Ediición nº 11 - Abril/Junio de 2010

La noche de los tiempos

La noche de los tiempos Antonio Muñoz Molina Editorial: Seix Barral 960 páginas.

(Novela)
La noche de los tiempos
Antonio Muñoz Molina
Editorial: Seix Barral
960 páginas.

por Ana Alejandre


Esta última novela de Antonio Muñoz Molina a los que muchos consideran su obra magna, no sólo por la extensión de la obra que pasan de las novecientas páginas, si no por el calado argumental, la excelencia de la prosa, el ritmo narrativo y el buen oficio de este escritor, uno de los mejores en habla hispana que nos ofrece en esta última novela el resultado magnífico de su buen oficio y su talento narrativo.

Aunque existen en el mercado literario multitud de novelas sobre la Guerra Civil española, se puede decir que ésta es un compendio, resumen, síntesis y epílogo de todas ellas, porque esta obra es insuperable e incomparable con las que la han antecedido en ese casi ya subgénero que han formado las innumerables novelas sobre la contienda civil que dividió a España y la convirtió en el cementerio de una generación dividida por el horror de la guerra y sumida en la desesperación que toda guerra supone, sobre todo si es entre los propios compatriotas.

En esta novela se pueden ver los ecos de otras obras anteriores de Muñoz Molina y su excelente pluma para definir situaciones, personajes y climas. En las novelas anteriores de este autor como El Jinete polaco, Beatus Ille y, por supuesto, Sefarad en las hablaba de esa historia reciente de España, aunque para algunos pueda parecer lejana en el tiempo y en la indiferencia por una etapa no vivida pero que de la que llegaron sus siniestros coletazos hasta el advenimiento de la democracia, y hacía un magnífico y logrado relato de los que fueron los vencedores y, desde entonces, los excluidos del mapa social, político, económico y cultural de la etapa franquista.

El protagonista de esta novela última, Ignacio Abel, es un exiliado más de la España en guerra, y después de un largo viaje, abandonando tras de si a esposa e hijos, sintiéndose no solamente exiliado de su propio país, sino de su propia vida que queda atrás entre las brumas de la guerra recién comenzada y la penuria de la época, llega a Pennsylvania en octubre de 1936. En el viaje le acompañan como único equipaje los recuerdos del amor furtivo con su amante, las imágenes del clima de miedo generalizado, la revuelta social y el estupor de los españoles que intuían que algo estaba pasando y pronto ese temor se vio confirmado con el estallido de la guerra. Son esas imágenes las que irán creando a lo largo de la narración un cliché perfecto y definido de personas, situaciones, hechos y paisajes que crean en la mente del lector la sensación de estar presenciando un documental de aquella época en el que los personajes, por reales y creíbles, parecen saltar de las páginas del libro para tomar carne y hueso delante del lector que, fascinado, sigue la lectura porque todo aquello que lee le está hablando de algo que, por vivido u oído en los que lo vivieron, le suena real, cercano y dramáticamente verídico.

Esta novela no sólo no defrauda a los lectores habituales de Muñoz Molina, sino que viene a refrendar a su autor como un escritor de fondo y forma impecable que, además de su calidad de académico, exhibe uno de los talentos creadores más importantes del panorama literario actual.

Esta obra, a pesar de su larga extensión, ha sido cuidada por su autor para que no sobre una sola palabra, un párrafo o una página, porque toda ha sido pesado y medido por este creador para que logren ese efecto final de obra lograda, de obra maestra que deslumbra por su perfección, por su tramado engranaje que consigue que el lector pueda adentrarse en la narración acompañado de personajes anónimos de ficción y con otros reales, desde Negrín hasta Azaña, o del poeta Pedro Salinas hasta la hispanista Katherine Whitmore, que le permiten “ver” y “oír” a la sociedad española, en el verano después del golpe de estado que dejó a España dividida en dos mitades irreconciliables entre sí.

No solamente es aconsejable la lectura de esta gran novela, sino imprescindible para comprender ese triste periodo de la historia española que Muñoz Molina retrata, describe y define con la maestría de todo gran escritor, pues como dice Javier Marías: –“el novelista es el único facultado para contar cabalmente ciertos hechos a diferencia de historiadores”. Esta misión la ha cumplido a la perfección Muñoz Molina que nos ha dejado a todos los lectores el producto de su talento y su capacidad de transmitir desde los más puros cánones de la belleza y estilo literarios.

La caja de los deseos

La caja de los deseos Günter Grass (Traducido por Miguel Sáenz) Alfaguara 256 páginas

(Memorias novelada)

La caja de los deseos

Günter Grass
(Traducido por Miguel Sáenz)
Alfaguara
256 páginas

por Ana Alejandre


Este nuevo volumen autobiográfico parece continuar la misma línea de su anterior obra Pelando la cebolla, aunque si en esta última sus confesiones estaban más relacionadas con la esfera pública de este autor, la obra que se está comentando se refiere más al mundo privado de este genial escritor.

