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Edición nº 3 - Junio/Agosto de 2008

Mario Soria, escritor.


Entrevista a
Mario soria

por
Ana Alejandre

En esta ocasión el entrevistado es el escritor, ensayista y periodista Mario Soria que empezó su colaboración con Editanet en la edición anterior, correspondiente a abril/mayo del presente año.

Es siempre agradable hablar con él por su amable trato, sentido del humor y esa profunda humanidad que pone de manifiesto en sus palabras y actitud de todo pensador que sabe conversar con su interlocutor con la profunda atención de quien todo le interesa, porque forma parte de esa realidad que es su materia de estudio y ensayo.

Empezamos el cuestionario de preguntas a las que se ofrece amablemente a responder a lo largo de una conversación distendida que transcurre nuevamente en el marco del Círculo de Bellas Artes.

Ana.- Eres periodista, escritor, ensayista, prologuista, corrector y licenciado en Derecho. ¿En qué orden pondrías tus diferentes facetas profesionales por orden de importancia para ti?

Mario.- Para mí, sin duda, lo más importante es ser escritor. Y de esta apreciación se deriva lo demás: ensayista, prologuista, corrector, según este orden. Advirtiendo, además, que en mi caso se identifican casi por completo escritor y ensayista, porque considero el ensayo el género literario más apto para expresarme. Esto, huelga decirlo, por lo que a mí concierne. El ensayo permite profundizar sin límite un tema, a la vez que exige airoso estilo. No es superficial, pero tampoco tiene, o no debe tener, la tosquedad y sobriedad de las exposiciones técnicas. Montaigne lo demostró perfectamente, tratando de los temas más abstrusos como jugueteando, aunque sin perder hondura ni precisión: meditándolos con elegancia, pero sin desvirtuarlos lo más mínimo, ni hacerlos despreciables o insignificantes a los ojos de un lector enemigo de trivialidades. Modernamente, recuerdo a dos grandes cultivadores de este género: Unamuno y Keyserling, que también tienen las mentadas cualidades: profundidad, sutileza, brío, gracia, amenidad.
En cuanto a mi licenciatura en derecho, que no me parece pertinente mezclar con mis aficiones literarias, yo la respeto, permíteme decirlo así, porque es el derecho, la justicia, parte esencial del saber y fundamento del orden social. Por lo que a mí respecta, mis estudios jurídicos, aunque por desgracia no haya ejercido la abogacía, han aumentado mis conocimientos en materia importantísima, y me han acostumbrado o facilitado el considerar muchas cosas con mesura y equilibrio.

Ana.- ¿Llegaste a ser escritor a través del periodismo o a la inversa?

Mario.- Primero fui escritor; luego, periodista o, para decirlo más exactamente, mi afición a escribir me llevó al periodismo como medio no sólo de informar, sino también de formar a los lectores y de desarrollar y divulgar mis ideas, aunque pronto advirtiese las dificultades para hacer esto último.

Ana.- ¿Consideras que el periodismo que tú ejerciste en tu época de actividad es el mismo periodismo que se hace ahora, o ha cambiado su concepción y no sólo por el hecho del cambio político y la llegada de la democracia?

Mario.- En realidad, creo que ha variado la forma, pero no el fondo; han variado los asuntos, pero no la manera de encararlos. Cuando yo escribía, época franquista, no podían tratarse ciertos temas: con los ojos muy abiertos velaban director y censura para que lo proscrito no saliese a la luz escrita. Hoy sucede exactamente lo mismo, si bien son otros los asuntos permitidos y los prohibidos y distinta la manera de censurar. Entonces no cabía elogiar la democracia parlamentaria, ni denunciar abusos policíacos o chanchullos de ciertas autoridades. Pero si nos trasladamos a nuestro tiempo, ningún medio de comunicación importante permite elogiar ni por asomo, pongamos por caso, el nazismo o el fascismo, ni siquiera el plan de obras públicas con que resolvió Hitler el gigantesco paro alemán y que, mutatis mutandis, parece tener en mente Rodríguez Zapatero para llevar a cabo un fin parecido. ¿Quién elogiará a Jomeini? Para demostrar el peligro que acecha a quienes se atrevan a infringir las leyes tácitas en la materia, piénsese en lo sucedido a David Irving. Y, por supuesto, los aspectos monstruosos del nazismo o de cualquier otro sistema totalitario, monstruosos nos parecen; pero nos irrita la censura, no menos que la imposición y determinación por decreto político de las verdades históricas.
Por su parte, los dueños de la publicidad (de la cual viven los medios de comunicación) están ojo avizor para que nadie pueda tildarlos de ser política, social, históricamente incorrectos. Existen dogmas intangibles, hoy como antes; existen personas, países a los cuales es imposible y peligroso ofender o defender, ni siquiera hacer resaltar que de ellos no todo fue malo o es bueno. Estamos en la misma situación de un funcionario del presidente Bush que le alabase a su patrón la ciudad persa de Isfahán: inmediatamente sería despedido, vilipendiado, condenado al paro perpetuo, si no encarcelado.
Los periódicos que intenten romper las rejas de la invisible prisión están condenados a un pronto fracaso, ahogados por la falta de publicidad. Por otra parte, es hipócrita el sistema periodístico: admite la radio, televisión, revista, semanario, diario que tengan pocos lectores, oyentes o espectadores, porque eso le sirve para jactarse de respetar la libertad de expresión; pero si un órgano periodístico cualquiera adquiere importancia y no está de acuerdo con lo políticamente correcto, tiene sus días contados.
En cuanto a los periodistas, por miedo, abulia, conveniencia, convicción, están sometidos a las órdenes de su director, que, a su vez, obedece a los dueños del periódico o televisión, sujetos, por su parte, a la publicidad.
Y por lo que al lector se refiere, tiene que entrever la verdad entre la balumba de noticias que se digan o que se callen. Y evitar como la peste los periódicos y emisoras de radio o televisión que no sean informativos, sino de mera opinión.

