Ediición nš 11 - Abril/Junio de 2010

Aburrimiento

Aburrimiento


¿Qué es aburrirse? Fundamentalmente, tener fuerza física o intelectual sobrante y no saber en qué emplearla. Después de haber satisfecho las necesidades elementales: hambre, sed, sueño, vestido, refugio, sexo, advierte el hombre contar todavía con un plus de energía, muchas veces muy grande, que busca algo que hacer, algo en que entretenerse, un fin distinto de lo ya obtenido; pero no lo encuentra. Entonces, tal energía se repliega descontenta, incómoda, en sí. Y esto es el aburrimiento. En cuanto al bostezo, su manifestación gestual, no siempre es signo de sueño, o lo es a menudo de sueño inducido por el tedio. Siendo de advertir, además, que puede el aburrimiento derivar en hastío, desánimo, apatía, como si la fuerza sobrante, obligada a recluirse, terminara anulándose por su mismo exceso.

También muchos mamíferos bostezan: gatos, perros, monos, grandes felinos…; pero ellos lo hacen exclusivamente por estar a punto de amodorrarse. No se aburren; se adormecen, guardando intacta su energía, presta a saltar por determinados estímulos. En los animales, después de satisfechos los apetitos, la fuerza sobrante no molesta, ni parece diferir su fin específico de los fines ya obtenidos, que son esencialmente la satisfacción indicada de las necesidades de subsistencia, reproducción y acomodamiento del sujeto al mundo circundante.

En cambio, tiene el hombre una fuerza cuyo objeto está muy lejos de limitarse a preservar la propia existencia física: ciertamente, ese preservar forma parte de sus fines; pero además tiende a metas lejanas o, por lo menos, muy distintas de las próximas, meramente materiales. E incluso en las sociedades donde no se da notoriamente esa inquietud y se deja pasar la vida contemplándola apaciblemente, conforme lo hacen, por ejemplo, los indios del altiplano boliviano y muchos árabes, a la puerta éstos de sus casas o tiendas, en los cafés, saboreando el narguile, y aquéllos, mirando sin dormirse nunca el paisaje pardo amarillento, casi estatuas hechas de la misma tierra seca y árida; hasta en tales sociedades se satisface esa energía contemplando, observando, juzgando a veces, recordando, o casi anulada la conciencia, el sujeto perdido en el color y la hondura de los objetos circundantes.

Y ese exceso dinámico que puede derramarse fuera del alma, o permanecer en ella expectante, o introspectarse, cuando no hace nada de esto, incapaz de ocuparse de algo, se aburre. Consiste, pues, tal estado del espíritu en ser el hombre superior a su mera situación física saciada, a su mera existencia del hic et nunc.






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