Ediición nē 14- Enero/Marzo de 2011
La ofrenda, nueva novela deAna Alejandre.
La novela de la memoria
José Manuel Caballero Bonald
Seix Barral
928 págs.
por Ana Alejandre
Este libro de memorias, construida a manera novelada, puede proporcionarle al lector unas horas de agradabilísima lectura porque, además del talento narrativo de su autor que se pone de nuevo de manifiesto en esta obra, se podrá encontrar a la España de la guerra hasta la Transición, después de la muerte de Franco.
El lector a lo largo de la lectura de esta obra se debate entre la duda de qué es parte de la ficción y qué es parte de la realidad, pero esa duda pesa poco a la hora de juzgar a La novela de la memoria porque su verdadero peso - y no es liviano, por cierto-, es la calidad de la prosa narrativa, la emoción que destilan sus páginas, el preciado don de la palabra usada como sabe hacerlo Caballero Bonald y que ya ha puesto de manifiesto en sus obras anteriores como Agata ojo de gato y Manual de infractores, por citar algunas, que crea la tensión narrativa y deslumbra por su maestría y la maravillosa urdimbre que ilumina con los fogonazos de su talento puesto al servicio creador de la literatura con mayúsculas.
En esta obra, separado en capítulos independientes, el autor va mostrando sus vivencias, encuentros, desencuentros, afectos y desafectos, pero sin dejar de mostrar en cada capítulo narrativo que lo importante no es lo que cuenta y que lo es mucho, sino cómo lo cuenta, dejando al lector en cada página fascinado por la soberbia prosa y la hondura de este texto en el que se pueden ver claramente las huellas indelebles de un maestro.
Los personajes con los que se cruza en su discurrir vital son muchos y de renombre, lo que añade un plus más a este gran libro, y por citar a unos pocos se pueden encontrar a Gil de Biedma, Blas de Otero, Camilo José de Cela, Rafael Alberti, Paco de Lucía o Félix de Azúa, por citar unos cuantos y dejando a muchos en el tintero. A todos ellos nombra, retrata magistralmente y lo hace no sólo como alguien que conoce bien a quienes nombra, sino como un agudo y lúcido observador que sabe calar en la psicología de los otros y puede hablar con profundidad y lucidez, sin dejar la objetividad de lado.
Este libro, además de todos los datos que aporta, de los muchos personajes conocidos que pululan por sus páginas, también ofrece una lectura que no puede ser rápida y sin pausa, porque requiere atención, capacidad de disfrute en cada párrafo y el sosiego necesario para poder leer con deleite a uno de los grandes de la literatura española que hace alardes en esta obra de su maestría y de su dominio del lenguaje.
Este nueva obra de Caballero Bonald es recomendabilísima para los que siempre han sido seguidores adictos a sus obras y para quienes no hayan leído nada de este gran autor, ya que, tanto unos como otros, van a encontrar motivos para disfrutar de su lectura que no dejará indiferente a ninguno.
Lo que sé de los hombrecillos
Lo que sé de los hombrecillos
Juan José Millás
Seix Barral
Barcelona, 2010, 185 págs.
por Ana Alejandre
Esta última obra de Juan José Millás, incide en el surrealismo en cuanto al argumento, al que ya está abocado este autor en sus historias, como en el libro anterior Las cosas no llaman y en sus múltiples, divertidos, inteligentes, tiernos y surrealistas Articuentos, género literario que él ha sabido crear, mantener y convertir en un estilo personalísimo que pone de relieve sus dotes de escritor, observador y contador de historias, pero siempre desde el prisma de ese humor lúcido, de la ternura que subyace en todas sus historias, de la timidez de la que hace gala el narrador, muchas veces el propio protagonista de tales historias, y que convierten a los personajes creados por Millás en seres cercanos, humanos hasta en sus ridiculeces, inteligibles y siempre lúcidos, por lo que se hacen querer.
En la novela Lo que sé de los hombrecillos se encuentra el mismo universo de seres atrapados en sus propias contradicciones, por lo que son reconocibles y próximos al lector, pero en esta obra llevados hasta el extremo del surrealismo que no por ello le quita verosimilitud a la historia de un profesor universitario de economía, aburrido de la docencia y con un matrimonio en el que prima la conveniencia por encima de la pasión y la comunicación.