Ana.- ¿Cuáles son, a tu juicio, los principios en los que se debe basar el periodista en el ejercicio de la profesión y si piensas que en la actualidad se cumplen en la mayoría de los casos, o el periodismo está demasiado condicionado por los intereses económicos que hay detrás de cada empresa periodística?

Mario.- Me parece que lo que acabo de decirte sirve para contestar esta pregunta tuya. Sólo añado que el periodista honesto sabe informar acerca de la realidad, aunque no le resulte cómodo profesionalmente, aunque arriesgue la vida en ello, como ha pasado con muchos. Recuerdo sobre todo a José Couso, asesinado por los norteamericanos en Bagdad, cuando llevaba a cabo su misión informativa. Y a tantos otros matados por los mismos y en iguales circunstancias profesionales. Si condenamos la censura a que someten las empresas de comunica-ción a sus trabajadores y la docilidad frecuente de estos últimos, también es justo ensalzar el heroísmo de corresponsales y cronistas, cuando lo hubiere.

Ana.- Como escritor y según veo en la relación de tus libros publicados, no encuentro ninguno de ficción o narrativa. ¿No te ha tentado nunca escribir obras de dicho género?

Mario.- No. Y si alguna vez he sentido la tentación de hacerlo, la he vencido. No me han llamado las musas por ese camino. Quizás en alguna ocasión acudiese al palacio de dichas señoras, y llamara a la puerta para que me abriesen; pero nadie me contestó. Y yo sabía que había gente adentro, porque se oía música, y risotadas, y tintineo de copas. Sin duda, me gusta este género literario, si bien sobre todo para juzgar sus obras y meditar sobre ellas. Prefiero ir más bien por el camino del pensamiento, menos claro es cierto que el de las bellas letras; atender al ulular de algún buho más que a las gracias de la ficción; profundizar e intuir lo que llamo yo la lógica interna de las cosas, incluidas las obras literarias de toda clase.

Ana.- Veo, sin embargo, que has escrito un libro sobre la figura de Chateaubriand, el famoso escritor francés. ¿Qué te llevó a elegir a dicho escritor como figura estudiada en tu libro entre las muchas otras figuras de la literatura francesa?

Mario.- Mi estudio sobre Chateaubriand obedece al criterio anterior: encontrar las ideas directrices de la obra. No es, pues, biografía. Absurdo hubiese sido escribir una en España, sin la necesaria documentación y habiendo biografías espléndidas del personaje: quizás definitiva, la de Ghislain de Diesbach. El fin del libro fue estudiar la trama del Genio del cristianismo, la Vida de Rancé y otros libros de Renato. Además, referirme de paso, no tanto a los acontecimientos exteriores, como a la índole del vizconde. Me llamaba la atención que unos lo calificasen de ultra, y los ultras, de liberal. Simplemente, discernía y juzgaba. Era recto e inteligente; no ignorante ni fanático. Hoy, lo detestan los integristas católicos; su apologética la desprecian los representantes del psitacismo escolástico; racionalistas como Maurras lo culpan de haber contribuido a lo que ellos llaman decadencia de las letras francesas. Para mí, en cambio, tiene al menos dos méritos, aparte de su donosura literaria: haber hecho del sentimiento medio apologético, de acuerdo con ideas que se remontan por lo menos hasta San Francisco de Sales y Pascal. Y, segundo, demostrar soberana independencia de criterio, lo mismo delante de Napoleón Bonaparte que de Luis XVIII y Carlos X, aunque esta independencia le costase a veces muy cara, porque M. le vicomte era de familia pobre, y pobre lo fue toda su vida.

