Ediición nº 21 de Octubre/Diciembre de 2012

Alberto Bevilacqua y el poder de la sonrisa

Por Ana Alejandre


La inquietante relectura de la obra de Alberto Bevilacqua Carta a mi madre sobre la felicidad (Tusquets), publicada en 1997, provoca muchas preguntas todas ellas desasosegantes, y siempre demoledoras de todo conformismo e indiferencia ante la injusticia y la crueldad humana, porque esta obra es el relato pormenorizado que hace su autor a su madre sobre el infierno que vivió cuando le acusaron dos mujeres (una, dentista y, otra, periodista) de ser el asesino en serie conocido como “El Monstruo de Florencia”, cuya verdadera identidad aún no ha sido aclarada y sigue siendo un caso aún no resuelto, aunque el asesino mató a ocho parejas, entre 1968 y 1985, en los alrededores de Florencia, sorprendiéndoles de noche cuando las jóvenes parejas buscaban intimidad en los bosques cercanos a dicha ciudad y, después de matar a los dos, violaba y amputaba los órganos genitales de la mujer, llevándoselos como un siniestro trofeo de la carnicería que hacía en cada ocasión.

Pero lo más angustioso de este espeluznante caso, no sólo son los sangrientos hechos que motivaron la falsa acusación de un inocente, sino el hecho mismo de la atroz calumnia que convirtió la vida de uno de los escritores más famosos de Italia, además de poeta y director de cine, que se vio envuelto en un constante acoso mediático y físico, con peligro para su propia vida por las continuas amenazas de muerte recibidas, por el simple hecho de ser un personaje molesto para oscuros intereses particulares y organizaciones mafiosas a los que Bevilacqua había atacado ferozmente en sus escritos de forma constante y valerosa.

La obra pone de manifiesto el peligro de todo ciudadano, sea o no conocido, en una sociedad marcada por el absoluto imperio de los medios de comunicación que convierten en héroe o villano, en cuestión de segundos, a cualquier ciudadano sobre el que alguien, en singular o plural, pueda verter una serie de acusaciones infamantes, calumnias, descalificaciones y difamaciones, sin que la víctima de tales hechos pueda defenderse de la campaña de desprestigio que se vierte sobre su persona por una cuestión de venganza personal, de envidia (en la mayoría de los casos) o por representar una molestia para ciertos grupos o personas sin escrúpulos que pueden montar una escenografía siniestra en el que el personaje principal representa el papel de villano, asesino, violador y psicópata, sin que nada de lo que diga o haga pueda amainar el temporal que se cierne sobre su cabeza, su honor, su propia dignidad y su inocencia.

En casos así, los Tribunales son siempre lentos para poder exonerar de dichas acusaciones a quien ha sido otra víctima más de los hechos que se le imputan, y la maquinaria judicial tarda en dictar sentencia sobre la inocencia de quien ha sido injustamente acusado de atroces hechos o delitos que nunca cometió, si ha habido proceso, o no admite dicha denuncia falsa a trámite por no existir pruebas; pero siempre el daño es irreparable, porque se produce el resultado injusto pero seguro que ya anuncia el refrán que dice:” calumnia, que algo queda”. Por ello, reparar el honor, la dignidad, la propia imagen por parte de la víctima de dichas calumnias siempre es imposible, porque la sombra de la duda, de la maledicencia, de la rumorología señalará al injustamente acusado con el sucio dedo de la sospecha que esgrime la siempre repugnante afirmación de “Algo habrá hecho cuando ha sido acusado. Inocente del todo no puede ser”.

Alberto Bevilacqua, en este libro singular, se pregunta, le pregunta a su madre, si es posible ser feliz sumido en la desgracia y afirma que sí lo es, con la recuerdo siempre presente de lo que le decía continuamente su madre, sabia mujer, poseedora de esa inteligencia emocional que es la más importante de todas, que le enseñó el poder de la sonrisa cuando le decía:”Sonríe, ríe. Cuando más triste te sientas más debes intentar sonreír. Al principio no entenderás por qué te digo esto. Te parecerá un sinsentido. Después, la sonrisa te ayudará a comprenderlo y a verlo claro”. Esa enseñanza de su madre, mujer fuerte y tierna a la vez que para el escritor era la personificación de una frase de Hofmannsthal en la que siempre ha creído y que afirma que la risa espontánea de una mujer demuestra que “ la profundidad se oculta bajo la aparente superficie”. Esta firme creencia en el poder de la risa, como auténtico germen de la felicidad, le ayudó a sobrevivir a la pesadilla que lo envolvió a principios de los noventa sin perder la cordura ni el deseo de vivir.

Para la madre de Bevilacqua su fe en el poder taumatúrgico de la sonrisa, de la risa, estaba plasmada en una bella imagen que es una obra de Francesco Mazzola (El Parmigianino, 1503-1540), pero a la que siempre consideró como la imagen de una Vírgen que no había conocido aún el sufrimiento y era la viva estampa de la alegría íntima que existe en toda vida por el solo hecho de existir y gozar de ello; imagen que siempre ha acompañado al escritor en los momentos más difíciles de su vida, cuando la crueldad y el ensañamiento le hicieron comprender el inmenso poder de la sonrisa para vencer la oscuridad y la maldad del mundo.

Nunca se ha sabido la verdadera identidad del llamado “El Monstruo de Florencia”, a pesar de que detuvieron y encarcelaron a un campesino, de 68 años, de la misma zona en la que sucedieron los hechos, con antecedentes por asesinato y violación, llamado Pietro Pacciani, que cumplió condena hasta el 13 de febrero de 1996, fecha en la que fue absuelto ante la falta de pruebas y, posteriormente, apareció muerto en su domicilio, en 1998, en extrañas circunstancias. Además de él, otros tres hombres fueron detenidos y acusados de ser autores de tan execrables crímenes, pero tampoco existían pruebas suficientes contra ellos, incluso se detuvo durante 22 días a un periodista que investigaba el caso. Los asesinatos aún están por resolver, pero a ellos se suma una víctima más, no mortal, pero si vital, porque la vida de este escritor afamado y respetado, tanto en Italia como en el resto de los países europeos aunque en España sea poco conocido, se ha visto envuelta en el escándalo, la difamación y esa oscura muerte civil que es la pérdida del propio honor y respetabilidad que ha quedado manchada para siempre por la acusación de dos mujeres que vertieron calumnias y falsas acusaciones sobre él, en un acto premeditado de insania mental que les ha valido a ambas ser condenadas a dieciséis años de prisión.

A pesar de todo, Alberto Bevilacqua en esta obra manifiesta su completa adhesión a las palabras de su madre, esa sabia afirmación de que la sonrisa es una luz que alumbra en las tinieblas que muchas veces rodean al ser humano que sonríe para no llorar; y esa misma afirmación vital de confianza y esperanza de que dentro de cada dolor hay siempre un germen de felicidad oculta, es la que le salvó de la desesperación y el suicidio y pudo vencer a quienes quisieron destrozar su vida durante años con el arma infalible que le enseñó su propia madre: “Sonrié siempre, hijo, porque la sonrisa es la mejor arma para vencer a los canallas”.

Hermosa lección que Bevilacqua, en esa sincera y desgarradora carta a su madre, nos da a todos, a los que siempre hemos creído en esa verdad y a los que aún no conocen el poder de la sonrisa, de la risa, que es siempre la vencedora en el drama que se representa continuamente en el gran teatro del mundo.

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