El personaje central, se ve asaltado por la visión de unos seres minúsculos, sólo visibles para él, que se instalan en su vida cotidiana de forma permanente, sin que sepa de dónde vienen semejantes criaturas ni por qué sólo los ve él. La relación de íntima unión o identificación de uno de ellos con el protagonista le hace sentir y vivir experiencias nunca vividas antes en un universo paralelo plagado de esos hombrecillos que le hacen alcanzar unos altos niveles de satisfacción sexual y sensorial nunca antes experimentados por el estupefacto profesor, que ya no sabe ni quiere renunciar a ese excitante universo que se ha abierto ante él.
La alegoría de la historia, con esos hombrecillos, trasuntos y alter ego del protagonista que personalizan cada uno de ellos las tendencias, deseos insatisfechos, anhelos, apetencias carnales y venales, y que son mirados como algo ajeno a su propia naturaleza, como entes objetivos y exteriores que van rompiendo con sus mandatos y sugerencias, las cadenas autoimpuestas por la propia censura interna, para así poder romper todos los tabúes, las absurdas prohibiciones, los vetos y las inhibiciones del protagonista que se ve encaminado a disfrutar de todos los placeres, pero sin sentir el menor remordimiento de dejarse llevar por sus instintos en la búsqueda del placer que antes le estaba vedado.
El protagonista así se ve envuelto en mil y una aventuras sexuales, y satisface otras apetencias como fumar, beber, hábitos que ya tenia olvidados y todo ello incitado por el extraño apéndice psicológico en el que se ha convertido el pequeño hombrecillo con el que siente una identificación total, lo que le permite oír, ver y sentir lo que hace el minúsculo personaje, como si fuera él mismo quien estuviera oyendo, viendo o sintiendo las mismas sensaciones, al mismo tiempo que comprueba que al hombrecillo le sucede lo mismo con sus propias sensaciones.
En una palabra, el protagonista se ve así tentado, en esa extraña simbiosis con el pequeño alter ego, hasta intentar cometer un asesinato, todo ello para ver qué se siente al matar a un semejante. Todas estas acciones están siempre imbuidas por la sensación de irrealidad, de ser “otro” quien las realiza, dejando así de lado los límites morales que el protagonista ha tenido siempre en su vida cotidiana.
Esta novela, alegoría como he dicho anteriormente, es la historia de un hombre que vive atrapado en la rutina de la cotidianidad que le asfixiaba, y la imaginación crea esos pequeños seres, alimentados por la fantasía y la insatisfacción de toda vida en la que falta la dosis de pasión, sentido y autenticidad que es necesaria para no caer en la irrealidad de la propia realidad que asfixia y mata el deseo de vivir y la sensación misma de estar vivo. Esa misma imaginación, como válvula de escape, le permite sentir, experimentar y gozar de unas sensaciones y vivencias que le compensan del hastío en el que se encontraba sumido el protagonista de la historia y que le hacen, una vez saciadas, volver a la realidad con el ánimo satisfecho y recobrando el deseo de vivir otra vez la vida cotidiana, escapando de esos pequeños monstruos que la propia mente crea cuando está cansada o decepcionada de la vida.
Juan José Millas con su prosa directa, clara, siempre exenta de descripciones innecesarias, narrando sólo en pocas palabras el transcurso de la historia, ofrece en esta novela breve, sólo ciento ochenta y cinco páginas, una pequeña historia que se debate entre los límites de la realidad y la ficción, planteándose la pregunta que todo lector debe responderse: ¿qué es la ficción y qué es la realidad? . Aunque la respuesta está clara por parte del autor: Parece decir Millás que muchas veces es la fantasía más intensa en sensaciones y más real, ya que ambas se unen, se imbrican mutuamente y esos dos universos aparentemente distintos, vienen a ser uno mismo, porque en toda existencia se entremezclan, en una mayor o menor medida según cada persona, y el resultado es lo que llamamos vida real, pero para que ésta merezca ese nombre de verdad, tiene que estar matizada y trufada de imaginación, de fantasía que es la materia sutil de la que están hechos los sueños que alimentan toda vida.