Ana.- Además, fuiste conferenciante sobre la figura del filósofo italiano Miguel Federico Sciacca. Y por ello te hago la misma pregunta que la anterior: ¿por qué elegiste esa figura como protagonista de la conferencia? ¿Tiene alguna influencia su obra sobre ti?

Mario.- Respecto de Sciacca, me atrajo vivamente su afinidad con el San Agustín de las Confesiones, es decir, la unión de inteligencia con sentimiento y fervor religioso. Sciacca es tomista, pero no al modo de los encadenadores de razonamientos sin hálito de vida, como hasta cierto punto lo fue entre nosotros el celebrado padre Santiago Ramírez. El siciliano fecunda sus ideas con el impulso religioso del hombre, con todas las vicisitudes, dudas, negaciones, deseos, inclinaciones, curiosidades del creyente. Enraiza su filosofía en la vida concreta y empapa esta vida de pensamiento. Por otra parte, innova, es decir, incorpora a su tomismo la aportación de uno de los pensadores más atrayentes del siglo XIX italiano: el abate Antonio Rosmini, últimamente celebrado por Juan Pablo II y que va -parece- camino de los altares.
Ana.- Los temas filosóficos y políticos, además de los religiosos, se prestan a ser tratados en el género del ensayo; pero, ¿te interesan los temas sociológicos, literarios, artísticos, etc., también para tratar sobre ellos, o los consideras sólo aptos para especialistas en esas materias, al igual que tú lo eres en los temas que tratas?

Mario.- Sin duda, dichos temas son tema de especialistas. Pero sobre todo son materia de los entendidos. Un catedrático universitario puede escribir sobre la Roma medioeval, si se ha especializado en ello. Pero un aficionado de talento, investigador minucioso, también puede escribir válidamente acerca de tal asunto. Caso de Fernando Gregorovius, diplomático ocioso, destacado en la Ciudad Eterna y al que se le abrieron los archivos de las grandes familias romanas. Y lo mismo cabe decir de otras materias. Esto significa que de ninguna manera es necesario un título universitario o profesoral para tratar legítimamente de un asunto. Fuera de los círculos académicos, tiene la afición inteligente el derecho de opinar válidamente sobre muchos temas que algunos pretenden ser coto cerrado de los especialistas. Hay que recordar al respecto aquello que decía Víctor Hugo: “Los doctores desprecian a los doctos”. Y también la mofa española: “Lo que natura non da, Salamanca non presta”.

Ana.- Todo escritor es ante todo un voraz lector. Por ello, te pregunto: ¿cuáles son tus lecturas y tus autores preferidos?

Mario.- Ahora leo más bien poco. Indago en esta o aquellas obra datos para lo que esté escribiendo. O releo con el mismo fin. Voraz lector sí lo he sido desde muy niño. Lector de toda clase de cuentos infantiles, seducido por la fantasía: Calleja, Perrault, Andersen, los hermanos Grimm. Y una colección argentina, Marujita, de innumerables cuentos e inagotable fantasía. Después, las novelas históricas de Alejandro Dumas. Y las apasionantes aventuras de Julio Verne. Y novelones policíacos de aventuras, como la Sombra y Doc Savage, y el Oriente exótico y violento de Sandokán. Siempre que acicateasen mi imaginación. Por último, adolescencia y juventud: filosofía, religión, política, poesía, historia; y en la universidad, derecho y economía, que siempre me ha atraído mucho, incluso las teorías de Smith, Ricardo, Marx, Mises, de las cuales discrepaba y discrepo totalmente.
En cuanto a autores preferidos, he cambiado en ocasiones de gusto y aprecio, por el afinamiento y la mayor precisión de juicio. Además, no es siempre la materia de veneración, a saber, el escritor, homogéneo, de modo que a uno le gusta tal aspecto, pero no tal otro, de un autor. Te mencionaré al azar los que siento más cerca de mis ideas y aficiones: Nietzsche, Platón, San Agustín, Heidegger, el rey David, San Buenaventura, Dilthey, fray Luis de León, Santa Teresa de Jesús, Quevedo, Pascal, Novalis, Schopenhauer, Séneca, Cioran, el poeta boliviano Francisco Tamayo, San Juan de la Cruz… Y obras concretas, como El libro del amigo y el amado, de Raimundo Lulio; Cristo de nuevo crucificado, de Kazantzakis; El rostro maravillado, de Ana de Noailles; unos trataditos preciosos del hindú Ananda Cumarasuami y del ruso Vladimiro Lossky…

Ana.- Por la misma razón de la pregunta anterior ¿cuáles han sido tus influencias a la hora de escribir?

