Ediición nš 11 - Abril/Junio de 2010
El mercadeo cultural
por Ana Alejandre
En esta España democrática, libre, plural en ideologías y pensamientos, pero siempre conservando la misma idiosincrasia en muchos de sus ciudadanos que ya Quevedo bautizara como la del pillo español, se sigue dando un fenómeno relacionado con el mundo de la cultura (aunque también se puede encontrar en otros sectores: políticos, financieros, académicos y un largo etcétera) y que, en el caso que nos ocupa, no es otro que lo que se podría denominar “mercadeo cultural”.
Es decir, el tráfico de influencias, recomendaciones, enchufes, nombramientos a dedo, padrinazgos y madrinazgos que no tienen más explicación, fundamento u origen que el supuesto deseo de hacer “un favor” - por parte de quien utiliza sus influencias, o pertenencia a determinada asociación, organización, agrupación, cofradía, o cualquier otro tipo de conjunto de personas con una organización jerarquizada y con sus correspondientes estatutos, además de tener un carácter cultural, investigador, artístico o cualesquiera que fuere y que tenga un cierto prestigio, a la que, desde ahora la denominaremos “el ente”- a otro individuo con el único fin de obtener del beneficiado otros favores en el futuro, en justo pago de la recomendación, del uso de la influencia de quien se considera valedor y, desde entonces y de forma vitalicia, acreedor del favor hecho y recibido por su enchufado, apadrinado, recomendado o, simplemente, designado para recibir tal distinción a costa de las influencias que pueda tener su protector, pero sin que los méritos del aspirante a ser recibido en el seno de dichas organizaciones superen para ser elegido a los de otros muchos posibles candidatos, con más méritos y más humildad, que no se plantean, ni aceptarían tal tipo de componendas para conseguir ser admitido en una asociación en la que sólo tendría como finalidad y razón de ser de su pertenencia, el colocar dicha coletilla “de la Asociación de…” en su correspondiente currículum.
Por supuesto, el pillaje es doble en este sentido: el primero, de quien astutamente ofrece presentar la candidatura del aspirante con todas las recomendaciones, a pesar de no conocerle, en la mayoría de las ocasiones, y el de este último que no tiene escrúpulos en pedir tal recomendación, para poder después presumir ante sus amistades de que ha entrado en tal cual organización, sin que haya hecho más méritos para ello que el ser amigo, pareja o pariente de un amigo de quien le puede abrirle la puerta falsa y fácil por la que colarse, demostrando así ser un simple cantamañanas con muchas ambiciones y pocas ganas de ganar dicho puesto dentro de tal o cual asociación o agrupación con su esfuerzo, su obra, su candidatura votada en justa lid por los miembros del consejo rector de dicho ente, limpiamente y sin componendas, porque así, en un eficaz acelerón y de un salto, consigue su propósito que le dará un supuesto prestigio, según presupone en su memez de vanidoso ejerciente, aunque nunca diría después cómo y de qué manera fraudulenta ha ingresado en la misma, sino que lo achacaría a sus muchos méritos, aunque no justifique cuáles son estos.
Por otra parte, quien ofrece dicha recomendación para que pueda ingresar el “apadrinado” por sus influencias en el ente, es un aprovechado también, porque pertenece al grupo de personas que tienen como lema la frase latina de quid pro quo, es decir, algo a cambio de algo, que es como alegar que “yo te hago un favor ahora y ya me lo tendrás que devolver cuándo yo quiera, cómo quiera y dónde quiera”. Además, mientras más distancia temporal haya entre el favor recibido y su posible devolución en forma de otro favor a petición del acreedor, más grande será la factura a pagar por quien, en su día, se creyó favorecido por su supuesto protector que lo único que protege son sus propios intereses, su codicia y su ambición.
Existen dos variantes y subvariantes posibles en este tipo de tráfico de influencias, de quien siempre ofrece a sus posibles beneficiarios su recomendación para conseguir ser elegido como futuro miembro de dicha ansiada asociación, o para ser elegida reina de la fiesta, o pregonero mayor, o cualquier otra distinción que siempre, e ineludiblemente, son las que se consiguen a través de recomendaciones de quienes son miembros de dicha organización, o amigo de miembros del jurado, -sobre todo del Presidente del mismo-, que tiene que dar la medalla, la distinción o el diploma de honor-; o, bien que el protector sea amigo del alcalde o, al menos, del vocal de cultura del Ayuntamiento que va a convocar las fiestas locales correspondientes.
