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Nuestro pequeño mundo

 

Nuestra pequeña vida

Emilio Porta
Estando en China y viendo un mundo literario y cultural tan diferente y desconocido -como desconocido es para ellos el nuestro- confirmé todo lo que pensaba sobre los mundos tangentes que se tocan solo en puntos aislados, pero que no llegan a penetrar uno en otro. El lenguaje es una barrera infranqueable, una muralla que separa e impide la ósmosis en el pensamiento hablado y escrito. Hay diferentes mundos culturales y eso, a pesar de internet, convierte el universo literario en universos múltiples sin puntos de conexión. A su vez, dentro de cada pequeño mundo cultural y social, hay tantos mundos de pequeños grupos e individuos, que se hace imposible el hacer referencia a la cultura, la literatura o el arte como un todo. El todo al que se aspira está siempre fragmentado y el único modo de llegar a él es que ese todo sea individual y personal y cada uno nos construyamos nuestro pequeño mundo -de paredes amplias si se puede- pero personal e intransferible y, sobre todo, complejo y difícil de compartir. No llegamos, esa es la verdad, más que a alcanzar algunos destellos de lo que se produce en las artes y las letras. Solo nos podemos quedar en pequeñas estancias pues los caminos son tan inmensos que el único modo de no caer en el desasosiego es delimitar nuestros ámbitos. El sentido puede ser universal pero los logros y los lugares que habitamos tienen que ser elegidos de acuerdo a nuestras posibilidades de tiempo y espacio. Porque el objetivo tiene que ser integrar lo que somos y lo que deseamos, no rompernos persiguiendo lo general e inalcanzable. Es por ello tan importante que, junto a las cosas leídas, como dice Paul Auster, se encuentren las cosas vividas. Finalmente, no puede haber vida más infinita en su realización que nuestra pequeña vida. Amplia en la mirada, pero concreta en sus elecciones. Esa pequeña vida cotidiana puede ser una vida grande. Tan solo depende de nosotros situar la dimensión. Y en esa dimensión lo único que cuenta es nuestra capacidad de integrar obra, conducta y vida, más allá de los resultados o las consecuciones sociales. Muchas veces miro la vida de Pessoa, tras leerle, y siento que no fue un hombre feliz pero fue un escritor inmenso. O quizás no, quizás supo armonizar más de lo que creemos su escritura y las frustraciones personales que toda existencia acarrea. Quizás el problema sea siempre esperar más allá del acto, más allá del camino que, como decía Cavafis en su poema Itaca, es nuestro mejor destino.

 

Tiempo & existencia

Emilio Porta

A determinadas personas les falta tiempo siempre... y a otras les sobra. No es cuestión del exterior, es cuestión de quién cada uno es. El exterior, las tareas, son siempre un marco de referencia imposible para quienes desean conocer, vivir, experimentar todo. Es evidente que no todos somos iguales y que, de vez en cuando, en la evolución aparecen seres diferentes que, a pesar de serlo, tienen que aceptar las limitaciones de la organización social. Y luego esa terrible contradicción en la lucha por escapar de la cotidianidad: todos necesitamos una casa con paredes, alimentos y - los que vivimos en esta parte del mundo - una ducha de agua caliente en invierno. No vale de mucho la no aceptación. Sé que la Naturaleza es terrible. Y por eso admiro las consecuciones del ser humano. A ciegas, autoengañándose, ha luchado y lucha por el progreso, la mejora de la vida, se ha enfrentado a la enfermedad y a la muerte e intenta alcanzar las estrellas. Solo tiene un límite individual: su propio cuerpo. Y esa frontera, tarde o temprano, no levanta la barrera del tránsito.

La vida te va diciendo lo que hacer cuando miras bien. No podemos vencer al tiempo. Solo convertir en memoria los instantes eternos. Y vivirlos. Esa es la máxima rebelión: la no aceptación de la condena. Y buscar la luz en la oscuridad. Y, luego, tener la suerte de que esa luz alguna vez nos alcance y disipe el dolor y la extrañeza. Darle calor a la dureza de la existencia con la fuerza del corazón y la claridad de la mente. Los recuerdos son peldaños de nuestras raíces personales. Y siempre han sido previamente sucesos. Esos están en nuestra mano, una vez que nadie depende de nosotros -o solo dependen un poquito- y eso es cuestión de crecimiento, lucidez y firmeza. Y no ser un idiota: no tirar lo que tenemos por buscar lo que no podemos resolver ni conseguir. No exigir lo que no se nos puede dar. Esos conceptos sociales, tan arraigados por la ignorancia, esos comportamientos llenos de tópicos y de estupidez que solo llevan a quedarse con la nada en las manos. En la nada navegamos, pero intentamos que haya pequeños espacios de pertenencia y de esperanza. Pequeños huecos que no invadan. Pero también murallas de consciencia y aire en libertad que impidan las invasiones ajenas. Todo empieza a perderse cuando creemos que tenemos derechos sobre los otros. Cuando exigimos. O cuando pedimos. Pedir nos lleva al abismo. Solo se puede dar aquello que, a la vez, es recepción. Y luego está la física y la química... pero eso es la base de la vida. La vida, cruel y maravillosa, a la vez o por separado en ocasiones, que necesita saber que las mareas se sujetan a los rayos de luna y que es suma solo cuando la adrenalina y la dopamina de A y B circulan y se producen en el mismo sentido. ¿Química también el cariño? También... pero hay que amar la química, la de cada uno, que, a veces, confluye con la de otro. Y entonces se puede caminar. Y volar. Quizás haya algo más desconocido en nuestras posibilidades y potencialidades... Eso, intuitivamente, nos lleva más allá y nos permite sentir que algunas cosas y momentos se eleven sobre el horizonte limitado de la Humanidad. Nada es lineal y plano. Seguramente, lo que llamamos intuición es una avanzadilla de algunas inteligencias que están un paso por delante de lo común. Lo que llamamos magia que envuelve lo desconocido. Y que algunos percibimos a pesar del frío de las peores estaciones y los avisos del miedo. Ese miedo que solo puede ser vencido por la luz que penetra la tierra, que atraviesa la roca y salta sobre el agua. Esa luz capaz de alumbrar más allá del horizonte, capaz de disolver las sombras que el muro que se levanta contra el deseo proyecta contra su propia realidad.