Mario.- Ciertamente, han influido mis lecturas en mis ideas y modo de escribir. Pero todas esas lecturas no se han sedimentado en mi espíritu al modo de posos, de cuerpo extraño, sino que se han incorporado a él: las he asimilado como alimento. Esto significa que las he transformado, para bien o para mal, conforme a mi idiosincrasia. Porque lo leído me ha servido, a lo largo de la vida, lo mismo para instruirme que para descubrirme y desarrollarme. Mis ideas, acertadas o desacertadas, y mi estilo, bueno o malo, todo ello la lectura lo ha educido de mi personalidad, de forma más bien inconsciente, con labor callada y lento madurar. Ahora, lo leído es para mí sobre todo referencia, cimiento, adorno, información, más que influjo. E indicar la influencia preponderante es, en verdad, indicar la que más se conforme con mi peculiaridad espiritual. Los autores citados son, por una razón u otra, mis congeniales, quienes me soplan ideas, siempre que yo las considere atinadas o hermosas.

Ana.- ¿Crees que el ensayo, en la actualidad, está valorado, o se da preferencia, editorialmente me refiero, a los géneros de ficción por considerarlo un mayor negocio?

Mario.- Me parece que, efectivamente, está el ensayo poco valorado. Prefieren las editoriales el género de ficción, por dar éste mayores ganancias. Sin embargo, muchas veces se deciden los empresarios de la letra impresa no por novelas y cuentos, sino por las confesiones, fingidas o reales, de cualquier actor, actriz, locutor televisivo, querida o querido de un famoso, prostituta con máscara cinematográfica, esposa de torero, toxicómana de campanillas, político malvado y mediocre, periodista abanderado de la guerra civil. El ensayo es generalmente fruto de reflexión, y su lectura exige paciencia, afición, atención, cualidades que rara vez se dan en el lector moderno, proclive a mariposear por las páginas y buscar el cosquilleo sensual. La misma ficción no ha de pretender, para ser editada y leída, perfección estilística, ni personajes bien retratados, ni acción verosímil, sino brutalidad, lujuria, palabras soeces. Así se sacude la curiosidad y se electrizan los nervios. Recuerdo haberte escuchado una conferencia donde, entre otras cosas, hablabas de muchas editoriales que eligen un género literario inferior, siempre que sea lucrativo. ¿Cómo puede competir contra semejantes armas el ensayo?

Ana.- ¿Cuáles son los ensayistas, en el ámbito español, que valores especialmente por su rigor expositivo y los análisis que realizan sobre la materia tratada?

Mario.- De los ensayistas españoles recuerdo a Unamuno, Ortega, Maeztu, Fernández de la Mora, Savater. No iguales, ciertamente, porque entre los cuatro primeros y el último hay la diferencia que separa el cielo de la tierra. Volteriano, Savater, pero sin la gracia, ni el ingenio, ni los conocimientos de su modelo. Pero lo recuerdo, gracias al bombo de la prensa progresista y de la conservadora.
Unamuno siempre me ha seducido por su inquietud religiosa, sus desplantes filosóficos, su franqueza, su verbo poético, tan notable en ocasiones; su crítica, su intento de sintetizar tradición y progreso. En cambio, me disgusta el racionalista, antirreligioso Ortega (recuerdo insultos suyos disimulados a San Juan de la Cruz). Machista, de vez en cuando: juicios estultos sobre la condesa de Noailles; a ratos, cortesano de reverencia y besamanos: caso de Victoria Ocampo, patrona de las letras argentinas, amiga de Keyserling y de Tagore. Respecto de Maeztu, divididos mi genio y mi gusto. Me atraen el hispanista y el católico; no, el liberal y centralista jacobino, pese a su raigambre vasca. Extraño siempre una edición completa de su obra, que recoja todos sus artículos periodísticos, cartas y escritos mayores, porque es Maeztu, igual que el gallego Amor Ruibal, de esos autores regionales que han rebasado los límites de su terruño para expandir su genio por toda España, y desde ésta, por el mundo. En cuanto a Fernández de la Mora, extraordinario crítico, sabía penetrar el meollo de cualquier escritor, por intrincado que fuese el libro. Caso de Zubiri y del citado Amor Ruibal. Y sabía también escudriñar brillantemente la nuez de las instituciones políticas. Crítico y politólogo. En cambio, su metafísica no era más que pinitos en la materia, discursillos de adolescente pretencioso, escepticismo y racionalismo de chicha y nabo.

Ana.- ¿Crees que la desaparición progresiva y lamentable de los correctores de estilo en la mayoría de las editoriales, a no ser las grandes firmas que pueden costear sus servicios, redunda en contra de la calidad de los libros que se editan en la actualidad?

