Ediición nº 21 de Octubre/Diciembre de 2012

Imágenes de Juan Ramón Jiménez

Juan Ramón Jiménez


por Ana Alejandre

Nació el 23 de diciembre de 1881, en Moguer (Huelva) muy cerca de las minas de Río tinto y de las marismas del Guadalquivir, cuyo lugar de nacimiento le marcó profundamente por la blancura de sus casas y la pureza azul de su cielo, las estrechas calles, limpias y resplandecientes bajo la luz solar. Es un pueblo, casi una aldea, de labradores y marineros, cercana al mar y tiene una campiña muy rica en diversos cultivos de viñedos, maíz, fresas y otros frutos.

Fue el menor de los hijos de Víctor Jiménez y Purificación Mantecón, una familia acomodada de cultivadores y exportadores vinícolas. Estudió en el colegio de los jesuitas del Puerto de Santa María, en régimen de internado; y, posteriormente, se matriculó en la Facultad de Derecho de la Universidad de Sevilla, aunque no acabó dicha licenciatura, porque su verdadera vocación era desde siempre la poesía y la pintura, influido especialmente por las poesías de Rubén Darío, el poeta más influyente dentro de la corriente modernista en España, lo que le llevó a escribir poesía desde los quince años.

Se trasladó a Madrid, invitado por otro insigne poeta modernista, Francisco Vallaespesa. A raíz de esto, publica sus primeros poemas varias revistas y también sus dos primeros libros: Ninfeas, y Almas de Violeta, que están inspirados predominantemente en los poetas Bécquer y Espronceda. En la capital conoce y trata a intelectuales de la época como son Valle-Inclán, Unamuno, Manuel y Antonio Machado, José Ortega y Gasset, Pío Baroja y Azorín, entre otros muchos, con quienes se adhirió al krausismo, ideología muy común entre los intelectuales de aquellos años. Estas ideas se centraban en la rectitud moral frente a la sociedad, en el trabajo, y en el arte, con tal intensidad y convencimiento en ello que muchos de estos intelectuales y artistas estuvieron dispuestos a dar la vida en defensa de sus ideales.

La muerte de su padre, ocurrida también en 1900 y la ruina económica familiar le afectó profundamente en su ánimo, y desde entonces sintió verdadero pavor por la muerte, por lo que fue ingresado en el sanatorio Le Bouscat, en Burdeos, en 1901. Allí tuvo la oportunidad de leer a los poetas franceses y escribió su obra titulada Rimas, que fue publicado al año siguiente en Madrid, y en cuya obra se definía perfectamente la inclinación del modernismo de tendencia parnasiana hacia un claro simbolismo. Meses más tarde, se trasladó a la clínica neuropática Nuestra Señora del Rosario en Madrid, a finales de 2001, donde permaneció unos meses.

Posteriormente, en 1905, regresó a su tierra natal, Moguer, y escribió su famosa obra Platero y yo. Este libro, escrito en prosa poética, que le dio una gran parte de su fama universal, es Platero y yo (1917), en el que se mezclan fantasía y realismo en las relaciones de un hombre y su asno. Es el libro español que ha tenido más traducciones a lenguas extranjeras, junto a Don Quijote de la Mancha, de Cervantes, lo que pone de manifiesto la enorme divulgación que ha tenido Platero y yo.

Regresó a Madrid dos años después, y fue en dicha ciudad donde conoció a Zenobia Camprubí, mujer catalana de la que se enamoró apasionadamente y, aunque ello lo rechazo al principio, consiguió convencerla para que se casara con él y una vez contraído matrimonio, viajaron a Estados Unidos, en 1916, viaje que le inspiró una de sus mejores obras: Diario de un poeta recién casado, que abrió una nueva etapa en su obra posterior, decantándose por la poesía pura. Dicha obra contiene verso libro, prosa, ritmos poéticos que le inspiraban el movimiento del mar, reflexiones humorísticas e irónicas; pero todo ello conforma un indudable canto de alabanza a la mujer, al mundo marino y al país que le inspiró la obra.

