Obras de Eduardo Laborda desde 1991 a 1998

Obras de Eduardo Laborda desde 2000 a 2005

El mundo clásico en la pintura de Eduardo Laborda


por Mª Dolores Gallardo López


La reflexión sobre el pasado grecolatino ha sido a través de los siglos una constante en nuestra cultura, en nuestros mejores pensadores y también entre nuestros más cultos artistas plásticos. Por esa razón para quienes a la vez somos apasionados del mundo clásico y del arte actual causa enorme alegría constatar que hoy día sigue habiendo artistas que no prescinden de nuestro pasado cultural.

Hoy día, sin embargo, el actual panorama cultural está cada día más alejado del mundo grecolatino. Por eso resulta gratificante y alentador encontrar artistas que a lo largo se su trayectoria regresan una y otra vez a ese vivificante tronco cultural común.
El aragonés E. Laborda es uno de los pintores actuales, ya consagrados, que desde su juventud hasta hoy día utiliza con más fuerza las vivencias del mundo clásico, hasta el punto de que, sin el referente de la antigüedad clásica, la obra de este pintor aragonés no es ni siquiera imaginable: sus cuadros muy frecuentemente están impregnados del aroma del mundo clásico
Lo primero que sorprende de su obra es que durante mucho tiempo el protagonismo casi exclusivo ha estado reservado a representaciones de viejas estatuas que, si bien muchas de ellas son neoclásicas, rememoran el mundo antiguo: esculturas que existen todas en la realidad y que él ha trasladado a sus lienzos y dotado de nueva vida.

En lo que a la relación de E. Laborda con el mundo clásico se refiere podemos distinguir tres etapas bien marcadas a lo largo de su obra:

Primera etapa

En esta etapa sus pinceles trasladan al lienzo antiguas esculturas a las que frecuentemente sirven de contrapunto otras formas tomadas de la naturaleza, como por ejemplo el caparazón de un cangrejo: es simplemente un recurso estético sin más, sin lectura ideológica alguna. Ejemplos de esta etapa son, por ejemplo, Ceres (1988) o Marina (1992).

Segunda etapa

Poco a poco a la envejecida estatuaria fue añadiendo visiones panorámicas de pasajes frecuentemente desolados (Lluvia ácida, Invierno). Finalmente introdujo maquinaria diversa como poleas, ingenios mecánicos oxidados, amasijos de hierro y de acero: elementos todos ellos creados en época relativamente reciente pero Laborda los muestra ya caducos, envejecidos y en desuso. En ese mundo se movió generalmente su obra desde el 1993 hasta el 2000.

En cada cuadro el pintor creó conscientemente un diálogo permanente entre los heterogéneos elementos que lo integran. En cada obra el busto o la estatua, que representa el viejo mundo clásico grecolatino, parece convivir y dialogar cómodamente con maquinarias de hierro o acero que surgieron casi dos mil años después. Con frecuencia el marco de ese diálogo es la panorámica de un edificio semiderruido -una vieja fábrica ya abandonada o una cementera ya en desuso, por poner un par de ejemplos-, pero nada desentona en el conjunto del cuadro. Al contrario hay un diálogo fluido entre todos los elementos, por ello la atmósfera que el cuadro respira es perfectamente armónica.

El hecho es que en estos cuadros objetos tan separados cronológicamente dialogan con fluidez y en la atmósfera que impregna el cuadro dan la impresión de estar sumidos en un mismo espacio temporal. Es como si el pintor quisiera decirnos que no importa el tiempo transcurrido -dos mil años o cincuenta- sino el hecho mismo de que ya ha transcurrido: todo lo que en el cuadro vemos no pertenece al tiempo presente, sino al que ya ha pasado y ese hecho ha igualado los diferentes objetos. Todos los elementos que vemos pertenecen a un tiempo que ya no existe.

Por otra parte estatuas (que a veces representan antiguos dioses) y máquinas dialogan de igual a igual debido a algo más. En realidad comparten un mismo concepto: la desmitifición. Para E. Laborda esas máquinas, hoy obsoletas, fueron nuevos dioses que surgieron siglos después de los viejos dioses grecorromanos, pero, como los antiguos, han envejecido también. Hay por tanto una desmitificación que afecta a todos los mitos, a los antiguos de la mitología griega y romana y a los modernos de la técnica.

A esta etapa pertenecen obras como:
El enigma de la esfinge y Ares, ambas de 1991
Lluvia ácida, 1992
Lluvia ácida, 1993
Miles Gloriosus 1993

Especial mención merece el Enigma de la Esfinge III (1995). La esfinge que aparece en este cuadro, como en otros del autor, es una de las que está en el acceso al del Museo Arqueológico de Madrid. Maquinaria y estatua forman un ser híbrido en el que la envejecida maquina y la cariátide se funden en un sólo y único ser que parece tener vida propia. La cariátide, arrodillada y mirando hacia el suelo, no sostiene el enorme peso de una construcción clásica, sino el de una pequeña máquina de poleas y una esfinge ¿es un mismo y único ser quizás divinizado que ha cambiado de aspecto según el tiempo pero, en el fondo, es igual?
Simultáneamente podemos hacer otra lectura: la cariátide, es decir la figura humana, se ha convertido en un apéndice de la máquina y a la inversa: ¿quiere decir que las máquinas nos sirven para vivir, pero también nos someten? Es el moderno enigma de la esfinge que en 1995 propuso E. Laborda y como tal cada espectador esta invitado a descifrarlo.