Mario.- Sí, indudablemente. Pese a la soberbia de muchos escritores, que creen ser prefectos en punto al contenido y el estilo de sus libros, hay que reconocer la meritoria labor de los correctores. Haberlos suprimido significa evitarse, sí, las editoriales discusiones con los autores y gastos, pero también entraña la desaparición dañar la calidad de las obras y perjudicar al propio autor, al que nunca le viene mal ser aconsejado. Aunque también haya que decir que ciertos correctores oficiosos no tienen muy asentada la habilidad. Recuerdo a Fernández de la Mora que, como director de Razón Española, solía suprimirles a los colaboradores, sin consultarles (al menos, a mí me sucedió), cualquier refrán o frase que le sonase a popular o descompusiese la avinagrada seriedad de la revista: “Cortar el bacalao”, “Tener la sartén por el mango”, “Por atún y a ver al duque” u otras locuciones semejantes.

Ana.- Fuiste corrector de estilo y, por ello, conoces bien el trabajo que realizan, por lo que me gustaría saber ¿cuál es, a tu juicio, la importancia del papel desempeñado por ellos en la edición de un libro?

Mario.- Sí; fui corrector de estilo en la “Editora Nacional”. Me tocó la durísima tarea de enmendar una traducción de Agonía de un neutral, buena obra del norteamericano Raimundo Proctor. Pésima era la versión, desde el punto de vista estilístico castellano, pero había que atenerse al texto ya vertido y darle una expresión admisible, conservando el sentido. Al final, después de muchos sudores y no menos maldiciones, salió la obra decentemente escrita. Esto me parece contestar a tu pregunta. Pero quiero subrayar el papel del corrector, recordando otro hecho. Trabajaba yo en la editorial “Doncel” y había que traducir Los derechos del hombre, de Tomás Payne. Para evitarnos la tediosísima corrección, de la que ya tenía yo experiencia, no se me ocurrió otra cosa que encargar una prueba al traductor candidato. Así se podría juzgar -creía yo ingenuamente- de la aptitud de aquél. En efecto; las pruebas que me presentó el postulante a guisa de testimonio de su habilidad, merecían haber sido incorporadas al
Diccionario de autoridades, de la academia de la lengua: tales eran la soltura, elegancia y variedad del fragmento. Pero, cuando tuvo la editorial la traducción completa, hubo que enderezar, lañar, pulir el estilo de la versión, hecha de prisa y corriendo para cobrar el precio estipulado.

Ana.- Abundando en lo anterior, ¿crees que un corrector puede hacer que un texto mediocre llegue a ser bueno, por lo menos estilísticamente hablando, o cuando el texto es malo no hay quien lo salve porque falta la materia prima, en cuanto a calidad se refiere?

Mario.- El corrector mejora el estilo y, siendo notable el fondo de la obra, miel sobre hojuelas: el libro merece todos los elogios. En cambio, si es el estilo intachable, pero son los temas expuestos triviales, o las ideas adocenadas, aparte que un corrector de estilo sobra en tal caso, ni todos los remendadores y zurcidores literarios del mundo podrían convertir lo mediocre en bueno. Como dice el refrán: Donde no hay mata, no hay patata. Y yo prefiero las patatas, muy sabrosas cocidas y aderezadas con aceite, perejil y comino.

Ana.- Entre un libro con ideas originales, inteligentes y lúcidas, pero escrito con un estilo mediocre y otro que sea conceptualmente mediocre pero de un estilo literario excelente ¿cuál elegirías?

Mario.- Muy probablemente me inclinaría por el primero. Y no porque sea el estilo adventicio, sólo superficie o costra, sino porque a un libro desaliñado pero inteligente, falta sólo lavarlo, peinarlo, cepillarlo, para presentarlo con éxito y asombro de todos en sociedad; mientras que uno bien escrito, aunque hueco, sólo servirá para decir vaciedades correc-tas a las señoras. El pensamiento puede excitar la imaginación y el entusiasmo, forjando un estilo nuevo. Lo ordinario, mediano, mediocre, no engendra nada, salvo el aburrimiento.

Ana.- ¿Consideras que el cambio de modelo de enseñanza actual tanto en el bachiller como en la Universidad, eliminando asignaturas fundamentales como la filosofía, las lenguas muertas, la historia del arte y la literatura, etc., en beneficio de las asignaturas de ciencias, a las que se tiende cada vez más, y a las llamadas carreras técnicas y prácticas, va a dar como resultado un número de universitarios cada vez más especialistas en algo, pero ignorantes en temas tan importantes como son las humanidades?

