Ediición nē 14- Enero/Marzo de 2011

La ofrenda, nueva novela deAna Alejandre.

El sueño del celta, Mario Vargas Llosa, Alfagura, 2010.

El sueño del celta
Mario Vargas Llosa
Alfaguara, 2010


Por Ana Alejandre

Novela última de las publicadas por el flamante Premio Nobel de Literatura, se centra en la vida de Roger Casement (1864-1916), irlandés y el primer europeo que denunció de forma tajante los muchos abusos cometidos por los europeos en sus territorios conquistados de África y América Latina, por lo que se convirtió en un crítico feroz del Imperio Británico, del que había recibido el nombramiento de caballero, por lo que su figura de revolucionario se fue perfilando cada vez más en un luchador de su causa, siempre sorteando peligros hasta llegar finalmente a la muerte, en un último acto de sacrificio a su idea liberadora de su país natal de su anexión a Inglaterra.

La técnica narrativa de esta obra se basa en dos espacios temporales distintos pero alternados: el primero se inicia en 1916, año en el que está en prisión acusado de sedición y a la espera de que se cumpla su condena a muerte o ésta sea conmutada; y el segundo, se retrae hasta la infancia de Casement, cuando era un niño irlandés en el que se empezó a pergeñar la figura del revolucionario que llegaría a ser con el tiempo, y cuando se traslada como diplomático inglés hasta África, volviendo al presente carcelario del protagonista a la espera de conocer cuál será su destino: si la muerte o la conmutación de la pena capital en otra menor.

Se advierte en toda la obra una gran cantidad de datos, fruto de los muchos años dedicados por el autor a la investigación de la situación real de esos países en la época novelada y las vejaciones a las que eran sometidos los indígenas por parte de los países colonizadores. Sin embargo, no se advierte demasiado interés por el autor en describir el proceso transformador del diplomático en funciones en un revolucionario contra la propia potencia a la que representaba, por los abusos cometidos contra los naturales de los países en los que dominaba políticamente. Vargas Llosa traza un escuálido proceso de transformación psíquica del personaje, pero no escatima detalles, por escabrosos o sangrientos que sean, de las muchas indignidades de las que son víctimas los peruanos y congoleños y que repite de forma tan exhaustiva que llegan a hastiar al lector, porque el protagonista no narra lo que ve y presencia en primera persona, sino que relata los comentarios y datos que le llegan de forma anónima sobre los abusos cometidos hacia los aborígenes. El lector no puede imaginarse tanta atrocidad sufrida por miles de individuos sin nombre, ni rostro ni identidad conocida, por lo que puede llegar a resbalarle en las manos las múltiples páginas dedicadas a la expresión continua, detallada y prolija de tales infamias cometidas por los colonizadores y sufridas por seres múltiples y anónimos por los que el lector no puede sentir nada más que el horror de unas cifras, pero con la ausencia de la empatía que se siente hacia los semejantes a los que se ve y oye.

El desequilibrio entre los dos planos temporales narrativos: el primero en el que transcurre en la cárcel y, el segundo, en su actividad de revolucionario, hace que el autor intente paliar ese desequilibrio argumental y, por ello, expone a modo de simple recuerdos en el primero, cuando está encarcelado, algunos momentos de su vida azarosa de lucha por liberar su país, pero da tal cantidad de datos en esa primera parte sobre lo que hacía en su etapa de lucha activa que, cuando vuelve a ese segundo momento narrativo, parece estar explicado todo con antelación en forma de recuerdo y en su etapa posterior carcelaria por lo que parece reiterativo la nueva mención de tales hechos; quedando así la primera etapa narrativa a una sucinta mención de algunas escasas visitas y la relación que tiene con el sheriff que es el carcelero.

El argumento, rico en matices y en datos históricos, cuando se ha trasladado al libro, parece que no ha dado todos los frutos que debiera, porque no existe una definición detallada del personaje principal, sus angustias, inquietudes, contradicciones y esa lucha interna que es normal en quien sufre una transformación de la índole que sufre el protagonista y que es presentado sin claroscuros, como un personaje firme, pétreo, pero poco interesante por la falta de la dimensión humana necesaria. Su homosexualidad tampoco le sirve al autor para estudiar y perfilar mejor la personalidad de Casement y hace sólo referencias a sus encuentros con hombres, tanto reales como fingidos, que anota en su diario, pero sin la hondura e intensidad que requiere el tema en sí y el personaje en cuestión.

No se puede afirmar que ésta sea una de las mejores novelas de Vargas Llosa porque le falta la riqueza de expresión, la intensidad descriptiva de sus personajes que sí ofrecían otras obras anteriores, la rica imaginación que se encuentran en otras novelas de este gran escritor, como si esta obra fuera el fruto de un momento de cansancio después de tantos años dedicados a la escritura de la que nos ha dado excelentes muestras, pero todo ello hace pensar y desear que este bajón narrativo, en cuanto a lo que ha escrito antes, sea temporal y pronto pueda ofrecer obras de la talla literaria a la que nos tiene acostumbrados.

El sueño del celta es una novela ambiciosa en cuanto a escenario, historia y planteamiento, pero que no ha dado de sí todo lo que se podía esperar de tan excelente escritor.

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