Poesía y Lenguaje
Mario Soria
Bubok
Madrid, 2010
462 pags.
por Ana Alejandre
Poesía y Lenguaje tiene un título similar, aunque cambiado el orden de las palabras, al libro del poeta Jorge Guillén que se titulaba Lenguaje y poesía, y aunque ambos parten de premisas distintas llegan a la misma conclusión: el lenguaje es vehículo de expresión del pensamiento y determina y matiza el mismo, sobre todo en el lenguaje poético. Unamuno decía que “el lenguaje no es sólo la expresión del pensamiento, sino que es el pensamiento mismo”.
Este libro no es un poemario, porque su autor no se considera poeta, aunque ha escrito algunos interesantes poemas. Tampoco es un libro de filología, porque tampoco es un filólogo. Es una obra de ensayo, es decir, producto de la reflexión lúcida, detallada y precisa sobre la importancia que tiene el lenguaje en la manifestación verbal de la poesía, en cuanto a que es el cauce por el que discurre la idea que la hace nacer en forma de poema. El lenguaje, por ello, no es un mero instrumento de expresión de la idea poética, sino que además de dar significado a la misma es significante, a través de los muchos instrumentos que el propio lenguaje da y los recursos estilísticos que cada poeta utiliza para expresarse.
Poesía y lenguaje es, por tanto, es un libro de ensayo, pero no tiene que asustar por su extensión o contenido a quienes no estén acostumbrado a leer este género literario, ya que su prosa es clara, directa, y cuidada, por lo que muestra el fino análisis, el rigor expositivo y capacidad incisiva de su autor para analizar las múltiples facetas que ofrece el tema que analiza y en este caso es el lenguaje poético. Es un libro lectura amplia con lenguaje preciso y riguroso, por lo que puede interesar a todo tipo de lectores, sean o no profesionales de la literatura.
Hay que tener en cuenta que la poesía es una forma del discurso literario y artístico, regido por una disposición rítmica y por la relación de equivalencia entre sonidos e imágenes. Según afirma el filólogo Tomás Navarro Tomás: “La linea que separa al verso de la prosa se funda en la mayor o menor regularidad de los apoyos acentuales".
Este libro está dividido en tres partes bien definidas, la primera “Poética” consta de 41 capítulos, y la segunda y tercera sobre temas filológicos. En su 462 páginas se destila el profundo conocimiento del autor sobre el lenguaje y sus múltiples vericuetos que, en relación con la poesía, permiten decir una misma idea pero dándoles matices diferentes que pueden llegar a subvertir la realidad misma que expresa la propia idea para añadirle matices o recalcar un concepto, una sensación, una experiencia distintas.
Expone numerosos ejemplos ilustrativos sobre las múltiples variaciones que los recursos estilísticos poéticos pueden proporcionar a la idea expresada.
El autor defiende la idea de que el objeto o materia de la poesía puede ser cualquier tema por intrincado que pueda parecer, de lo cual dieron abundantes muestras griegos y romanos, empezando por los presocráticos, especialmente Lucrecio y Virgilio. Los romanos utilizaban como inspiración poética escenas agrícolas, mitos metereológicos, creencias religiosas, viajes, paisajes, y un largo etcétera. Es decir, incluían o insertaban la poesía como elemento común de la vida cotidiana, dando a ésa la belleza sonora y la trascendencia que le aportaba el lenguaje poético y su conversión a través de éste en una realidad que se elevaba de su propia cotidianidad para alcanzar cotas de belleza que la dignificaba.
Pero, también, a través de la poesía se pueden expresar poéticamente puntos importantes de cuestiones filosóficas. Por ejemplo, para poder expresar una idea, una especie de intuición, algunos poetas repitem una misma idea, pero en cada repetición parece que va cambiando sutilmente esa idea primera gracias a la propia intención semántica o significante y en ese continuo y sutil cambio en la expresión de los múltiples matices de la realidad, ésta se va vislumbrando con toda nitidez.
La poesía nació primeramente para ser la compañera inseparable de la música, y conserva de ella la musicalidad, el ritmo, la cadencia, además de los otros elementos de la poesía: la métrica, la rima, asonante o consonante, o la falta de ésta, en tiempos modernos en los que predomina la rima libre.