Mario.- El cambio del modelo pedagógico obedece, a mi entender, al prejuicio general a favor de las ciencias naturales, tecnolatría, en desmedro de las humanidades. Y que tal prejuicio y el consiguiente cambio de valores ignoren la base de la cultura europea, es innegable. Por ejemplo, eliminar la religión de la enseñanza significa cerrarse, entre otras cosas, la comprensión del arte occidental, desde el románico hasta corrientes actuales como el realismo fantástico vienés. Significa no entender en absoluto el magnífico arte grecorruso y afines. Significa, incluso, la incapacidad para entender otras culturas, como la musulmana, la budista, la hindú, fundamentalmente religiosas. Proscribir el latín es para un jurista cegarle la fuente de su saber y hacer que se atenga a la ley positiva y la legiferación, induciéndolo a confundir lo legal con lo justo. Postergar la filosofía entraña introducir la superficialidad en todas las ramas del saber y desanimar cualquier reflexión. Etc. El prototipo del universitario y del hombre así formados es el ciudadano norteamericano, animado sólo por el conocimiento técnico y sus aplicaciones, por el lucro y la violencia.

Ana.- ¿Piensas que el lenguaje, como decía Unamuno, no es el soporte del pensamiento, sino el pensamiento mismo hecho palabra? Y si es así, ¿qué juicio te supone el lenguaje actual cada vez más deteriorado entre los jóvenes, en una mezcla de anglicismos, palabras vulgares, jergas inclasificables y modismos? ¿Piensas que este tipo de lenguaje extraño y confuso puede afectar al proceso mismo del pensamiento en la sociedad actual y producir las lamentables consecuencias que cada día vemos?

Mario.- El lenguaje juvenil corresponde, por su tosquedad y su pobreza léxica, a la tecnolatría y el hedonismo predominantes. Y corresponde también a la decadencia del libro y el sustituir la lectura por la televisión, los juegos electrónicos y el abuso de los ordenadores. Pero este lenguaje es, en gran parte, efímero. Lo suscitan modas y modos de hablar; domina ciertos grupos. Su vigencia se extingue con el paso de la edad. De una zona urbana a otra, varía. ¿Quién se acuerda ahora de la jerga que durante algún tiempo hablaban los tontos de la calle Serrano? Con todo, los atentados contra la ortografía, la sintaxis, la prosodia, el léxico, también contribuyen a zapar nuestra civilización. Por otra parte, esto sucede en la juventud occidental. Los jóvenes árabes, por ejemplo, y mientras no se contaminen de occidentalismo, mantienen su idioma y sus saberes tradicionales, y los mueven otros ideales, a veces peligrosos. Perversión del lenguaje, hedonismo a ultranza, ateísmo, ignorancia, toxicomanía, prisa, codicia, ruido, todo ello es fruto del mismo árbol ponzoñoso.

Ana.- Actualmente, existe un hedonismo light, como dicen pensadores como Gustavo Bueno, entre otros, pero sin el sustrato filosófico que le dé cobertura y firmeza, sino sólo el deseo de vivir placenteramente –aunque no en el sentido puro de los hedonistas-, sino en una exaltación continua del goce instantáneo y sin complicaciones morales ni intelectuales. ¿Crees que la sociedad actual tiene una falta de principios éticos, morales y filosóficos que sustenten su propio dinamismo interno, o piensas que está basada en valores distintos a los del pasado, pero igualmente válidos?

Mario.- Creo que toda sociedad, por rudimentaria que sea su organización, se funda en una filosofía explícita o implícita. Todos obedecemos y actuamos según ideas preconcebidas y cierta lógica, nos demos o no cuenta de ello. Aparte de nuestros designios individuales, momentáneos, nos rige un designio social, permanente. El deseo actual de vivir placenteramente y de gozar de lo que llamaba Goethe “instante fugitivo”, “tan hermoso”, nace de una ética del placer a cualquier precio y en todo tiempo, del carpe diem, que ya conocían muy bien griegos, latinos y judíos bíblicos. Creemos, por habérsenoslo imbuido desde hace mucho tiempo en la familia, la escuela, la universidad y hasta en las iglesias, que nada es válido, sino el placer; nada valioso, sino el triunfo social y las insignias del mismo: el dinero y cosas costosas; nada existente, sino lo que se ve, toca, oye, de acuerdo con el positivismo triunfante. Que, además, y conforme al materialismo vigente, no es el pensamiento otra cosa que secreción cerebral; que no existe la verdad, sino opiniones, por lo cual meditar acerca de aquélla, o del bien y la belleza, también inexistentes, es perder un tiempo que puede emplearse con mayor provecho comiendo, bebiendo, fornicando, explotando a nuestros semejantes. O también, no hay que omitirlo, trabajando por sueldos míseros para comprar algo de lo que reluzca en los escaparates urbanos.
La sociedad actual con todas sus aberraciones es comprensible, en el sentido de ser materia de reflexión filosófica y moral. Por lo tanto, tiene su filosofía subyacente, su lógica particular y consecuente. No es la sociedad actual pandemónium, ni reunión ocasional de locos, borrachos y tragones. No es ser absurdo, monstruo de partes disparatadas. Es posible clasificarla, calificarla, explicarla, condenarla. O absolverla con todos los pronunciamientos favorables, según filosofías como la de Váttimo y de Flores de Arcáis.

