán como manda la ley? ¿O hay una mezcla inevitable porque la realidad la impone? Como escribió Francesc de Carreras hace unos días, una ley es arbitraria cuando solo se cumple cuando conviene. Nadie puede dejar de reconocer que los tribunales que se han pronunciado al propósito, empezando por el Tribunal Constitucional, hayan dejado de establecer el mayor peso que debe tener el catalán. Solo piden que el castellano no quede relegado a la categoría de lengua extranjera.

Un último argumento. Se suele aducir, a favor del método de inmersión, que solo con él se ha logrado el valor más importante: la unidad de criterio y la no división de los escolares por la lengua, evitando así una indeseada fractura social. Es cierto. Pero también lo es que la unidad se podría haber logrado igualmente con una mayor flexibilidad a favor del castellano, dejando margen para que las escuelas adaptaran la frecuencia en el uso de una u otra lengua a la demanda o a las necesidades de cada situación.

Una escuela en Olot tiene un alumnado diferente al de una escuela del cinturón metropolitano. En unos casos, los alumnos requerirán más catalán y, en otros, más castellano. Todo tendría un arreglo fácil y nada traumático si las políticas públicas dejaran de ser instrumentos de ideologías, que discurren a espaldas de lo que pasa en la calle. Nos quejamos de que la Constitución esté sacralizada. Me temo que también desde aquí nos agarramos a ciertos principios como si fueran sagrados.

Victòria Camps es profesora emérita de la UAB.

(El País, 11/02/2014)

Vínculo al artículo:

http://ccaa.elpais.com/ccaa/2014/02/10/catalunya/1392058332_434569.html

 

 

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