Su esposa, además de poseer una extraordinaria cultura, fue traductora de R. Tagore y feminista convencida, además de una figura decisiva e imprescindible en la vida de J. R. Jiménez, lo que destacan, sin duda alguna, todos los estudiosos del poeta.

De regreso a Madrid, se convirtió en un referente importante para quienes llegarían a ser los grandes poetas de la llamada Generación del 27, aunque las relaciones con estos jóvenes poetas se resintió por el carácter de Juan Ramón que, aunque era de una generosidad y sensibilidad extremas, era indudablemente rencoroso, por lo que dicho alejamiento se fue convirtiendo en una clara enemistad que alcanzó su cota más alta cuando Pablo Neruda publicó, en la revista de temas poéticos Caballo Verde, su Manifiesto de la poesía impura, que hirió profundamente a J.R. Jiménez.

Sus publicaciones continuaron incansablemente: Eternidades (1918), Piedra y cielo (1919) y un título que supone uno de los puntos más importantes de su poesía, Estación total, escrito entre 1923 y 1936, aunque no fue publicado hasta 1946. En todas estas obras se advierte la completa identificación del poeta con la belleza, con la sensación de plenitud que le provoca la realidad del mundo y que alcanza niveles absolutos y su escritura une la realidad y la abstracción y, por ese motivo, el poeta se hace “poeta total”, que encarna la fusión entre el individuo y el universo, pero sin que esa unión signifique perder la propia singularidad individual que se expresa en la voz del poeta.

Desde 1925 a 1935, publicó sus Cuadernos que contenían toda su obra de ese período: poemas, cartas, recuerdos literarios y retratos líricos de poetas y escritores. Escribió también varios textos en prosa que fueron publicados, después de su exilio, con el título de Españoles de tres mundos (1942), pero anteriormente ya habían sido publicados en España en diarios y revistas previamente a su marcha definitiva.

Cuando se declaró la Segunda República, en 1931, fue entonces cuando se le diagnosticó un cáncer a Zenobia y el poeta se alía a la causa republicana, acogiendo a los niños huérfanos, para cuya causa destinó todos sus ahorros cuando marchó obligado al exilió en 1936, al estallar la Guerra Civil, al ser nombrado en agosto de ese año agregado cultural de la Embajada de España en Washington. En Estados Unidos recibió la invitación para pronunciar una serie de conferencias en la Universidad de Miami.

Cuando finalizó la guerra, en 1939, se vio obligado a quedarse en el extranjero y residió en Puerto Rico, La Habana, Florida y Washington, aunque posteriormente se instaló definitivamente en Puerto Rico, lugar al que la familia de Zenobia estaba fuertemente ligada desde siempre.

En América escribió los Romances de Coral Gables (1948) y Animal de Fondo (1949). Esas dos obras y el poema Espacio son la máxima expresión de lo que se conoce como su “tercera plenitud” y que son inspirados por el contacto directo con el mar.

Cuando ya estaba muy enfermo y residiendo en Puerto Rico, en 1956 le concedieron el Premio Nobel, aunque ese año también fue en el que vivió el drama del fallecimiento de su esposa, tres días más tarde de haberle notificado la concesión del Nobel, cuya pérdida no pudo resistirla, por lo que murió en San Juan de Puerto Rico, el 29 de mayo de 1958.

Comentarios sobre su obra:

La obra de Juan Ramón Jiménez, además de extensa, demuestra in una innegable evolución en pos de una perfección absoluta. Muchas de sus primeras obras fueron después rechazadas por el poeta que iba entresacando algún que otro poema y que retocaba en las sucesivas selecciones.

Toda la obra de Juan Ramón Jiménez está impregnada de una exigencia absoluta e irrenunciable: la de escribir una poesía que siempre tiene como inicio la sensación y se dirige por el cauce de su expresión hacia el deseo de belleza absoluta espiritual y estética.