Ana.- ¿Qué filósofos te interesan, tanto de la antigüedad como de la actualidad y por qué?

Mario.- De la antigüedad me interesan sobre todo Parménides, Heráclito, Platón y Aristóteles. El primero, porque su pensamiento es, a mi juicio, base de todas las especulaciones sobre el ser, pasando por al-Farabi, Avicena y San Anselmo, hasta Hegel y Heidegger. Me interesa Heráclito, porque pone de relieve, contra la tendencia general griega, substancialista, lo irremediablemente pasajero de las cosas; idea más propia del Oriente semita e hindú. Siempre me ha atraído Platón, genial ensayista, por sus especulaciones superadoras de lo sensible, con todo lo que lleva tal sistema consigo. Recuerdo al respecto una afirmación de Whitehead: Toda la filosofía occidental no es más que gigantesca glosa escrita al margen de los libros platónicos. Y, en fin, me interesa Aristóteles, adversario de su maestro, pensador mundano, defensor de una hipotética realidad estable, eximio defensor de la razón, a despecho de la inteligencia, la intuición y la fantasía. Genial escudriñador de lo real, pese a los defectos inherentes al punto de vista y los instrumentos empleados. Objeto de juicios parcialmente injustos, como este de Lutero: “Aristóteles ilumina igual que inmundicia puesta en linterna”. (El original es más fuerte: Sicut in laterna merda posita.)
De los modernos ya te he indicado hace un rato a algunos. Ahora te indico ésos y otros que también me interesan apasionadamente: San Buenaventura, el Cusano, Malebranche, Leibnitz, Nietzsche, Kant, Hegel, Heidegger, Dilthey, Sciacca, Scheler… Y me interesan todos éstos por no encerrarse en el mundo material; no usar exclusivamente de la razón, empleando también la inteligencia, el sentimiento y la imaginación. Además, por no reducir el pensamiento a abstracciones, sino ponerlo continuamente en relación con el hombre vivo y las cosas reales; por explicar la lógica interna de toda clase de entidades y fenómenos; por intuir planos más profundos que la realidad material y la consciencia; porque algunos de estos pensadores, aunque increyentes, siempre están asomados a lo trascendente; por no constreñirlos el positivismo comtiano, sino que emplean en sus observaciones otro positivismo, superior: el de Husserl y Scheler. Etc.

Ana.- ¿Crees que ésta es una sociedad inculta, que lee poco, a pesar de que las ventas de los libros ha aumentado, aunque no el de los lectores, porque los libros se compran para regalar y como objeto de consumo, pero no por el placer de la lectura, o piensas que se lee más que antes?

Mario.- Quizás, sí, se lea poco. Con todo, hay libros de gran éxito comercial, aunque por lo general de poco mérito literario. Novelas históricas, probablemente de contenido tendencioso; pasablemente escritas. Novelas fantásticas que han incorporado a los prodigios antiguos los de la técnica, y por esto les gustan a muchos. Suele venir el éxito actual de uno anterior, y éste, de otro precedente. Por consiguiente, la suerte, la propaganda, el acuerdo para lanzar un libro al mercado, determinan la demanda cuantiosa.
Regalar libros se ha convertido en costumbre, particularmente de navidad, fin de año y reyes. Una novela o historia atrayente; un libro de arte. Se espera vagamente que el regalo le interese al destinatario. Yo mismo estoy en ese caso, si bien no aseguraría que mis obsequiados hayan leído el libro de Orhan Pamuk o el de Merejkovski que recibieron.

Ana.- ¿Estás escribiendo alguna obra en la actualidad? Si es así, ¿de qué trata y cuándo piensas publicarla?

Mario.- Sí. Estoy escribiendo un libro acerca de poesía, no de poesía, porque no soy poeta, como tampoco novelista. Ya dije atrás que las musas no se me habían mostrado propicias en mi nacimiento. Yo me acuesto más bien hacia Apolo, señor de la luz y el calor, y hacia Minerva, diosa del atardecer meditativo. Tampoco es mi ensayo tratado poético. Consiste en impresiones nacidas de versos leídos. Intento traspasar las meras palabras o completar el significado obvio de las mismas, basándome no sólo en la peculiaridad del verso, sino en una base lingüística. No soy Chomski, ni Bopp, ni Saussure, ni Vossler; pero, en medio de mi saber rudimentario, creo tener cierta intuición para este asunto, lo mismo estética que crítica. Ya había tratado de las palabras, su origen y características en otras ocasiones; pero esta vez he ampliado mis ideas, dividiendo el trabajo en reflexión sobre la poesía, por un lado, y mis vagidos filológicos, por otro. Ambas partes, estrechamente relacionadas, porque creo ser la poesía llave para entender la fonética, morfología, etc., de una lengua.
En cuanto a publicarla, sí, naturalmente, lo pienso. Pero ya sabes lo que nos pasa a muchos escritores: nos sentamos en una esquina para pedir a los viandantes: ¡Una editorialita, por amor de Dios! Espero que alguna me caiga en la mano extendida.