En este nueva obra, su autor muestra a su círculo familiar, es decir, a los hijos de Gunter Grass reunidos para recordar a la figura del padre, pero sin tener ninguna concesión a la censura, en una total ausencia de tapujos y de trabas para exponer sus opiniones. Los juicios de valor de los hijos no se dedican tanto a la obra de su progenitor como a la propia figura paterna, a su condición de hombre y padre. A todo ello se une una cámara de cajón que sobrevivió al desastre de la guerra y a los incendios que devastaron Berlín y que ha demostrado que tiene capacidad para dar testimonio del pasado, como de los sucesos venideros.

Este nuevo libro autobiográfico que sigue la enraizada tradición germánica de examen del propio yo del autor de la que pudo ser el inicio la obra Poesía y Verdad de Goethe, podría temer su autor, que recibiría las mismas reacciones de indignación que su obra anterior Pelando la cebolla, por haber declarado en esta que había colaborado en su juventud con la SS, a pesar de que el gesto de honesta sinceridad que tuvo su autor debía haber sido reconocido con alabanzas y con la crítica feroz que obtuvo.

Sin embargo, al circunscribirse esta nueva obra autobiográfica al mundo íntimo, parece no haber despertado esa oleada de indignación, ya que Grass parece haber querido quitar tensión a sus declaraciones y trata ciertos temas bastante delicados con una suave maestría y estilo impecablemente elegante que consigue que, lo que en otros escritores menos avezados o con menos maestría podría haber dado resultados provocadores para los lectores, de la pluma de este autor nazca un texto espléndido, con una lectura amena, grácil, inteligente y con una nota sorprendente en su lenguaje de extraordinaria y sentida ternura que conmueve al lector.

Los ocho hijos del escritor, de diferentes madres, son los verdaderos protagonistas, pero a pesar de ser ellos los que hablan, el resultado es un magnífico ejerció de análisis e introspección, de una belleza y calidad literaria incomparables. Se puede oír a algunos de sus hijos decir en la pluma del escritor: “A mi me pone en la boca cosas que no he dicho”, o en otro: “´Él sólo nos imagina”. A pesar de estos continuos guiños al lector, como advirtiéndole que quien habla no son ninguno de sus hijos, sino el propio autor, no por ello deja de dar un resultado brillante, enternecedor y verídico, a pesar de que esta obra se balancea constantemente entre los dos polos de la ficción y la realidad.

Pero otro mérito añadido a esta obra es extraliterario: su carácter de estudio o ensayo sobre los conflictos generacionales y las relaciones paterno-filiales y sus muchos y delicados vericuetos en los que la naturaleza humana siempre encuentra atajos y abismos en los que reencontrarse o perderse. También, recuerda en cierta forma, a Balzac, el gran estudioso de la condición humana, a pesar de la distancia entre uno y otro autor, porque ambos inciden en que el nudo de las relaciones humanas, sobre todo las familiares, puede dar origen a multitud de variantes en las que el individuo no sólo puede llegar a conocer al otro, sino también a reencontrarse consigo mismo.

Grass hace en esta obra una confesión sincera de su propio egoísmo de creador, amante exigente de la soledad y acepta su propia responsabilidad de los malos y amargos momentos vividos por su familia. No tiene ningún tipo de pudor al reconocer que él había construido, de forma psicológica pero no menos aislante, una especie de muro de Berlín en el interior de su hogar que lo alejaba de su propia familia, a pesar de la proximidad. Quizás, por ello, asume sin el menor atisbo de reproche, rencor o amargura, que sus hijos nunca han tenido afición a la literatura y, menos aún, a la suya. Confesión esta última que pone de manifiesto la sinceridad humilde de un creador que asume la distancia creada con los suyos porque había sido elegido como único y excluyente amante de la literatura, exigente siempre en sus peticiones a quien elige como transmisor de su espíritu creador.

Esta obra es recomendabilísima para quienes quieren conocer aún más la peculiar, extraordinaria personalidad de este autor y de su fascinante mundo familiar que no sólo podrá interesar a los seguidores de Grass, sino a todos los lectores amantes de la buena literatura, de la que este autor es un representante prodigioso.

Cuando éramos honrados mercenarios

Cuando éramos honrados mercenarios Arturo Pérez Reverte Alfaguara Madrid, 2009

(Artículos)

Cuando éramos honrados mercenarios
Arturo Pérez Reverte
Alfaguara
Madrid, 2009

porAna Alejandre


Esta nueva colección de artículos de este periodista, reportero y escritor, además de académico de la lengua, comprende los artículos publicados desde 2005 a 2009, ambos inclusive, en XL Semanal, cada domingo, pero que también son publicados en La Nación, de Buenos Aires y Milenio, de Méjico, además de ser reproducidos, comentados y discutidos muchos de ellos en internet, porque este autor nunca deja indiferente y cuenta con un público entusiasta y suficientes detractores para que la polémica esté servida.

