Ediición nš 11 - Abril/Junio de 2010

Un tipo de hoy

Un tipo de hoy


Contorno abotijado. Diríase compuesto el sujeto de dos círculos tangentes: cabeza y cuerpo; el último, afirmado en dos pilarcillos. Esto, de frente. De perfil, forma la silueta un ancho círculo central entre una línea en tosco zigzag arriba, la cara, y una recta breve abajo, la pierna que se ve. La curva es la vanguardia del bandullo, adelantándose al resto del cuerpo, tripa atrevida. Por detrás, otra convexidad, y no precisamente de Venus calipigia. Pelo y barba blancos y espesos. Parece gnomo, nibelungo o una de esas personificaciones mitológicas del viento, sólo que excesivamente peluda, más de animal que de dios.

Habla sin parar de sí mismo, parientes, conocidos íntimos, todos, según él, ricos, de ilustre prosapia, acostumbrados a lujosos hoteles, viajeros lejanos, dueños de mansiones urbanas y fincas rústicas, cargos relevantes. Muchos, aristócratas, igual que el parlanchín, estirpe -si vamos a creerlo- de don Pedro el Cruel, cuyos descendientes naturales pasaron -siempre según la historiografía de nuestro personaje- a Canarias y luego a Iberoamérica, habiéndose cambiado el apellido “de Castilla”·. Y más cercana en el tiempo, la ascendencia de don X de R., conde de C., cuyo retrato, pintado por Oudry, existe en el Prado. Esta progenitura, lo mismo que un hipotético parentesco con doña M. T. de V. y R., mujer del infante don L., suele salir a colación en cuanto nuestro personaje adquiere confianza, cosa muy frecuente, porque tiene una inclinación irresistible a contar genealogías propias, amén de pegar fácilmente la hebra con cuantos camareros, mancebos de botica, dependientes de comercio, quiosqueros, porteros, compañeros ocasionales de cola, vecinos de mesa en los restaurantes, vendedores de mercado se le pongan a tiro.

Posee cierta cultura que no suele notársele, por ser sus juicios generalidades superficialísimas, ya que es incapaz de analizar nada. Particularmente pobre de ideas, si habla de banqueros, políticos, reyes, propietarios ricos, eclesiásticos, porque su peculiar ufanía aristocrática está teñida de hondo resentimiento, habiendo sido incapaz de conseguir un poco de dinero o bienes, siendo ya sesentón. Atribuye su pobreza a los demás. Sería Catilina, si tuviera más empuje, más talento, más ambición.

Homosexual; marujoide, muestra de ciertas mujeres la afición a la cháchara, la verborrea insubstancial y la inclinación a escuchar y creer toda clase de chismes malévolos, especialmente si se refieren al príncipe F. o a la princesa L. Unido desde hace años a un andaluz serio y bastante sordo, de esos andaluces que, al no ser festivos ni alharaqueros, parecen cactus. Que son más numerosos de lo que cree la gente.

No me consta haber efectuado chanchullos de ninguna clase, en su actividad de agente de viajes. Pero tengo a su respecto una desconfianza instintiva que me impediría prestarle ni un euro, creyendo que nunca me lo devolvería. Preferiría regalárselo. Es, como acabo de indicarlo, vendedor de viajes, dueño de una descalabrada agencia, ya que el propietario aprovecha siempre los viajes baratos que se ofrecen unos a otros estos establecimientos, para irse de vacaciones en primavera y verano, precisamente el tiempo de mayor demanda de pasajes por parte del público. Con lo cual va el negocio manga por hombro.

Una jubilacioncilla de empresario autónomo apenas le da para comer y pagar el alquiler de un pisito más bien raquítico. Gracias a que parece tener abierto el bolsillo del amante, regularmente provisto, subsiste en medio de estrecheces, ahorros en la comida y frecuentes veraneos, periplos y excursiones.

Sin embargo, según una práctica habitual en España, sigue nuestro personaje trabajando en su antigua profesión, a cubierto, por su insignificancia, de inspectores y correveidiles. Porque pensiones de invalidez, jubilaciones, subsidios de paro suelen servir de complemento al salario habitual.

Mandón y antojadizo, no es muy grata su compañía, porque siempre intenta imponer su voluntad, sin atender a sugerencias contrarias. Llano para conversar con desconocidos; sin embargo, no deja de mostrar, con tanta altivez como mala educación, su desprecio por la gente que ocasionalmente le sirva en un establecimiento público.

Hasta tiene pretensiones intelectuales. Como le gusta la heráldica, de pronto se le antoja investigar algo al respecto, y va durante uno o dos días a la biblioteca nacional o al ministerio de justicia, con el fin de revolver archivos. Esto, además, le da la ilusión de estar entre los suyos supuestos y halaga su vanidad. Después, se cansa u olvida de tales indagaciones; pero no se olvida ni cansa de alardear de las mismas. Pretendía ganarse la vida o tener un sobresueldo, investigando legajos para gente deseosa de reivindicar títulos de nobleza; mas parece que pocos le encargaron tales averiguaciones al volátil individuo.

Incurablemente glotón, aunque diabético e hipertenso, son de escuchar sus elogios a tal o cual comida, a este o aquel ingrediente, a las especias más finas y las salsas más sabrosas, al restaurante acabado de conocer o al ya conocido desde hace mucho tiempo. No obstante, como manda tiránicamente el escaso dinero, en realidad los festines se reducen a condumios modestos. Eso sí: muy jaleados.

En suma, buñuelo de viento y grasa.










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