Ana ¿Cuál es tu deseo por conseguir como escritor y ensayista? ¿Hay algún proyecto de una obra que te gustaría escribir, pero todavía no lo has comenzado o terminado por los motivos que fueren?

Mario.- por lo pronto, quiero acabar la obrilla que estoy escribiendo y de la que acabo de hablarte. Va muy adelantada. ¡Qué Dios me dé vida para terminarla a mi gusto! Después, ya veré qué me sopla la inspiración, porque, aunque se base un ensayo en madura reflexión, consultas, búsqueda, fuerza de codos en suma, más es lo que nos viene de fuera que cuanto aportemos nosotros.

Ana.- ¿Si tuvieras que definirte a ti mismo como intelectual, escritor, ensayista y periodista cómo lo harías?

Mario.- Sin duda, como intelectual. Siempre he procurado ir al fondo de las cosas, comprenderlas íntegramente, no por generalidades ni apariencias, o sea, ni sólo por la razón, ni sólo por los sentidos. Además, he tratado de discernir diferencias entre seres o hechos aparentemente iguales o muy similares, así como de reunir contrastes reales y abarcar ideas multisignificativas. (Perdóname el término.) Y por lo que se refiere a distinguir, nunca olvido una advertencia de Vicente Marrero contra juicios míos demasiado rotundos: “Lo propio del intelectual es el matiz”.

Ana.- Ahora, permíteme que te pregunte lo mismo, pero con respecto al plano humano ¿cómo te definirías?

Mario.- Aunque parezca pedantesco, igual que a Terencio, “nada humano me es extraño”. O sea que me creo incapaz de agotarme en una definición escueta. Más que definirme tendría yo que describirme. En mí domina una diarquía: cabeza y corazón, a la vez. Amasijo, por ende, de contrastes. Especulativo y sentimental; un poco calculador, pero espontáneo, violento; terrenal y espiritual, flojo y tenaz; muy sencillo en lo físico, pero enrevesadísimo en lo mental. Me interesa mucho la economía política, pero también averiguar cuántos ángeles pueden posarse en la punta de una aguja. De gustos muy simples para comer; sin embargo, me deleito con la enrevesada cocina árabe. Con todo, Beliso en punto a melindres.

Ana.- ¿Cómo te gustarían que te recordaran quienes te han conocido y si tuvieras que elegir: como un ser humano excelente y magnámino, en general, obviando tu obra, o como un escritor y pensador extraordinario, pero de cualidades humanas normales?

Mario.- Abre la puerta a la tristeza la pregunta.
Créeme, Ana querida, que no me preocupa mucho cómo me recuerden. En cualquier caso, laudes o censuras, será pasajero ese recuerdo, efímero, igual que todo en la memoria de los hombres. Yo mismo guardo algunos recuerdos, queridos, de personas que amé y me amaron: penas que han hecho asiento definitivo en mi corazón. Pero todo ello no durará sino lo que durare yo. El recuerdo que de nosotros guarden, así como nuestros pesares, nuestras lágrimas, nuestros desalientos, remordimientos, desilusiones, no debemos apoyarlos en el sueño agitado de la vida, en los muñecos que van y vienen por un escenario borrascoso, sino en algo o alguien más firme. Eso -tal vez me objetes- haría perpetuo el dolor, sangrantes siempre las heridas. Puede ser.
Respecto a si me considero “pensador extraordinario”, como tan bondadosamente me dices, me halagarían pregunta y suposición, si no me asaltasen a cada momento mil dudas sobre lo que hago, desánimos costosos de vencer. Nadie mejor crítico que el autocrítico. Y en cuanto a si tengo “cualidades humanas normales”, repito el título de un libro: El hombre normal, ese otro desconocido. (El autor -no recuerdo su nombre- aludía al libro del doctor Alexis Carrel: El hombre, un desconocido.)

Ana.- Ahora sólo me resta agradecerte tus respuestas, tu amabilidad en atenderme y las facilidades que has dado para hacerte estas preguntas. Espero que te hayas sentido cómodo con las preguntas que te he formulado y te aseguro que ha sido un placer hacértelas, porque tengo que hacer hincapié en que eres una de las personas con mayor sentido del humor que conozco. Gracias de nuevo y si quieres agregar algo puedes hacerlo a continuación.

Mario.- Nada más, salvo agradecerte tu bondadoso interés y la indulgencia con que me juzgas.

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