Ediición nº 21 de Octubre/Diciembre de 2012

LA BUFANDA (relato)


por Emilia Currás
Hace frío, en invierno siempre hace frío. En casa, junto al brasero, es muy agradable estar. Pero tengo que salir a la calle y entonces, he ido a aquel armario grande de tres puertas, que está en una habitación oscura. Yo creo que en todas las casas hay un armario como este. Es un armario sombrío, casi olvidado. No se abre más que en días excepcionales. Allí están los trajes de noche de mis hermanas el “chaqué” de bodas de papá, que me arreglaron para ir a aquella horrible fiesta de carnaval. Y también está allí un abrigo de mamá y el capote de mi hermano mayor. Hay muchas cosas en ese armario. Siempre se encuentra lo que se precisa, y fue allí donde encontré la bufanda para mi tarde de frío.

Era una bufanda horrorosa. Era de color marrón con unos hilos encarnados. Recuerdo muy bien desde cuando estaba allí. La compró papá una vez que fu a León. ¡Qué viaje el suyo! Había de estar solamente unos seis días. Cuatro días antes estaba nervioso y preocupado. Puso en la maleta seis camisas y cuatro mudas. Se llevó dos trajes y no sé cuantos pañuelos y corbatas. Su mayor preocupación era no olvidarse de nada y, naturalmente, se olvidó de algo. Fue la bufanda. ¡Hacía mucho frío en León! Cuando volvió papá se guardó la bufanda en el armario.

Después se ha usado varias veces. Se la pusieron a mi hermana margarita un día, que le dolían mucho las muelas y tenía un flemón. Mamá la cubrió con ella para llevarla al médico.

Si, también fue Margarita la que se la puso cuando fue a recibir a tía Enriqueta, que venía del pueblo. Por cierto, que había tanta nieve que el tren no pudo llegar a la estación hasta la madrugada. Y mi tía Enriqueta nos dio un disgusto tremendo porque no habíamos ido a recibirla.

También mi hermano Joaquín usó la bufanda un día de caza. En casa no es costumbre cazar. Ninguno somos aficionados. Tengo oído que de joven fue mi padre un día. Por eso, aquel día cuando mi hermano Joaquín nos anunció su deseo nos revolucionamos y toda la casa se movilizó en pro de nuestro querido hermano, que iba a cazar. Mamá le trajo la bufanda y se fue. Todo el día estuvimos haciendo apuestas sobre las piezas que cobraría. Hubo quien apostó cuatro duros. Pero mi hermano no trajo sino un hermoso catarro, que le hizo guardar cama.

Mi hermano Joaquín la usó otra vez, un día que se fue a examinar en Políticas. Hacía un frío atroz. Las calles estaban cubiertas de nieve helada. El examen estaba anunciado a las nueve de la mañana. Mamá se levantó diligente, como siempre, y en el momento en que mi hermano Joaquín salía de casa le entregó la bufanda. Me parece recordar que en aquella ocasión mi hermano Joaquín no aprobó el Político.

No hace mucho hubo un intento de sabotaje contra la bufanda. Mi madre y mis hermanas arreglaron la casa y tiraban cosas viejas. Son días solemnes estos de grandes arreglos. Los hombres sólo podemos entrar en una habitación, que casa día suele ser diferente. Las demás habitaciones están destartaladas con ropas y objetos encima de los muebles. No hay manera de encontrar nada y como algo se necesite quede precisamente en la habitación que arreglan aquel día, ya no hay manera de recuperarlo…

Fue en aquellos días cuando preparábamos el complot. Primero nos reunimos los hermanos por iniciativa de Bernardo y luego las llamamos a ellas. Todo estaba preparado. Cuando las ropas usadas estuvieron ya dispuestas para salid de casa camino de la de Luisa, una antigua amiga, mi hermana Inés traería la bufanda y la confundiría entre las ropas. Pero el truco falló. Mamá dio un último repaso al montón y retiró la bufanda indignada contra el descuido de mis hermanas. Fue en vano querer convencerla de que estaba usada y sobre todo que le teníamos tan gran antipatía. Mamá creía que estaba nueva, que era de calidad insuperable y que abrigaba mucho. La bufanda volvió a su sitio en el armario.