Se advierte en toda su poesía la capacidad de transformar la realidad, lo concreto, las mismas sensaciones que percibe el poeta y dotarla de la inefabilidad en la que se aúnan la belleza expresada y la emoción que la origina, inspirado notablemente en Bécquer, y su búsqueda de lo sutil e inefable. El estilo poético que nace de esta unión de belleza y emoción dio origen a una nueva vía de expresión a la poesía española, alejándola así del modernismo e iniciando, al mismo tiempo, la introducción del simbolismo en España, lo que fue una causa importantísima y determinante para la aparición de la llamada Generación del 27, aunque siempre el propio poeta rechazó todo tipo de escuelas estilísticas y movimientos que encorsetaban la voz primigenia del poeta. Por ello, su poesía se independiza de cualquier movimiento poético, aunque siga influyendo notablemente a su obra el simbolismo hasta casi el final de sus días. Su estilo se fue depurando con el paso de los años, siempre encaminado a la perpetua búsqueda de la belleza absoluta, lo que era el norte al que apuntaba siempre su poesía, y del espíritu que intenta unir indefectiblemente con su esencial sentido lírico, siendo al mismo tiempo metafísico y abstracto, en una sutil combinación que produjo obras como Baladas de Primavera (1910) o La soledad sonora (1911).

Fue en su obra Animal de fondo donde da forma al símbolo con un lenguaje que está influenciado por una religiosidad panteísta y esencial que le dota a la poesía de una consciencia que le hacer ser más que palabra, pasando a tener una inteligencia primigenia para conocer, saber la verdadera naturaleza de las cosas, de lo real. El tiempo también es una dimensión más del espacio y se funde con él. Así Juan Ramón Jiménez, poeta romántico y simbolista, se convierte y muestra como un metafísico que dota a su poesía de una gran tensión poética que deviene de los hallazgos e iluminaciones que surgen desde lo más hondo de su exacerbada sensibilidad para mirar y comprender el mundo.

Mantuvo un gran interés por los temas lingüísticos y la simplificación de la ortografía –que expresa en su deseo de eliminar la “g” y sustituirla por la “j”, cuando sea igual su sonido, o rechazar el uso de la “x”, sustituyéndola por la “s”, en algunas ocasiones-, que nace más que por una preocupación gramatical, por la búsqueda de un mayor acercamiento entre el fonema y la grafía que lo representa, lo cual está defendido también por los vanguardistas que trataron de experimentar con el valor no sólo gramatical, sino plástico de la palabra en la página, en una búsqueda constante de expresión de la idea. Esta corriente vanguardista opinaba que la letra es la representación gráfica de un sonido, al igual que las notas en una partitura son la expresión de los acordes de una determinada composición musical.

Entre sus principales antologías se encuentran Poesías escojidas (1917), Segunda antolojía poética (1922), Canción (1936) y Tercera antolojía (1957), cuyos títulos responde a lo antes expresado sobre la sustitución de la letra “g” por la “j”.

La poesía de Juan Ramón Jiménez influyó notablemente en muchos de los poetas posteriores y, sobre todo, en los que formaban la Generación del 27.

Bibliografía y premios de Juan Ramón Jiménez

Juan Ramón Jiménez, escritor y poeta



BIBLIOGRAFÍA


Rimas (1902)
Arias tristes (1903)
Jardines lejanos (1905)
Olvidanzas (1906)
Baladas de primavera (1910)
Sonetos espirituales (1914)
Diario de un poeta recién casado (1917)
Platero y yo (1917)
Primera antolojía poética (1917)
Eternidades (1918)
Piedra y cielo (1919)
Poesía (1923)
Belleza (1923)
Unidad (1925)
Sucesión (1932)
Presente (1933)
Ciego ante ciegos (1933)
La Estación total (1923-36)
En el otro costado (1936-42)
Españoles de tres mundos (1942)
La estación total (1946)
Romances de Coral Gables (1948)
Dios deseado y deseante (1948-49)
Animal de fondo (1949)
Dios deseado y deseante (1949)
Espacio (1954)
Tercera antolojía poética (1957)



PREMIOS

Premio Nobel (1956)



ENLACES

http://www.fundacion-jrj.es/

http://cvc.cervantes.es/literatura/escritores/jrj/default.htm

http://www.poesia-inter.net/indexjrj.htm

http://www.epdlp.com/escritor.php?id=1868

http://www.los-poetas.com/d/juanr1.htm

http://www.insula.es/numero.jsp?rev_codigo=677

Muestra poética de Juan Ramón Jiménez

Juan Ramón Jiménez, poeta.