Esas tres variantes a las que aludo son las que siguen: la primera de ella se podría calificar de variante positiva, y que comprende otras dos modalidades:
La primera subvariante positiva, es la de que, una vez hecho el favor, el favorecido se ve constreñido a agradecer siempre el poyo “incondicional” de su protector, que ya se encargará de pasarle factura, aunque siempre y antes de conseguir el objetivo ansiado por parte del recomendado, ira antecedido de una serie de favores no pedidos expresamente, pero insinuados. Esta variante es la menos común, a pesar de todo, a no ser que el supuesto recomendado sea una figura importante del mundo de la cultura, de la aristocracia, de la política o de las finanzas, en cuyo supuesto no hay dudas de que el protector estará encantado de recomendar a tal insigne protegido y, después, alardeará ante todo el mundo de que apoyó a tal o cual famoso e importante apadrinado suyo.
La segunda subvariante positiva es la más frecuente, es decir, aquella en la que el valedor ofrece su recomendación, su apoyo y su patronazgo al candidato, pero siempre de una forma difusa y poco definida en el tiempo. El aspirante a ser recomendado por tal supuesto bienhechor, ve pasar el tiempo y se siente obligado a corresponder a dicha y siempre hipotética promesa de recomendación o apoyo (a pesar de que no ha recibido todavía ni la una ni el otro su solicitud y todo se queda siempre en un supuesto día futuro en el que se cumplirán las promesas que le ha hecho su aparente protector). Naturalmente, el ofertante de padrinazgo siempre hablará de esa futura promesa de apoyo y, mientras tanto, va insinuando que le hace falta la ayuda de su hipotético protegido para que le resuelva tal o cual problema con los conocimientos o medios que este último posee y de los que carece el supuesto valedor y que pueden ser de todo tipo:de hospedaje, literarios, legales, informáticos, fiscales, técnicos y un largo etc., que el que se considera un apadrinado de aquél no le negará, teniendo en cuenta que está a las puertas de entrar en ese selecto club de elegidos del que aspira formar parte algún cercano día, gracias a la recomendación y protección de su generoso mecenas.
Sin embargo, el tiempo irá pasando y continuarán las veladas insinuaciones, por parte del supuesto mecenas para recibir invitaciones a comidas, fines de semana en casa del futuro protegido (¡qué casualidad que vive en la misma localidad donde tiene la sede la asociación a la que aspira a entrar y que ha sido determinante para ser elegido como recomendado por el "desinteresado" protector, por eso de tener un hotel cómodo, gratis y siempre disponible en el domicilio del futuro recomendado). Además, se sucederán los regalos y demás muestras de agradecimiento, por un favor no hecho “todavía”, que se van acumulando en el haber del supuesto valedor, pero caraduras cierto y no supuesto, y la paciencia y el bolsillo del hipotético protegido va mermando, al compás del tiempo que pasa sin conseguir su objetivo. Siempre habrá una excusa por parte del aparente protector para no tener que cumplir su promesa: que ha finalizado el plazo de admisión de las peticiones de los futuros miembros, que si ha cambiado el Presidente del jurado que debe dictaminar y no puede pedirle nada al recién nombrado porque no le conoce apenas todavía, que si faltaba tal o cual requisito burocrático en la petición del anhelante solicitante, etc., porque así va pasando el tiempo sin dar nada y recibiendo, al mismo tiempo, el agradecimiento por parte del aspirante que siempre lo seguirá siendo hasta que se dé cuenta de que ha topado con un caraduras sin escrúpulos que sólo busca medrar a su costa.
Variante negativa: Esta variante es mucho más extendida de lo que se puede suponer, porque está basada en ofrecer “desinteresadamente” la recomendación o influencia a un individuo que, ¡casualmente!, es amigo, pariente o conocido de alguien a quien se quiere chantajear, utilizar o manipular y que es ajeno a la cuestión. Es decir, cuando el supuesto mecenas ofrece al amigo, pariente o simple conocido, por ejemplo, de quien quiere manipular, controlar o chantajear, entrar en tal selecta organización, club, cofradía o agrupación, aunque el ofertante de tal propuesta nunca haya pensado llevar a cabo dicha oferta de apoyo “incondicional”; procurará hacérselo saber al tercero como advirtiéndole que ha tomado contacto con su amigo, pariente o conocido y quiere recomendarle para conseguir su objetivo. Naturalmente, cuenta con que, si el aspirante a ser recomendado le cae bien y le tiene aprecio, se sentirá ofendido de que el supuesto protegido no le haya dicha nada y se haya puesto en contacto directamente con quien considera que le puede apoyar en su candidatura, cumpliéndose así el dicho de “divides y vencerás”. En segundo lugar, el tercero ajeno a la cuestión puede intentar ayudar a su amigo o familiar para que consiga su objetivo, a base de “agradecer” con favores, invitaciones, etc. al bienhechor de turno, o, si le tiene tirria al aspirante a recomendado, intentará paralizar tal oferta de apoyo a cambio de algo que busca concretamente, desde el principio, el ofertante de recomendación y apoyo.
