Edición nš 8 Julio/Septiembre de 2009
José María gómez Gómez
José María Gómez Gómez
REFLEXIONES Y ANTOLOGÍA POÉTICA
Si alguna definición consiento para mi quehacer poético es el de “poesía intelectual”, expresión acuñada por Jorge Luis Borges para aludir a sus propios versos, y a la que yo me adhiero en líneas generales.
Esta expresión, que puede parecer un oxímoron o contradicción, y tal vez lo sea, en realidad sugiere que el ejercicio poético es la mágica o mística conjunción de inspiración y técnica consciente. Para mí la poesía tiene una raíz espiritual, intuitiva, es “esa cosa alada y evanescente” de que hablaba Platón, pero al mismo tiempo un quehacer intelectual, riguroso, consciente, sujeto a ciertas normas o técnicas que, de un modo general, hemos convenido en llamar figuras literarias, recursos o retórica.
Mis poemas, desde este punto de vista, aspiran a expresar ese poso de melancolía y escepticismo trágico que en nuestra alma deja la consideración de los grandes enigmas universales. El pensamiento existencial ha impregnado nuestro tiempo de literatura trágica. En el fondo, cada uno de mis libros parte de un símbolo que alude o insinúa ese estigma existencial de nuestro tiempo. En los título se aventura la raíz del símbolo.
“El sueño apócrifo” (1979), mi primer libro, plantea la irrealidad del ser humano, la sensación de sentirnos puro objeto de un sueño que un Soñador, tal vez así con mayúsculas, ha forjado para su entretenimiento. Sueño, por otra parte, “apócrifo”, ya advertido y descrito por generaciones de poetas que nos han precedido. En este sentido, quiero destacar de este mi primer libro poemas como “El Soñador”, “La nada”, “La rosa”, “Ion” y “Emblemas”.
“Yegua de la noche” (984), que fue distinguido con el Premio “Ciudad de Toledo”, es la expresión de la angustia humana, amenaza que acecha en nuestra mente en forma de “pesadilla” o terror intelectual. El título del libro es traducción literal y poética del término inglés “nightmare” (pesadilla), que en sajón antiguo significa “yegua de la noche”... ¿De qué terror se impregnan mis poemas? Me aterroriza la contingencia humana, los límites... Me aterroriza la realidad tangible, que resulta inexplicable, y los sueños e imaginaciones, menos explicables aún si cabe... La pesadilla está en la rosa, en la belleza, en el amor... Nos abruma el tiempo y el dolor y la nada. Todos los poemas del libro están impregnados de este pesimismo, cuyo padre puede ser Schopenhauer, pero antes Quevedo y Unamuno, y siempre Borges. Quiero destacar poemas como “Yegua de la noche”, que abre el libro y le sirve de título, “Anagnórisis”, “A un verso en un sueño”, “El enigma de Pitágoras”, “El castillo”, “Alguien”, “Dante Gabriel Rosetti” y “Asterión”.
Mi tercer libro fue “La máscara de oro” (1987), distinguido en el Premio “Florián de Ocampo” de la Diputación de Zamora. El libro arranca del estupor del poeta ante una hilarante paradoja, sentida en el Museo Nacional de Atenas al contemplar la Máscara de Atreo: la máscara dura más que el verdadero rostro... Desconocemos cómo fue el rostro de Atreo, en cambio conservamos su máscara. Tal vez sea este el destino humano: de nosotros perdurarán máscaras o apariencias pero no la verdad de nuestro ser... Ahora bien, ¿acaso nuestro ser es otra cosa que una sucesión de máscaras? Creo que algunos de los poemas de este libro no me deshonran: “El hombre”, “The nothing I am”, “La Náusea”, “La ceguera de John Milton”, “La máscara de oro” y “ Máscaras”.
“Los recodos del laberinto” es mi último libro de versos por ahora. En él se parte del mundo como un “laberinto”, en cuyos vericuetos, recodos, escansiones y bifurcaciones se entretiene y angustia nuestra vida. Los “recodos” fundamentales de mi vida han sido Parrillas (donde nací), Toledo, Madrid y Talavera de la Reina. Monumentos, rincones, paisajes, pinturas, esculturas, artesanía... todo ello bulle en mi laberinto, pero también ese “no sé qué” indefinible, ese “fuego misterioso” e inexplicable que algunos llaman patria. Algunos poemas especialmente significativos para mí son “Castilla”, “Toledo”, “El Entierro del Conde de Orgaz”, “Talavera de la Reina”, “Alonso de Covarrubias”…
La figura, el simbolismo y el ensueño de Cervantes y Don Quijote siempre estuvieron presentes en mi poesía. De su lectura y reflexión nacieron los poemas que conforman mi último libro por ahora: El libro y la sombra.
Alguien preguntará en qué escuela o movimiento literario me inscribo. Personalmente en ninguno, por más que esté de moda ponerse etiquetas. Vuelvo por donde empecé. la única definición que consiento para mis versos es aquélla de Borges: “poesía intelectual”. La lista de mis poetas preferidos empieza por Virgilio, Horacio y Propercio, Fray Luis de León y Quevedo, pasa por los poetas ingleses metafísicos del XVII y románticos del XIX, Beaudelaire y los “malditos” franceses, Valéry... y termina en Borges. Me siento sobrio y discreto hombre mesetario y atlántico. Me cansa la superficialidad de tantos versos actuales y el sensualismo levantino y veneciano. No me deslumbra la luz del Mediterráneo. Me aburre el prosaísmo moderno. Prefiero practicar el soneto inglés o shakespeariano, investigar nuevos ritmos basados en la anáfora y la enumeración caótica. Y la imagen intelectual o símbolo.
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