Atenea. Finales década1998. Único en el que no existe el diálogo mencionado. Aparece un animal, cosa frecuente en los cuadros de Laborda, pero en este caso es un monstruo mitológico: Quimera.

Fin de siglo (2000). La Esfinge que aparece en el cuadro es de nuevo la hay a las puertas del Museo Arqueológico de la calle Serrano de Madrid. La misma que apareció también que en el cuadro Guardianes del tiempo (1991) y El enigma de la Esfinge (1990).

Para entender Fin de siglo hay que tener nuevamente en cuenta la obsesión del pintor con el paso del tiempo, que todo lo iguala: el siglo que acababa ese año ya pertenece al tiempo pasado, tan pasado como los anteriores cuyo recuerdo se conserva en el Museo Arqueológico. Es decir no importa cuanto tiempo hace que algo ocurrió, sino el hecho de que ya no es, ya no existe. Por eso -como más arriba ha quedado dicho- una fábrica abandonada, una vieja máquina de triturar chocolate o una columna del Partenón pueden convivir en un mismo espacio.

La barca de Medusa. 2000. Es imposible no recordar la famosa obra del mismo nombre del Museo del Louvre. Sin embargo nada tiene que ver si en su concepción ni en su planteamiento. Esta es una de las últimas obras relacionadas con la Mitología en las que Laborda pone a las estatuas como protagonistas. Las que figuran en este cuadro son obra de Agustín de Querol y están en el puerto de Vigo. La terrorífica cabeza de Medusa, que da nombra al cuadro, está visible en el centro de la obra. Al fondo, el mar.

Tercera etapa

Desde el año 2000 la pintura de Eduardo ha dado un vuelco total, un giro de ciento ochenta grados. En esta nueva etapa ha creado nueva imaginería mitológica: actual, con el máximo realismo en la puesta en escena, pero sumamente elaborada. Las principales características que definen esta etapa son:desarrollo de temas mitológicos.Introducción de la figura humana: no más estatuas, seres reales.Concepción realista del tema mitológico: los temas de la Mitología están trabajados con personas reales, que aparecen como seres humanos, sin que nada en ellos nos haga pensar en deidades. Es, en definitiva, la misma concepción realista que vemos en el Museo del Prado en obras como Marte, Los borrachos, o La Fragua de Vulcano de Velázquez o Argos y Mercurio de Rubens, por citar solo unos ejemplos.

Ejemplos de esta última etapa:
Deméter, Ecce Mulier (2001)

Nada tiene que ver esta obra, como puede verse en las imágenes que ilustran este artículo, con la representación de la misma diosa que hizo en 1988 en el cuadro Ceres. Ahora vemos los campos en septiembre, el trigo hace tiempo está segado. Va a comenzar el otoño, época en que Perséfone regresa junto a su esposo. Desolación y dolor de su madre, la diosa Deméter: con mirada ausente y dolorida Deméter mira, sin verla, la granada que tiene en la mano; la granada, causa de su desdicha, parte de la cual tomó su hija y la separó para siempre de ella. Pero nada en este cuadro nos indica que estamos ante una diosa, nada indica que la dolorida mujer que vemos es la propia diosa Deméter: recordemos lo dicho más arriba con respecto a obras de Velázquez y Rubens.

El subtítulo del cuadro, Ecce Mulier y el dolor de la mujer-diosa también sugieren claramente la comparación con el dios-hombre dolorido que conocemos iconográficamente como Ecce Homo.

Andrómeda
(2001-2006).
Conceptualmente es la obra más elaborada de E. Laborda. Andrómeda era una bella heroína de la mitología griega condenada a ser entregada a un monstruo a orillas del mar, pero finalmente fue liberada de su triste suerte por el héroe Perseo, con el que se desposó.

E. Laborda nos muestra una versión actualizada y sin ningún Perseo dispuesto a salvarla. La Andrómeda que propone Laborda es una mujer condenada y vilipendiada, que, sin posibilidad de escapatoria va a ser entregada a un monstruo (invisible para el espectador). Observemos el cuadro: La bella heroína del mito griego aquí va rapada a cero, símbolo de castigo y vilipendio para la mujer hasta época relativamente reciente.En el mito griego todo el pueblo la acompañaba en su desgracia hasta que apareciera el monstruo: afortunadamente antes que el monstruo apareció el héroe salvador, Perseo. Aquí la mujer está completamente sola y desamparada: situada de espaldas al invisible monstruo, sin posibilidad alguna de defenderse. Está aterrorizada:su cuerpo está perlado de sudor a causa del terror; los ojos, espantadas, miran de soslayo al monstruo, invisible para nosotros porque estaría ubicado justo donde nos situamos para mirar el cuadro.No tiene posibilidad de escapatoria: está atada, aunque las ataduras aquí no están visibles, sólo sugeridas por la colocación de las manos.La nueva muchacha que va a ser entregada al monstruo, no está atada a una roca cercana al mar, como en el mito griego: está atada a un surtidor de gasolina, símbolo de un dios de nuestro tiempo: el petróleo, un
totem actual; pero, ciertamente, ese surtidor, por su forma, es también un símbolo fálico.
Al fondo del cuadro vemos la cementera de San Carlos de la Rápita.

Ambas obras, Deméter y Andrómeda, son magníficos ejemplos del empeño y deseo de E. Laborda de retomar los viejos mitos del mundo clásico pero actualizando totalmente la imaginería mitológica y tratando con el máximo realismo su puesta en escena.
Otras obras de esta misma época y características son Afrodita (2005). En dibujo Minerva (2006), Perséfone (2007), Lenea (2005) Selene (2006) y algunas más.

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