PRIMAVERA Y SENTIMIENTO

Estos crepúsculos tibios
son tan azules, que el alma
quiere perderse en las brisas
y embriagarse con la vaga
tinta inefable que el cielo
por los espacios derrama,
fundiéndola en las esencias
que todas las flores alzan
para perfumar las frentes
de las estrellas tempranas.

Los pétalos melancólicos
de la rosa de mi alma,
tiemblan, y su dulce aroma
(recuerdos, amor, nostalgia),

se eleva al azul tranquilo,
a desleirse en su mágica
suavidad, cual se deslíe
en un sonreír la lágrima
del que sufriendo acaricia
una remota esperanza.

Está desierto el jardín;
as avenidas se alargan
entre la incierta penumbra
de la arboleda lejana

Ha consumado el crepúsculo
su holocausto de escarlata,
y de las fuentes del cielo
(fuentes de fresca fragancia),
las brisas de los países
del sueño, a la tierra bajan
un olor de flores nuevas
y un frescor de tenues ráfagas...

Los árboles no se mueven,
y es tan medrosa su calma,
que así parecen mas vivos
que cuando agitan las ramas;
y en la onda transparente
del cielo verdoso, vagan
misticismos de suspiros
y perfumes de plegarias.

¡Qué triste es amarlo todo
sin saber lo que se ama!

Parece que las estrellas
compadecidas me hablan;
pero como están tan lejos,
no comprendo sus palabras.

¡Qué triste es tener sin flores
el santo jardín del alma,
soñar con almas floridas,
soñar con sonrisas plácidas
con ojos dulces, con tardes
de primaveras fantásticas!...

¡Qué triste es llorar, sin ojos
que contesten nuestras lágrimas!

Ha entrado la noche; el aire
trae un perfume de acacias
y de rosas; el jardín
duerme sus flores... Mañana,
cuando la luna se esconda
y la serena alborada
dé al mundo el beso tranquilo
de sus lirios y sus auras,
se inundarán de alegría
estas sendas solitarias;
vendrán los novios por rosas
para sus enamoradas;
y los niños y los pájaros
jugarán dichosos... ¡Almas
de oro que no ven la vida
tras las nubes de las lágrimas!

¡Quién pudiera desleirse
en esa tinta tan vaga
que inunda el espacio de ondas
puras, fragantes y pálidas!

¡Ah, si el mundo fuera siempre
una tarde perfumada,
yo lo elevaría al cielo
en el cáliz de mi alma!

Rimas (1902)


ADOLESCENCIA

En el balcón, un instante
nos quedamos los dos solos.
Desde la dulce mañana
de aquel día, éramos novios.
—El paisaje soñoliento
dormía sus vagos tonos,
bajo el cielo gris y rosa
del crepúsculo de otoño.—
Le dije que iba a besarla;
bajó, serena, los ojos
y me ofreció sus mejillas,
como quien pierde un tesoro.
—Caían las hojas muertas,
en el jardín silencioso,
y en el aire erraba aún
un perfume de heliotropos.—

No se atrevía a mirarme;
le dije que éramos novios,
...y las lágrimas rodaron
de sus ojos melancólicos.

Primeras Poesías (1898-1902)





ANTE LA SOMBRA VIRJEN

Siempre yo penetrándote,
pero tú siempre virjen,
sombra; como aquel día
en que primero vine
llamando a tu secreto,
cargado de afán libre.

¡Virjen oscura y plena,
pasada de hondos iris
que apenas se ven; toda
negra, con las sublimes
estrellas, que no llegan
(arriba) a descubrirte!

Canción (1936)

COMO ME MIRAS... POR SI YO PUDIESE

Pajarillo cojido, de tu pecho dulce
por el águila negra de la muerte,
¡cómo me miras con tu ojito triste!
(negro plenor sangriento de luz débil).
Desde debajo de la garra inmensa,
que para siempre ya le tiene
y afirmado, mientras la desafía
la vasta sombra que su vista emprende.
¡Cómo me mira sin pedirme nada,
cómo me mira... por si yo pudiese,
que ya te está teniendo para siempre!