 

El viaje de las fotos y las palabras

Emilio Porta
Cuando era pequeño me enseñaron a rezar. Era algo bonito, porque entrañaba deseos de algún bien para mí y para los que quería. Yo he rezado, a mi manera, lanzando pensamientos y sensaciones al aire, en los monasterios y en las iglesias pequeñas, también en alguna catedral, alguna ermita. No creo ahora en esas cosas y me declaro agnóstico convencido, pero es como si hablara a las estrellas, a las fuerzas cósmicas y mágicas. Ya no lo hago directamente a Dios, pues no es posible hablar a alguien tan descuidado y posiblemente inexistente como persona. Pero hablo en silencio a los misterios.

Las oraciones partían siempre del desastre. De este valle inundado de lágrimas. Y, seguramente, muchas de ellas han llenado los mares. Sin embargo, a pesar del cansancio y el frío del invierno, siempre quedan pequeñas islas de esperanza y paz asentadas en la memoria y en la conciencia de que el sol sale después. Y en la certeza de que también hay lluvia y niebla buenas y el gris puede ser un maravilloso color.

La Literatura ha sido, durante prácticamente toda mi existencia, plataforma y refugio constante. Por eso compartirla con quienes caminan del mismo modo, y perciben y sienten la misma atmósfera, hace circular la sangre cuando se detiene por circunstancias inesperadas de la vida.

A veces pongo también fotos a las palabras, faros de luz que acompañan los surcos labrados en el tiempo. Todo ello hace que aunque, en alguna ocasión, caminar sea complejo y difícil, podamos continuar el viaje y llegar a lugares donde nada se nos puede quitar.

Esos lugares son, en muchas ocasiones, los libros. Las paginas, escritas y leídas, en las que el universo parece adquirir otra dimensión, parece girar sobre sí mismo en una cabriola infinita en la que la palabra es la clave.

La palabra, la primera piedra de la cultura. Lo que nos hace pensar, evolucionar, ser. La palabra, la llave esencial del ser humano.

 

Maleta del tiempo

Emilio Porta
Desde niño había visto, en el andén de la estación del lugar donde vivía con mi familia, a los viajeros arrastrando pesadas maletas antes de subir al tren. Yo pensaba que llevaban dentro muchas cosas de la vida, pues si no era imposible que pesaran tanto. Recuerdo que, en una ocasión en que fuimos a despedir a mi tío Luis, que se marchaba a trabajar a la ciudad, vi como casi se cae al intentar subir su maleta al vagón.

- Como pesa, Fernando, cómo pesa....
- Ya, Luis, es el tiempo, lo que llevamos vivido, que empieza a pesar... pero no pierdas el equilibrio, hermano, que tu siempre has sabido muy bien donde estaba el centro de gravedad de la vida,
dijo mi padre riendo.

Mi tio Luis sonrió ante las palabras de mi padre y terminó de subir al tren, diciéndonos adiós con la mano, una vez que el pesado fardo se asentó en la plataforma. Yo también sonreí, aunque era la primera vez que escuchaba decir eso: "centro de gravedad". Pensé que era algo importante que, con los años, yo también conocería.

Sin embargo, mientras volvíamos a casa en el viejo Ford Balilla heredado del abuelo, que había arrumbado en el garage a nuestra antigua moto con sidecar, recordé el consejo que nos había dado la maestra en la escuela de preguntar siempre lo que no sabemos y le espeté a mi padre:

- Papá, ¿qué es el centro de gravedad de la vida?

Mi padre sonrió de nuevo, esta vez ampliamente, y, mirando mis seis años con comprensión y una indisimulada dosis de ternura, me dijo: " Es lo más permanente que tenemos, lo que hace que todo se mantenga. El centro de gravedad es el lugar del equilibrio"

Sin duda mi padre era un hombre culto y sabio. Yo volví a sonreír y él continuó conduciendo. Pero me dí cuenta de que la vida era algo muy complejo y que yo no sabía nada de ella, que tenía muchas cosas aún por descubrir, pues, a decir verdad, tampoco entendí muy bien lo que significaba equilibrio. Quizás algo relativo al circo, a los que se movían en la pista o sobre los trapecios, pero ya no me atreví a preguntar nada más.

Ahora, pasados los años he conseguido entender las palabras de mi padre.
Y también, también he comprendido, cual es el centro de gravedad de la vida y por qué pesaba tanto la maleta de mi tío Luis.

 

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