Esa relación con la música hizo que la poesía fuera cambiando el ritmo musical por el ritmo lingüístico. Esto propició la concepción de la poesía en la que predomina la métrica y deja de lado prácticas poéticas como los versículos que está reflejada en la Biblia, pero llega a poetas como Walt Witman, Allen Ginsberg y Pablo Neruda, por citar algunos.
Además, la poesía es metafórica, el lenguaje poético está basado en la metáfora, porque expresa una idea con una descripción que se refiere a otra realidad con la que tiene una similitud intuida, no real, que el poeta quiere recalcar.
El autor de este libro no sólo habla de la relación existente entre poesía y lenguaje, sino en la diversidad que deviene de la utilización de una determinada lengua para expresar la idea poética. La poesía, por ello se considera intraducible, porque cada lengua tiene una musicalidad, un ritmo y una fonética que en la lengua original produce un efecto sonoro que coadyuva a manifestar la idea poética, pero al ser traducida a otra lengua con otra fonética, sonoridad, ritmo y cadencia, puede cambiar la significación o matizarla tan intensamente que desvirtúa el propio significado
Mario Soria hace hincapié en que el lenguaje poético no crea la realidad poética, sino que ésta subyace en la propia realidad de las cosas la aprehende y saca a la luz a través del poema, como si los ojos del poeta hicieran visible ante los lectores la poesía que la propia naturaleza, la vida, los seres y el mundo contienen en su esencia. El lenguaje poético no crea la poesía, porque ésta existe con anterioridad al mismo, ya que desde que el hombre es hombre empezó a vislumbrar otra realidad que trascienda a ésta y la dota de un significado trascedente o poético. Es decir, la idea poética es preexistente a la creación del poema y sólo puede ser expresada cuando se aúnan esa idea, inspiración, o musa, con la capacidad de creación poética que no es dado a quien la desea, sino a quien por ventura tiene ese don poético que permite plasmar la idea que inspira el poema en éste ya terminado. Por lo tanto, no es el lenguaje poético el que crea la poesía, sino que sólo la expresa en palabras, pero el lenguaje es, por consiguiente, el vehículo de expresión que ayuda con sus artificios y recursos estilísticos a que se exprese esa realidad poética que se manifiesta y que es preexistente al lenguaje mismo. Es decir, la poesía revela el misterio que encierra toda realidad y la hace palabra sonora dotada de gran belleza. Por eso decía García Lorca “todas las cosas tienen su misterio y la poesía es el misterio que tienen todas las cosas”.
Hay muchos estilos de poesía e incluso prosa poética y poesía en prosa, dependiendo de la época, ámbito cultural, e, incluso, tendencias o estilos: clasicismo, barroquismo, romanticismo, modernismo, surrealismo, dadaísmo etc. Sin embargo, aunque la forma del poema cambia, la esencia queda intacta. Aunque lo importante es lo que se dice, sin embargo el cómo se dice es definitorio a través de los recursos poéticos: métrica, rima, forma, ritmo, etc. hacen que un poema tenga una entidad única aunque hablen de temas tan comunes como el amor, el desamor, la vida, la muerte o el paso del tiempo. Cada poeta con su voz abre una puerta en el Parnaso y crea un mundo sutil y etéreo de belleza que tiene toda la musicalidad, la viveza, la intensidad y la emoción de la que es capaz el transmisor de esa idea poética que está basada en un elemento del simbolismo universal, al que el poeta expresa a través del lenguaje para transmitir ideas, sentimientos o sensaciones que a través del lenguaje, o materia necesaria para plasmar esa idea en forma de poema, toman corporeidad y forma y puede ser transmitida. La poesía forma así el puente entre el yo del poeta que observa al mundo y el tú del lector, del otro al que se le hace visible ese misterio gozoso que es cada poema. Quizás, por eso Chekespeare afirmó que:”El poeta es el espía de Dios” porque cada poema expresa la idea poética, es la manifestación de esa intuición como un chispazo que ilumina una parte de la creación divina que es el Universo y sus criaturas.