La muerte (1918-1924)


EL DÍA MENOS

¡Ya se arreglarán los sueños,
mañana se arreglarán!
¡Hoy, a soltar y a gozar!

Hoy para encontrar el amigo,
para olearse en los dos ríos,
para hablar con duras mujeres;
hoy para irisarse de césped,
para ventear a caballo,
para silbear en el árbol,
para acerarse en las montañas,
para huir por las luces anchas
perdido entre glorias ruidosas...
Hoy para la gran tensión fresca
de un vivir sin casa ni venda.

¡Ya se ordenarán los sueños,
mañana se ordenarán!
¡Hoy, a romper y a cantar!

Canción (1936)


EL PÁJARO DEL AGUA

Pájaro del agua
¿qué cantas, qué encantas?

A la tarde nueva
das una nostaljia
de eternidad fresca,
de gloria mojada.
El sol se desnuda
sobre tu cantata.

¡Pájaro del agua!

Desde los rosales
de mi jardín llama
a esas nubes bellas,
cargadas de lágrima.
Quisiera en las rosas
ver gotas de plata.

¡Pájaro del agua!

Mi canto también
es canto de agua.
En mi primavera,
la nube gris baja
hasta los rosales
de mis esperanzas.

¡Pájaro del agua!

Amo el son errante
y azul que desgranas
en las hojas verdes,
en la fuente blanca.
¡No te vayas tú,
corazón con alas!

Pájaro del agua
¿qué encantas, qué cantas?

Canción (1936)

ETERNIDAD

Eternidad, belleza
sola, ¡si yo pudiese,
en tu corazón único, cantarte
igual que tú me cantas en el mío
las tardes claras de alegría en paz!

¡Si en tus éstasis últimos,
tú me sintieras dentro
embriagándote toda,
como me embriagas todo tú!

¡Si yo fuese, inefable,
como tú en mi instantánea primavera,
olor, frescura, música, revuelo
en la infinita primavera pura
de tu interior totalidad sin fin!

Canción (1936)


FIN DE INVIERNO

Cantan, cantan.
¿Dónde cantan los pájaros que cantan?

Llueve y llueve. Aún las casas
están sin ramas verdes. Cantan, cantan
los pájaros. ¿En dónde cantan
los pájaros que cantan?

No tengo pájaros en jaula.
No hay niños que los vendan. Cantan.
El valle está muy lejos. Nada...

Nada. Yo no sé dónde cantan
los pájaros (y cantan, cantan)
los pájaros que cantan.

Canción (1936)





DIOS DE AMOR

Lo que queráis, señor;
y sea lo que queráis.

Si queréis que entre las rosas
ría hacia los matinales
resplandores de la vida,
que sea lo que queráis.

Si queréis que entre los cardos
sangre hacia las insondables
sombras de la noche eterna,
que sea lo que queráis.

Gracias si queréis que mire,
gracias si queréis cegarme;
gracias por todo y por nada,
y sea lo que queráis.

Lo que queráis, señor;
y sea lo que queráis.

Canción (1936)


A DIOS EN PRIMAVERA

Señor, matadme, si queréis.
(Pero, señor, ¡no me matéis!)

Señor dios, por el sol sonoro,
por la mariposa de oro,
por la rosa con el lucero,
los corretines del sendero,
por el pecho del ruiseñor,
por los naranjales en flor,
por la perlería del río,
por el lento pinar umbrío,
por los recientes labios rojos
de ella y por sus grandes ojos...