Todos estos artículos que tienen todos ellos el carácter que le imprime la personalidad de su autor y que reflejan los muchos años de reportero, corresponsal de prensa y periodista, que es la verdadera profesión de Pérez Reverte que ha devenido después a escritor de novelas, algunas excelentes, muestran el peculiar, personal e intransferible estilo de este escritor que sabe, como ninguno otro, darle al lector lo que busca: aventuras, lenguaje directo, llano y al alcance de los menos leídos, acción y personajes como el famoso Capitán Alatriste que se ha convertido en un mito para muchos de sus lectores, sobre todo entre los más jóvenes.

Los artículos que aparecen en esta nueva colección, que lleva por título la frase que define a la perfección lo que el propio escritor piensa del oficio de periodista, sobre todo de los corresponsales de guerra, testigos mudos de la barbarie en su máxima expresión y que asisten impávidos (aunque algunos con los correspondientes y terribles efectos que las tragedias humanas siempre dejan en el ánimo de los que las contemplan sin poder participar directamente ni ayudar a sus víctimas), ofrecen la visión certera de un autor que en muchos de los artículos escritos antes de que la crisis económica se cebara en nuestro país, ya vaticinaba lo que se nos venía encima y denunciaba los que estaba sucediendo ante la indiferencia de unos y la colaboración cobarde de otros que sabían y callaban, amen de señalar que todo iba a estallar por los aires con las consecuencias previsibles de la secuela que surgiría a posteriori de denuncias de las listas interminables de casos de corrupción política, de escándalos financieros, de especulación galopante que ha tenido que frenar en seco ante el derrumbe general de la economía mundial y de la española en particular.

Para Pérez Reverte no existen inocentes en un país en el que los votantes, una vez que han ejercido el derecho al voto y, por ello, se sienten satisfechos por haber cumplido con su deber y derecho democrático, ya no vuelven a preocuparse de lo que los políticos hacen con dichos votos, y miran para otra parte hasta que los cascotes de las consecuencias políticas y económicas no les caen encima, sintiéndose avergonzados de haber depositado su confianza en quien no la merecía o en quien sólo ha utilizado el poder para conseguir fines de su partido, sin importarle las consecuencias que para la propia nación que representa tienen sus decisiones erráticas, cambiantes, contradictorias y partidistas.

La denuncia de la corrupción está presente en todos estos magníficos artículos y lo ponen de manifiesto algunos como “Aquí nadie sabe nada”, o “Aquí no se suicida nadie”. También denuncia las formas en las que el poder se manifiesta en artículos demoledores y con esa sabia mala uva que le define, como son “Nuestros nuevos amos”, “Miembras y carne de miembrillo”.

Además, no sólo define a la clase política, sino también al pueblo español y su indiferencia por todo lo que no sea el partido del domingo por la tarde, el coche, el chalet en la sierra y las próximas vacaciones. Un pueblo que no lee como no sea el Marca, y que devora televisión basura sin que le importe un pito la cultura, la propia y la ajena, la historia, ídem de ídem, el conocimiento de quienes somos como país, quiénes fuimos y a qué desastre vamos, es un país que sólo despierta el más absoluto desdén a quien sabe que sólo el pueblo es, al fin y al cabo, el detentador del poder soberano y también responsable de a quién se lo entrega y debe ser el árbitro que pite las faltas en ese campo de batalla que es el Congreso de los Diputados, en el que se debate algo más que los presupuestos generales del Estado, como es la propia e inalienable soberanía de una nación, su historia, su cultura, su lengua que son la seña de identidad de todo español.

Recomendable libro es éste, en el que Arturo Pérez Reverte no tiene que echar manos de su imaginación para hablar de este país llamado España, porque lo tiene a la vuelta de la esquina y deambula con toda su vida, sus contradicciones, sus luces y sombras en esta colección de artículos en el que despunta la pluma acerada, crítica, apasionada y siempre veraz de un hombre, un escritor que clama para que la sociedad española sea, de una vez por todas, la de un pueblo digno, sabio y orgulloso de sí mismo y no un atajo de corderos que aceptan sumisos las decisiones políticas de quienes sólo buscan quitarles su propia dignidad de ciudadanos a fuerzas de querer borrar la verdad histórica, la verdad que está inscrita en la memoria colectiva de un pueblo que debe luchar para sobrevivir en este mar de corrupción, desidia, inoperancia y falacia en la que se ha convertido y en la que todo vale, menos la decencia, la justicia y la dignidad.