El poeta crea el poema y al hacerlo recrea la propia realidad que plasma a través de la poesía. Es decir, el poeta es el nuevo creador de una realidad preexistente que al incidir en ella para convertirla en la expresión sonora de un poema, parece transmutar esa realidad de la que habla haciéndola nueva, pura, primigenia, por la propia forma particular en la que está expresada. No existen dos poemas iguales que hablen de la misma idea, de la misma realidad, porque cada poeta al utilizar su propia sensibilidad, su propios recursos le da un cariz distinto, un matiz diferenciador que transforma la realidad mistérica hecha palabra que es todo poema. La poesía está en todas las cosas, pero al ser expresada matiza la realidad que expresa y la cubre con la magia infinita de esa revelación que es todo poema.
La poesía es la puerta que abre otra dimensión, la más oculta, la más indescifrable, en la que reside el sentido de todas las cosas, de esta realidad a la que vemos demasiado limitada por su propia esencia material, y esa puerta que abre el poeta con su mirada que traspasa los límites finitos de la materia, hace vislumbrar por unos instantes la infinitud de una dimensión ideal, de una realidad transcendente donde reside toda belleza, de la que el poeta ofrece una pequeña brizna, un simple reflejo, porque sólo es el intermediario entre ese mundo ideal y el real.
El autor de Poesía y Lenguaje, además, hace una reflexión sobre los distintos lenguajes y su peculiar idiosincrasia: fonética, sintaxis, morfología, sonoridad y vocabulario, por lo que parecen ser unos más flexibles que otros, más musicales y sonoros, es decir, más apropiados para la musicalidad poética. Por ello, los poemas no se pueden traducir sin que sufran una merma en su propia sonoridad, en su ritmo y en la cadencia que es otra de las características de la poesía escrita, es decir, del lenguaje poético.
No hay que pensar que existe solamente la poesía lírica, elegíaca, satírica, etc., sino que la poesía también ha sido, es y será un arma eficaz de lucha social, de ruptura con el orden establecido y de elogio a los revolucionarios que luchan por un mundo mejor. El autor expone varios poemas de distinto sentido político a modo de ejemplos. Es decir, dos ideas políticas distintas por opuestas, pueden ser objeto de un poema sin que la carga poética se vea mermada por la tendencia que defienda el poeta, porque la poesía nace de la visión profunda y trascendente de la realidad que nada tiene que ver con las opiniones siempre cambiante de los hombres. Por ello, incluso a dictadores, conquistadores, reyes, emperadores y personajes influyentes han servido de inspiración poética, aunque los partidarios y detractores de unos y otros no coincidan en su visión del personaje en cuestión. La poesía puede así enaltecer a una idea y a sus representantes, mientras que los detractores opinen de forma contraria. Así la poesía se convierte en un arma política al servicio de las ideas que comparte el poeta para elevarlas a niveles de dignidad y belleza que difícilmente son inalcanzables por sí mismas y muchas veces no coincide con la realidad de la cosas.
La poesía, en forma de poema, como toda obra literaria, nace en un momento dado, pero permanece en el tiempo como la expresión palpable del pensamiento de su autor, de su sensibilidad y de su talento creador.
Mario Soria nos ha ofrecido una obra que dice mucho más que lo que expresa, que lo que se puede apreciar a primera vista, porque, como sucede con los buenos vinos, se va decantando su aroma y sabor en todos los matices posibles cuando se paladea con tranquilidad, con catas renovadas. Este libro tiene muchas lecturas, no solo tantas como lectores, sino relecturas continuas que ayudaran a comprender toda la sabiduría que encierra, todas las reflexiones que puede hacer nacer en cada lector. Por ello, es un libro que no hay que leer del tirón, sino poco a poco, sorbo a sorbo, como el buen vino, para que pueda así desplegar toda su intensidad de matices, toda la capacidad de sugerencia que contiene.
En definitiva, una extensa y gran obra, que puede responder a muchas preguntas que sobre la poesía, su génesis, formas, estilos y sobre el propio lenguaje que le sirve de armazón necesario para ser expresada, pueden tener los lectores y que en este libro pueden ser respondidas con claridad, rigor y amenidad expositiva.
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