¡Señor, Señor, no me matéis!
(...Pero matadme, si queréis)

Canción (1936)





¿ Con qué,
de qué armas echar mano,
cómo incorporarse a la fila
sin que se notara, escandalosa,
mi bisoña amargura,
mi incapacidad de llegar
a aquella marca mínima,
para tocar
el puesto ambicionado?
Fuera, las arboledas,
aunque sangrantes, pobladas,
florecidas, cerraban celosas
los innumerables caminos
al abridor inerme.
Era mejor quedarse sin entrar;
no pedir, no empezar nunca
a disputar,
a desalmarse amando;
era mejor quedarse allí
donde el vacilante susurro
de una preparada hojarasca,
tendida como cuna,
proporcionaba un poco de música
al tímido desamparado.
Pero ya no tengo miedo.
Aunque he salido, no tengo miedo;
aunque estoy en plena corriente,
con mi balsa medio hundida, y brillante
lúcida y desarticulada
por el furor del oleaje,
casi tocando el bajo fondo
de la arena sin nombre,
no tengo miedo,
o no tengo sentido del peligro
- sí, Dios mío, sí tengo -,
o la desesperanza
-! qué extraño! - me sostiene.
He salido;
había que salir
y darle cara a esto
que llamamos luz;
había que encontrarse con el día
solemne de los tributarios,
de los procesionales,
y de los disciplinantes.
Y aquí estoy en el centro
con la palabra en los labios
como una flor mordida con descuido,
o como el portor en el trapecio
que sabe que de sus dientes
puede pender la vida
de alguien.
No; no es soberbia;
tú me lo has enseñado,
tú que humilde o poderoso,
no sé,
has vencido después de tener miedo,
has dado confianza a los hombres
en este destierro inaudito.
No tengo miedo, porque basta
una palabra para andar,
para rezar,
para unirse a Dios
o a los siervos;
una sola palabra pronunciada
con fe
ahuyenta la soledad
en el cuarto oscuro del niño,
en el cuarto oscuro del hombre,
en el cuarto oscuro del mundo.
Hablando solo (1968)

Los sonetos del hombre que vuelve la cabeza
A paloma

Hoy he visto en tus ojos, niña delgada y mía,
la oscuridad primera del amor, en sus fuentes,
una arboleda hundida, con cien ramos crecientes,
alzaba su esperanza dulcemente sombría.

En tus ojos estaba toda la lejanía
de mi niñez. Pasaban por ellos tiempos, gentes,
que tenía olvidados...Hija mía, ¿no sientes
en su noche la estrella que a mí me guió un día?

No; no sigas. Las sendas, cegadas de maleza,
te harán caer. Y quiero detenerte. Y no puedo.
! Qué poco vale el hombre que vuelve la cabeza!

Pero yo soy el daño, yo mismo la torpeza;
tengo miedo a mi sombra, tengo miedo a mi miedo,
a la herencia en tus ojos de mi propia tristeza.
Hablando solo (1968)

A un espejo sin marco
Por este endecasílabo que empiezo,
piedra primera, a vadear tu río
quiero llegar al inefable frío
que te sirve de puerta y de aderezo.

Esta segunda estrofa que encabezo
llevando hasta tu verso el verso mío,
quiero que fuerce, cierre y te de brío,
cielo entre cuatro ramas de cerezo.

Ya sostenido estás, ya eres completo,
y me anego en la obra terminada
antes de conseguir este terceto.

Poco te dí : mi apoyo que no es nada,
con mi débil madera trabajada
por las justas orillas de un soneto.
Juego de los doce espejos (1959)

A un espejo donde se va a mirar una niña fea

Cuidado! No, no sigas. Huye, ciega
tu pupila feroz. ¿ No ves que ahora
todo se romperá y habrá una aurora
más triste que esta noche en que se anega?

Vuélvete y niega sus mejillas, niega
sus cabellos sin brillo, y elabora
un rostro milagroso en esta hora
en que todo el misterio se te entrega.

Creen tus duendes claros la belleza,
cierren su luminosa fortaleza
a ese trigal oscuro y desgranado.

Haz rojo el labio y finge blanco el seno,
y abre una nueva estrella sobre el cieno
donde, se asome el ángel que ha soñado.
Juego de los doce espejos (1959)

La partida

Contigo mano a mano. Y no retiro
la postura, Señor. Jugamos fuerte.
Empeñada partida en que la muerte
será baza final. Apuesto. Miro
tus cartas, y me ganas siempre. Tiro
las mías. Das de nuevo. Quiero hacerte
trampas. Y no es posible. Clara suerte
tienes, contrario en el que tanto admiro.