Es a ese tercer personaje, que no tiene nada que ver con la solicitud de tal o cual recomendación, a quien va dirigido el chantaje, pues implícitamente lleva la advertencia implícita pero no expresa, de que “o haces o me das tal o cual cosa (curiosamente algo a lo que el chantajista habitual se cree acreedor por su simple codicia, ambición o falta de escrúpulos) o apoyaré, o no –según sea el caso- convengala petición de tu amigo, pariente o conocido para conseguir tal distinción.”.
caso-, la petición de tu amigo, pariente o conocido para conseguir tal distinción.”.
Según la personalidad de quien es realmente el chantajeado (y no el futuro protegido como en el caso anterior) resolverá la cuestión mandando a paseo al profesional del chantaje porque le conoce lo suficiente y ha recibido, por su parte y como destinatario, otras muchas y variadas propuestas similares que ha rechazado porque sabe que detrás de dichas ofertas de apoyo y recomendación se esconde el chantaje y la codicia disfrazada de desinterés y amistad; o bien, en el peor de los casos, caerá en dicha extorsión, aceptando hacer, dar, consentir o favorecer al sinvergüenza de turno que mercadea con sus recomendaciones, enchufes, influencias o amistades con la facilidad de quien tiene alma de traficante, poca honradez y menos decencia aún, para que apoye, o no, la candidatura o petición de su amigo, pariente o conocido que le caía bien o indiferente, al menos, pero que ya le cae fatal, desde que se ha enterado que le ha puenteado, utilizando a sus amistades para su conveniencia; pero sin decirle nada para no tener que agradecerle nunca dicho favor si es que lo consiguiera.
Así, el supuesto protector desinteresado, humillando a quien realmente es su amigo, conocido, colega o compañero, y pretendiendo favorecer, sólo en apariencias, porque semejante tipo de individuo no favorece nunca ni a su propia madre, mercadea con influencias, enchufes y recomendaciones, e intenta conseguir sus objetivos que siempre son sacar provecho de forma constante y por partida doble: primero, del fulano que supuestamente quiere apoyar y al que intentará chuparle la sangre si es que, al final, consigue que ingrese en el club o asociación, o que le den tal o cual prebenda, por eso mismo del quid pro quo; situación que durará todo el tiempo en el que las influencias del benefactor en tal ente existan, porque si el beneficiado se rebelara ante sus exigencias, ya se encargaría de hacerle la vida imposible a través de las mismas influencias que utilizó para que ingresara en dicha organización; y, segundo, intentará sacar aún mayor provecho del amigo, pariente o conocido del apadrinado que, cree el traficante de influencias, estará dispuesto a todo para ayudar a su amigo o pariente, o para evitar que el chantajista extienda sus redes en su propio círculo familiar o amistoso, porque sabe como se las gasta el aparentemente desinteresado protector ,siempre deseoso de ofrecer sus servicios a cualquier desconocido para que ingrese en dicha organización de la que es miembro el benefactor y en la que tiene toda clase de enchufes y componendas. Eso sí, siempre y cuando dicho desconocido a quien le ofrece su recomendación o apoyo, tenga alguna relación familiar o amistosa con quien desea explotar por partida doble, porque sabe que le puede ser muy útil, y por eso es el verdadero objetivo de su “desinteresada” oferta, porque sabe que éste último es un filón del que puede sacar provecho de forma constante, lo que ha intentado en muchas y diversas ocasiones.
Naturalmente, no me estoy refiriendo en este comentario a las múltiples y variadas Asociaciones Colegiadas, Colegios Profesionales, agrupaciones diversas en los que para poder ingresar en ellos hace falta cumplir los requisitos de una determinada titulación, obra, características personales que no se pueden obviar con ninguna recomendación si no se poseen; o en el caso de los clubs privados, en los que sólo es preciso pagar una cuota y tener unos determinados y sencillos requisitos, sin que la recomendación o la influencia de nadie sea necesaria para ser miembro de ellos. Me refiero a las organizaciones de cualquier denominación es la que es requisito la firma de dos, al menos de sus miembros para ingresar en ellas. Naturalmente, no todos los miembros de dichas organizaciones realizan la incesante e interesada actividad de presentar a nuevos aspirantes, sino a esa minoría, uno o dos de ellos, que presentan incansablemente a sus recomendados y futuras víctimas de su codicia, de su chantaje y de su explotación sin tregua.