Mis premios, Thomas Bernhard

Mis premios Thomas Bernhard (Traducción de: Miguel Sáenz) (Alianza)152 páginas

(Memorias/Ensayo)

Mis premios
Thomas Bernhard
(Traducción de: Miguel Sáenz)
(Alianza)152 páginas

por Ana Alejandre

Este irónico e inteligente libro narra cómo su autor recibió una decena de premios en su vida literaria y critica ferozmente el agravio moral que le suponían las ceremonias de entrega de dichos premios como un atentado contra su inteligencia. Todo ello lo cuenta narrando con fruición cómo asistió a dichos actos en los que le fueron entregados los diversos galardones: el Premio del círculo Cultural de la Asociación Federal de la Industria Alemana, El Julius Campe, o el Nacional Austríaco de Literatura, por citar algunos, y todo ello lo va explicando sazonado con una feroz ironía y un demoledor sarcasmo que no dejan resquicio alguno a la más mínima indulgencia.

En el fondo, esta obra es un auto buceo del propio autor en su pensamiento que es como decir en el de un escritor paradigmático en la literatura europea del siglo XX, pero no por la importancia del personaje se puede esperar una narración sin dificultades para lectores no demasiado avezados en la obra de este escritor que expone en Mis premios todo un mundo literario repleto de escritores ambiguos, tramas que giran en diversos y paralelos ejes que se entrecruzan, pesimismo a raudales y una gran desconfianza hacia el mundo cultural y literario de la época vivida por Bernhard que deja atónito al lector y lo subyuga, a pesar de que no ofrece un panorama idílico, sino con las luces y sombras de un claroscuro en el que el personaje central es la desesperanza en ese mundo controvertido y ausente de valores que le rodea.

Hay que destacar la extraordinaria traducción de Miguel Sáenz que es el artífice del logro que supone que el estilo peculiar del autor de la obra llegue hasta el lector con todos sus matices, lo que hace posible que la lectura de este libro sea amena, chispeante, insólita, pero siempre en un punto equidistante entre el sarcasmo más feroz y la provocación como un guiño cómplice al lector.

El autor muestra un perfil de sí mismo como el de un intelectual que no admite componendas con la vulgaridad, la zafiedad y estulticia que encuentra a su paso en el mundo en el que vive, pero en el que se siente obligado a convivir con quienes son sus semejantes, pero no sus iguales. Por ello hace un retrato despiadado de funcionarios del ministerio de cultura a los que considera gente desprovista de un gusto estético y literario medianamente aceptable. Considera a los ministros de cultura unos individuos incapaces; así como aborrece el mundo de la cultura austriaca, del que afirma que está formado por absolutos imbéciles y afirma que se han confabulado contra él y llega a decir que la propia concesión del Premio Nacional Austríaco es un acto cuya única finalidad es desacreditarle, y al que acepta con una actitud de resignada convicción, pero escribe un discurso para tal ceremonia, improvisándolo momentos antes de iniciarse esta última, como un alegato impertinente pero lúcido contra la mediocridad reinante en el mundo cultural que le rodea.

En otra ceremonia de entrega de premio, como es la del Premio Grillparzer logra con sus discursos que aquellos asistentes que no se quedan dormidos y roncando ruidosamente (como es el caso de la ministra Fimberg) salgan del salón de actos indignados ante lo que están oyendo, como le sucedió al ministro Piffl-Percevic, al oír lo que afirma Bernhard en frases como la que sigue:”…el Estado es una creación constantemente condenado al fracaso; el pueblo, una creación ininterrumpidamente condenada a la infamia y la debilidad mental”.

Sin embargo, este autor no utiliza esas descalificaciones destinadas únicamente a los demás compatriotas suyos, sino que también se incluye en ese conjunto de conciudadanos que tienen los mismos defectos, la misma idiosincrasia y la misma bajeza moral. Por ello, a pesar de repugnarle los premios que se le conceden, los acepta para poder así obtener el premio en metálico que conllevan, en un gesto de doblez moral que asume con sarcasmo y en flagrante contradicción con sus propias palabras de condena.

Este libro, por ello, es un ensayo brillantísimo, lúcido y descarnado sobre el mundo literario y cultural de su época, pero es sobre todo un ejercicio de valentía y de honestidad por su parte reconocer públicamente que él también participaba, aunque lo condenara en sus manifiestos como único ejercicio de congruencia que le permitía así vivir de una forma contraria a la que denunciaba constantemente.

Como un gesto último de coherencia intelectual, Bernhard, prohibió en su testamento que sus obras se representaran en Austria, país en el que recibió los máximos honores a los que recibió con el único fin mercenario del botín económico que representaban, pero sin renunciar por ello al desprecio que quienes se lo otorgaban y al mundo circundante literario le producían.

Contradicciones de un genio que supo serlo hasta el último de sus días.
















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