Pierdo mucho, Señor. Y apenas queda
tiempo para el desquite. Haz Tú que pueda
igualar todavía. Si mi parte

no basta ya por pobre y mal jugada,
si de tanto caudal no queda nada,
ámame más, Señor, para ganarte.
La red (1956)

Oda a una pelotari
La palabra

Sientes mi sangre y bien te siente ella
por la senda que voy, palabra mía.
Después de tanto andar, ¿ cómo podría
dejarte eternidad en cada huella...?

Ya sé que eres mortal. Y tu doncella
vestidura será memoria un día
sin sombra de verdor... ! Si todavía
hablaras, oh, por mí, luz sin estrella!

Si pudiera olvidar lo que madura
dentro de tí... Tocada de hermosura
hoy, te miras mañana ya distante.

Voz que en la flor del labio se amortaja,
fuego que una ceniza torpe ataja,
grito que amor me dió para un instante.
La red (1956)


La red
Son los hilos aquellos. Se han trabado
mejor -¿ mejor? -. Que dura es la salida
con el mar que amanezca.Y cuanta herida,
y cuánta amarga sal por cualquier lado.

Oh, dedos que la red han anudado;
cárcel de amor doliente y escogida;
vientos esperanzados de partida
cuando todo en el alma ha regresado.

Retorno a la pasión de cada viaje;
arrastro, cargo y hundo mi cordaje
para volverlo a recoger vacío.

Tú en el centro, Señor de las batallas;
yo, gladiador inerme entre las mallas,
y el agua fugitiva, el verso mío.
La red (1956)

Primavera de un hombre
(Primer recuerdo de Soria)

Por Soria está ya la sierra pura
enseñando su azul entre la nieve,
y entre el bajo pinar el cielo breve
tendrá otro azul: aquel de mi ventura.

Sala de la niñez, fresca hermosura
que abril a levantar en mí se atreve;
aire de ayer que al pecho de hoy conmueve,
gota de luz entre mi sangre oscura.

Cómo volver los ojos, hacia dónde,
si a este grito de Dios nadie responde,
del Dios niño que todo lo podía.

A Soria llegará la primavera.
Siempre hay tiempo de amor para el que espera:
¡Señor, di que no es tarde todavía!
Del campo y soledad (1944)

Si no en mis ojos…
( Segundo recuerdo de Soria )

Si no en mis ojos, en mi sangre queda,
Soria, tu corazón entero y frío,
dando silencio y soledad al mío
que se aleja de tí y en tí se enreda.

! Que hielos desde Urbión a Covaleda
y qué honda el agua en el pinar umbrío!
La carreta de leña sobre el río,
el grave leñador junto a la rueda.

Allí, empezaba todo, allí las alas
entraban libres, locas, en las salas
de la tierra salvando su relieve.

Era un niño jugando entre los leños
del bajo hogar. Las llamas y los sueños
morirían en flor junto a la nieve.
Del campo y soledad (1944)

El amor
Soneto
Quiero que estés en mí cuando yo muera,
que tu labio anhelante y apretado
sea luego una flor que haya logrado
desde la oscuridad mi calavera.

Que haga posible al fín tu primavera
a costa de mi polvo machacado,
y lo que con la vida no te he dado
con la muerte te dé de otra manera.

Que busque entre los huesos de mi frente
una cueva que guarde tu semilla
y responda en abril a tus llamadas.

Y que sea a tus pies, eternamente,
aunque tierra, la tierra sin orilla
que hoy te niegan mis venas limitadas.
Del campo y soledad (1944)

El amor
Soneto
Soy esto sólo, un grito que se ordena
para cantarte a tí recién venida,
un ala inesperada y decidida
que roza en esa piel, en esa arena

de tus hombros, y ciega se encadena
al brillo de tu pelo, donde anida
la nieve mas alzada y escogida
de tu frente: la sien o la azucena.

Y nada más y nada menos, eso
que a tanta luz responde, a gracias tantas
que el aire lo resuelve en un murmullo;

un momento de ardor, un libre beso,
una ceniza ya que tú levantas
de un fuego más antiguo que éste tuyo.
Del campo y soledad (1944)

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