Por eso, el mercadeo cultural tan extendido en España y en el que intervienen las mismas sanguijuelas de siempre, dispuestas a chupar la sangre del prójimo con interesadas promesas de apoyo y recomendación, sólo puede subsistir porque hay gente tan vanidosa, aficionada al camino fácil no basado en el esfuerzo y el mérito, sino en la recomendación y las influencias para conseguir sus propósitos que, si realmente desean proteger sus intereses intelectuales, profesionales y humanos, deberían desconfiar y alejarse de los que están siempre dispuestos a apadrinar, recomendar y apoyar a quienes no conocen ni siquiera de oídas, porque sólo buscan traficar con sus influencias, nada culturales y siempre espúreas, chantajear y hacer lo único que saben: intentar medrar a costa de su red de influencias, a pesar de sus títulos universitarios (cuando los tienen), su vanidad inflada por su pertenencia a clubs rancios, partidistas, pseudo religiosos, porque mercadean también y hasta con el nombre de Dios, vacuos, sin ningún tipo de labor cultural seria ni de investigación, suspendidos en la nostalgia de un ayer al que deshonran y a un pasado en el que sí hubo gentes honradas, apasionadas por su labor literaria, científica, artística o cualesquiera que fuera, y que fueron quienes crearon dichas asociaciones que otros explotan para su provecho.
Y estos profesionales de la recomendación y del chantaje se apropian del nombre de la organización que los hombres ilustres crearon en el pasado, lejano o reciente, para así conseguir una mayor cota de poder y extender su red de tráfico de influencias, de compadreos, de nombramientos digitales (o sea, a dedo) y de chanchullos que son el único fin que persiguen quienes anteponen los títulos honoríficos a la obra, la vanidad al buen hacer, el deseo de poder al talento y la indecencia a la profunda vocación por una profesión, oficio o actividad artística, literaria o científica, que son las únicas que honran a quienes consiguen el reconocimiento y las distinciones que provienen de haber hecho lo que su talento, vocación profunda y sincera, su integridad y valía merecen; y., por ello, y a pesar de tanto cantamañanas aficionados a los oropeles, consiguen, renombre y prestigio en su parcela de actividad, antes o después de muertos, como ha demostrado la Historia a lo largo de las generaciones. Sólo esos seres son los que se distinguen por sus méritos merecidos y ganados en su recto quehacer y alejados de la miseria y el mercado de vanidades en el que se ha convertido el mundo cultural de nuestra época.
A todos los practicantes del mercadeo cultural, vaya por delante mi más absoluto desprecio, el mismo que ellos tienen a esas organizaciones culturales de las que presumen ser miembros y a las que deshonran con su corruptela, su falta de escrúpulos, sus componendas y chanchullos que vacían de todo contenido cultural, humanista e intelectual, para convertirlas en unas meras cuevas de trapisondistas, por lo que para entrar en ellas sólo hay que decir ”Ábrete, Sésamo”, y la roca se desplaza para dejar entrar al distinguido nuevo miembro de la cofradía de mercaderes y demás traficantes de la cultura, pero eso sí, sabiendo la contraseña necesaria que no es otra que estar dispuesto a pagar el peaje del chantaje vitalicio, la claudicación y el servilismo.
Y todo esto es, precisamente, la negación del concepto de cultura, de civilización y de conocimientos, rico tesoro que están destinadas a salvaguardar estas agrupaciones, asociaciones o como se les quiera llamar, formadas por muchos de los verdaderos enemigos de la cultura, a no ser de la cultura gastronómica, porque es la que más practican, sobre todo si pagan otros.
Irónicamente, estos pillos redomados sólo se acuerdan de Quevedo y del Siglo de Oro español en lo referente a este último término: el oro, al que desearían atesorar y acuñan en sus vacías y yermas trayectorias profesionales en las que sólo hay muchos cargos honoríficos en distintas agrupaciones, asociaciones, cofradías, academias, y un largo etcétera, -conseguido a través de otras recomendaciones de personajillos semejantes y sin más méritos que ser "amigo de", otro miembro del ente cultural, igual de aficionado a las recomendaciones previo pago de su importe, aunque éste sea diferido-, porque sólo importa ser miembro de ellas, aunque no tengan detrás ninguna labor que los justifique, ni hayan creado una obra intelectual válida que les respalde, que les haga merecedores de una distinción que no merecen y que pone aún más de manifiesto la enorme e insalvable distancia que hay entre el talento y el título, la propia valía y la distinción recibida, la obra personal válida y la vanidad, la honradez y la desvergüenza, el respeto a la cultura y el mercadeo con ella.
Y esas diferencias insalvables no las borra el hecho de ser miembro de infinitas agrupaciones, asociaciones y demás entes culturales, porque todas estas distinciones en el currículum de ciertos personajes del mundo cultural sólo son una gravísima afrenta a la propia cultura a la que dicen representar y de la que sólo se lucran.
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