La única que tenía simpatía por la bufanda era mi hermana Teresita, la más pequeña, porque con la bufanda en envolvió al gatito gris el día que lo trajeron. Era tan chiquitito, que ni siquiera abría los ojos y temblaba… Mi hermana Teresita fue enseguida al armario y trajo la bufanda. Luego quería hacerle una cama con ella. Todos aplaudimos la idea, yo creo que con la perversa intensión de verla inservible. Pero mamá se opuso. Mi hermana Teresita lloró, nosotros salimos en su defensa dando razones con suficiencia. Hasta papá, que nunca hace caso a las discusiones de sus hijos, apoyó a mi hermana Teresita, para que le dejaran leer el periódico sin alboroto. Mamá no se ablandó e insistió que estaba nueva.

Mi hermano Federico usó la bufanda otro día. Iba a reunirse con unos amigos en un café. Hacía mucho frío y todos estábamos en casa. Cuando vino pidiendo las llaves del armario para sacar la bufanda todos nos miramos asombrados. Mamá también, naturalmente, y luego dijo algunas frases en su elogio. Estoy seguro que todos pensábamos cuál podía ser el motivo que impulsara a mi hermano Federico a llevar la bufanda puesta. Aquel día nos pareció que tardará más que nunca. Todos estábamos ansiosos por preguntarle, pero no hubo necesidad de preguntas. Cuando volvió traía dos grandes manchas en el sitio más visible. Nuestros rostros se iluminaron. Había sido una más visible. Había sido una idea admirable. Mamá se enfadó mucho y dijo cosas poco agradables de nuestro cuidado con las prendas. Enseguida nos reunimos los hermanos para felicitarle, aunque él aseguraba que era inocente. A mí no me la da. Mi hermano Federico temía el chivatazo en cualquier día de mal humor.

Con aquello de las dos manchas estábamos seguros de que la bufanda iría a parar al cajón del gato gris. Mamá la limpió con polvos de talco, gasolina, amoníaco y las manchas seguían allí. Unos días después vino muy satisfecha. Ya sabía con qué limpiar la bufanda. Y la limpió. Fue un golpe tremendo para todos. Otra vez la bufanda en el armario.

Yo estoy convencido de que esa bufanda tiene algo nefasto, que pesa “sobre nuestra familia. Yo creo que no me la he puesto nunca, al menos no lo recuerdo y eso es buena señal, ¡pero hoy hace un frío tan grande!”. “Los más ancianos de la localidad no recordaban cosa igual”.

El caso es que hace mucho frío y no me queda más remedio que salir de casa. Saldría aunque lloviera fuego, aunque el barro me hundiera hasta la garganta. Llevo dos semanas detrás de Alicia. Alicia es una chica guapísima, con unos ojos muy grandes soñadores. Es esbelta y tiene aire sereno y majestuoso. Hace poco que Alicia está aquí. Yo he querido conocerla y en dos semanas no he tenido la ocasión. Hoy me ha dicho Juan que irá a casa de Luis, porque es amiga de sus hermanas. Yo conozco poco a Luis, sin embargo, Juan lo conoce bastante. Hemos buscado un pretexto para poder ir a casa de Luis. Es una ocasión magnífica para conocer a Alicia. No la puedo desperdiciar. Tengo que salir a la calle y he ido al armario para buscar algo con qué abrigarme. Allí estaba la bufanda. Es un desastre tener que ponérmela hoy, precisamente hoy, que es un día tan significativo para mi vida. La fatalidad me persigue, no obstante soy valiente. Creo que mi buena suerte desafiará cualquier maleficio.

He cogido la bufanda, la he doblado en dos y me he envuelto en ella hasta los ojos. La verdad es que… será fea, pero abriga tanto…

Santiago de compostela, 1952

Este relato fue publicado en la Revista del CEU, de dicho año.

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